XII

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La carretera estaba oscura. Las pequeñas luces amarillas de las farolas iluminaban de vez en cuando el rostro dormido de Checo.

Max miraba a su compañero ocasionalmente para asegurarse de que aún respiraba. Y es que dormía tan profundamente que había recargado su cabeza sobre la ventana de un auto de varios millones de euros y que a Max extrañamente no le importaba que lo hiciera, si hubiese sido cualquier otra persona ya estaría tirado en medio de la nada por semejante atrevimiento.

Max apreciaba la manera en que la piel de Checo color canela contrastaba con ese cabello oscuro y ondulado. La forma de su nariz que iba muy bien con aquellos labios que ahora apreciaba de cerca y al notar las pecas en su nariz se le escapó una sonrisa. Se acordaba perfectamente de esas mariquitas por las mejillas de su acompañante. Algo estaba sucediendo Max podía sentirlo. No identificaba qué pero sabía que le agradaba aquella sensación.

La música suave lo hacía recordar aquel contacto que tuvo con su copiloto. Aún podía sentir como el calor recorría su piel y se agolpaba con brusquedad en su pecho.

Max cerró momentáneamente los ojos intentando apaciguar todo aquello. No podía permitirse tan deliberadas emociones que como le había dicho su padre antes: solo debilitaban el espíritu.

Y un campeón del mundo como él no debía darse ese lujo.

Aún así, luchar con todo eso le resultaba abrumador. Sí lo pensaba bien lo que él quería era explorarlo, quería indagar cada parte del hombre que iba a su lado. Deseaba descubrir que hacía a Checo, ser él. Ese ser tan parlanchín y ciertas veces odioso, su amabilidad extrema y la forma en que todo el tiempo estaba sonriendo —cosa que no sabía Max a ciencia cierta si le fascinaba o lo aborrecia—  Los sentimientos eran cosas de las que él estaba seguro no poseía, jamás se había detenido en la vida a querer averiguar de ellas —aunque en esa ocasión si le intrigaban—  deseó por un breve momento que las cosas fueran tan distintas y la vida no le dictase que no debía hacerlo. Odiaba esa voz en su cabeza que le repetía que ante todo estaban los objetivos natos que su padre de niño le había inculcado.

<<Ser el mejor siempre. Ser perfecto>>.

Y lo que Pérez la hacía sentir distaba mucho de eso.

Max detuvo el auto en la entrada de una lujosa propiedad estilo rústico en las afueras de la provincia de Emilia-Romaña al norte de Italia donde se llevaría acabo la siguiente carrera.

El pequeño jardín que los recibía y una cerca color blanco daban la sensación de ser el hogar de alguien. Desgraciadamente dicha propiedad era muy pocas veces ocupada por su dueño puesto que el mundo del automovilismo lo obligaba a viajar por el mundo todos los años. Max siempre regresaba a aquel lugar. Era un secreto que le gustaba mantener para sí. Y bueno ahora también lo compartiría con Checo.

El aire fresco de la madruga y la tormenta lejana hacían que el aroma a tierra húmeda invadiera su olfato. Max respiró profundamente primeramente para calmar el revuelo de cosas en su cabeza y pecho y después para tener el valor de despertar a Sergio.

Miró a Checo y tuvo el impulso de retirarle el cabello que caía sobre sus ojos. Pero se detuvo a tiempo cuando esté abrió los ojos alarmado y se levantó de un tirón. Max no hizo más que acomodarse en su asiento y carraspear mirando al frente.

—Me he quedado dormido —dijo Sergio avergonzado— yo... Lo lamento.

—Que bueno que lo lamentes. Yo no soy chofer de nadie —contestó Max.

—Sí claro. Puedo pedir un taxi desde aquí —al decir aquello Checo desabrochó el cinturón de seguridad acción que le causó una punzada dolorosa en el pechon a Max. Realmente no quería que se fuera.

SunshineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora