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Aporreó la puerta con la fuerza con la que había estado sufriendo desde aquella fiesta, destrozada. Sus pensamientos eran demasiado rápidos como para poder seguirles el ritmo, tampoco es que le sirviera sobre pensar frente a un Anticristo enfadado.

La puerta se abrió violentamente, reconoció de inmediato los rubíes que Damien tenía por ojos, la ira en ellos.

—¡¿Qué mierda haces aquí?! Estás empapada.

—¡Damien, me equivoqué! — habló desesperada, sin aliento. — ¡Fui una estúpida al haberte engañado, no sé qué me pasó pero tú mejor que nadie sabes que no soy así! ¡Perdóname, perdóname! ¡Te amo!

Silencio.

Silencio total.

Ella le dijo que lo amaba.

Él no respondió. Sino que, su rostro se arrugó en un mohín de molestia.

—¿Y crees que por esta inútil disculpa te voy a perdonar?

—Sé que no. — dijo. — Pero haré lo que sea necesario para que me creas y me perdones. Nunca te lo dije pero a veces me cuestionaba si te quería en verdad, si no era como las otras veces que solo era algo pasajero, ¿y te digo algo? — Damien la miró con expectación. — Tu ausencia me respondió aquella pregunta. Sí te amo.

Puso su mano sobre su mejilla, haciendo contacto visual, de pronto percatándose de que estaban demasiado cerca. Se sumieron en una atmósfera cálida, olvidándose por completo del frío que la había invadido minutos atrás a pesar de seguir afuera. El calor del amor que le tenía a Damien, simplemente.

—No.

Lo soltó, sorprendida.

—¿«No» qué?

—Eres una falsa.

Una nueva grieta en su corazón.

—Perdóname. — sus ojos se cristalizaron, su mentón empezó a temblar al contenerse de soltar un sollozo. — Perdóname, por favor.

—No.

—¿Me amas?

—Qué pregunta más estúpida. — rodó los ojos, cruzándose de brazos.

—Lo haces ¿sí o no? — puso sus manos en sus mejillas, haciendo que la mirara nuevamente a los ojos. — Dímelo.

—Mi papá murió.

—¿Qué?

Abrió la boca en una perfecta "o", consternada.

¿Qué clase de respuesta era esa?

—Satanás está muerto, ¿qué parte de eso no entiendes?

Bajó la mirada. Comprendía su sufrimiento. Una parte de ella, la suya de 9 años, murió junto a Phillip el día de aquel incidente. Había llorado bastante al punto en que sus ojos se resecaban y no lograba distinguir entre el día y la noche, entre el blanco y el negro, entre lo dulce y lo amargo.

—Lo siento mucho, Damien, en verdad...

—Sí, sí, como sea. — desvió la mirada. Sabía que quería a su padre más de lo que le gustaba admitir, no quería ni imaginarse cómo sufría en su interior. La coraza que tuvo que erigir nuevamente por esa traición. — A lo que quiero llegar es que quiero que huyas conmigo.

—¿Qué?

—Salgamos de este pueblo de mierda y no volvamos jamás. Ven conmigo al infierno. — pidió, casi suplicando, tomándola de las mejillas y obligándola a mirarlo.

✓ QUESTION...?, damien thorn.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora