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Su madre solía obligarla a ir a visitar a su familia, todos los sábados, sin falta. Ella conversaba con su tía durante horas hasta que era demasiado tarde y la obligaba a irse en contra de su voluntad.

Tal vez lo único bueno de ello sea su primo, con quien pasaba el rato. Él tenía ascendencia mexicana, por lo que el acento marcado en su voz grave ya no era algo extraño para ella. De hecho, ya casi desaparecía por completo.

Hacer debates amistosos sobre problemáticas sociales u políticas era lo que mejor se les daba. No es que tuvieran algo mejor de lo que hablar para no terminar en un silencio incómodamente tenso. Los entrenaba para los debates de la escuela.

—¿Por qué eres tan mala conmigo? En donde vivía, los hermanos se respetaban entre sí.

—Sí, porque México es la pacífica utopía. Mira, este debate sobre el racismo no nos está llevando a ninguna parte. — se levantó de la cama del chico, tomando su bolso negro. — Voy a ir a la tienda, ¿quieres algo?

—No, gracias, pero... — se asomó por la puerta, asegurándose de que sus madres no estuvieran cerca o escuchándolos. Ni sus luces. — ¿Te dejan?

—Nunca se enterará. Nunca lo ha hecho, de todos modos.

Salió de la habitación, y posteriormente de la casa, a paso rápido, casi corriendo. Su madre nunca la había atrapado fugándose, pero de llegar a hacerlo, le iría bastante mal.

Pero es que si por su mamá fuera, estaría encerrada todo el tiempo como ave en una jaula. Ella no merecía eso. Ella merecía más.

Al estar en la tienda 24/7 más cercana, después de minutos de elucubración en medio pasillo, eligió unos Skittles al azar y una paleta de cereza, los pagó bajo la mirada atosigadora del intempestivo cajero y siguió vagando por las frías calles, sin detenerse.

Comenzó a comer mientras observaba los techos de las tiendas cubiertos de nieve, el camino húmedo y resbaloso, y las personas viviendo sus vidas como deberían. Por otro lado, estaba ella, anodina como siempre.

Ella no había elegido este pueblo, soñaba con salir de él todo el tiempo.

Sin embargo, habían dos personas que podrían hacerla quedarse en él por el resto de su vida.

Entonces pensó en Damien. Hacerlo ya no era muy raro para ella. Podría ir a su casa para ¿pasar el rato? Es básicamente lo que hacía con Phillip. Aunque no habían hablado demasiado desde el baile, consideraba esa una oportunidad perfecta para hacerlo.

Tal vez podría arrastrarlo a su casa para que conociera a Daniel, su primo. Tales personalidades tan tenaces serían compatibles y formarían una amistad en poco tiempo. Aparte, si se hicieran amigos lo visitaría, y podría verlo mucho más seguido. Y ya no sería tan extraño que una chica y un chico se frecuenten sin que haya algo de por medio.

Mientras tanto, al otro lado del pueblo, Damien se encontraba en llamada con el Team Stan. ¿Por qué? No tenía nada mejor qué hacer, y Cartman se dispuso a presumirles su nuevo PlayStation, artilugio que le parecía sumamente interesante.

—Ay, hola papá. — dijo Butters con nerviosismo al verlo entrar a su habitación, a media plática.

El padre de Butters cortó la llamada y no supieron de él hasta el lunes en la escuela.

El resto de la llamada fue silencio, cada uno en sus cosas, acompañándose virtualmente. Se encontraba haciendo tarea, muy tranquilo, hasta que Cartman agarró una lata de Coca-Cola y tomó de ella. El micrófono estaba demasiado cerca de su boca así que lo escucharon a la perfección.

Negó con la cabeza, sonriendo de lado. Cuando se dispuso a continuar, tocaron a la puerta repetidas veces.

Frunció el ceño, cerrando la libreta, dejando el lápiz en la hoja en la que se quedó. Nadie nunca venía a visitarlo. Solo su padre y eso era una vez al mes, y ya había pasado aquella visita en cuestión.

Se asomó por la ventana, haciendo a un lado las cortinas que ensombrecían su habitación, logrando ver a la chica que últimamente se adueñaba de sus pensamientos y suspiros. Inconscientemente sonrió, y se abalanzó contra la computadora.

—Esperen, alguien está tocando la puerta. — y desactivó la cámara y el micrófono. Bajó las escaleras corriendo, saltándose los últimos dos escalones, y abrió la puerta apresuradamente. Tal vez demasiado, ya que la chica, quien miraba sus plantas de decoración en el suelo, pegó un salto. — Hola, ____.

—Hola, Damien. Me alegra mucho verte.

—...a mí también. — admitió por lo bajo. Aún no estaba listo para hacerlo. Pero de alguna manera, sabía que sí quería hacerlo. Se rascó la nuca cuando se percató de lo grosero que estaba siendo. — ¿Quieres pasar?

—Claro, pero solo un momento; mi mamá no sabe que me salí de la casa. — asintió. La casa de Damien por el exterior se veía vieja y polvorosa, pero la verdad es que su interior tenía un mejor aspecto. Moderno, prolijo. Un lugar que el chico podía controlar a su antojo. — ¿Y tu papá?

—Vivo solo.

No escatimó en recursos para dejar mostrar su sorpresa. — ¿En esta gran casa? ¿Por qué?

—No es como si papá pudiera hacerse un espacio para venir y conversar un rato.

—Ya veo...

Caminó lentamente, examinando su cocina minimalista. Luego se sentó en una de las sillas altas de la isla, buscando infructuosamente en su cerebro una forma de hacerle conversación. Damien es ese tipo de persona con quien debías andarte con cuidado.

—¿De verdad tienes esta casa para ti solo? — murmuró encajando disimuladamente las uñas en el respaldo afelpado de la silla.

No entendía por qué la idea de que estaba solo le entristecía, pero a la vez la emocionaba ligeramente. Era igual que ella.

—Sí. Si no me equivoco, tú también.

—Estás en lo correcto.

Mientras sus padres no se lo prohibieran, podrían visitarse cuanto quisieran. Prefería mil veces estar con Damien a estar sola.

—¿Sabes? Deberíamos juntarnos. Un día, el que sea. Casi nunca hablamos a menos que sea por obligación.

—¿Por qué?

—Porque me caes bien.

Enmudeció, sorprendido. Aunque no tanto.

—No me molestaría, ¿es lo que querías escuchar?

Sonrió, y sin saberlo, se había ruborizado.

—Sí, me alegra saberlo. — cuando estaba dispuesta a hacerle más preguntas para afinar los detalles de aquella salida, recordó que no debía de estar demasiado tiempo ahí. — Lo siento, tengo que irme.

Damien pareció descolocado por un momento, pero terminó por asentir al recordar que se había salido sin permiso. — No hay problema.

—Te veo luego en la escuela...

Cuando salió de su casa, emprendió una carrera contra reloj, salteando gente y otros obstáculos, con la respiración agitada, sudando profusamente. Temió que ya se hubieran dado cuenta y la regañaran. Cuando volvió a subir a la habitación del chico, lo encontró hecho un manojo de nervios en el cobijo de su cama.

—¿Dónde carajos estabas? Tuve que decirles que estabas en el baño.

—Con un amigo. Te caería genial. Ahora tranquilízate, que te traje una paleta.

✓ QUESTION...?, damien thorn.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora