20 : El secreto.

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No todo tenía sentido, algunas cosas solo estaban allí para hacerle daño. Aveces, nacer en el lugar, con el cuerpo y la familia equivocada solo eran cosas del destino. Quería creerlo, aún así, tal vez aquellos a quienes biológicamente tenia que considerar familia tenían sus razones para hacerle menos, para obligarle a hacerse cargo de lo que su apellido representa.

Toda su vida de alguna manera había logrado entenderlo, había nacido en una familia llena de víboras, no por ello, no era un tonto. Más, existían debilidades, deseos egoístas que lo hacían humano y que naturalmente lo dejaban en desventaja al ser tan imprudentes e incapaces. No era como si haber sido golpeado lo alegrara, aún así, se encontraba felizmente tirado en el suelo, consolándose a sí mismo en silencio.

Tal vez, se perdía de demasiadas cosas al estar así. Desde otro punto de vista, el dejar que sus padres le golpearan hasta dejarle inconsciente, era estúpido; más para él, existía algo llamado respeto. A pesar de sus prejuicios, su ira e arrepentimiento, no podía permitirse odiar a su tal vez única familia. No podría faltar le al respeto a las personas que por años, le habían permitido vivir a la extensión de oportunidades.

Como todo joven rico, siempre estuvo lleno de cosas materiales, gracias a ello ahora conocía diversas lenguas, sabía tocar las piezas más famosas en diversos instrumentos, tomaba fotografías ,y podía realizar escritos con la gracia de un profesional, e de alguna manera era  perfectamente normal ante el resto. Y aún así eso de ser normal, lamentablemente no era cierto.

Patéticamente descansaba hecho un ovillo sobre el suelo, no le sorprendió oír el sonido de la puerta al abrirse, supuso que seguramente Ian se abría encargado de llamar a Guss. Lo que no espero fue conseguir un abrazo y sollozos desgarradores de parte del chico de ojos aceitunados, ¿o tal vez los sollozos eran suyos? No podía diferenciarlos. Estaba roto de alguna forma, era como un espejo anteriormente perfecto hecho accidentalmente pedazos. Le dolía. Le dolía volver a encontrarse así.

Recordaba tan bien como se sentía recibir un abrazo en un momento tan difícil, había olvidado lo dolorosamente tranquilizante que era poder soltarlo todo. Lo odiaba, pero de alguna forma junto a él, amaba ser débil. Curiosamente el verdugo caía destrozado a los brazos de su amado. Era gracioso, era hipócritamente chistoso, no podía odiar aquello que por años había estado añorando: un abrazo.

— No debiste dejar que lo hicieran. — Comentó el otro en medio del llanto.

Sonrió agriamente a su comentario, sin poder responder de forma honorable, cobardemente oculto su rostro bajo los brazos ajenos. Mientras lo hacía melancólicamente logro recordar en carne vivida como nuevamente era arrastrado a todo este juego loco, en donde obligatoriamente debía ser un peón, para lograr realizar los deseos de sus padres.

Tan solo tenía seis años cuando vagamente su vida cambio, sobre la mesa, una noche que parecía ser como cualquiera, su tierna y linda hermana mayor dejo caer fuertemente la fina hoja del metal de una cuchilla. Sus cabellos largos, y vestido azul cielo de mangas largas estaba roto y anormalmente desgastado. Recordaba haberse asustado con barbaridad; semanas atrás, un cambio notable se había dado en su hermana, su mirada aniñada había cambiado, no había logrado tomarle importancia hasta aquel momento, en donde, viéndola desde aquel ángulo hasta con sus sentidos e entendimientos banales de niño pequeño, pudo entender muy claramente que aquello ya no era un, muy dulce hogar.

Sus padres no le tomaron mayor importancia. Por lo mismo, él tampoco lo hizo, semanas más tarde, descubrió gracias a uno de sus paseos nocturnos por los oscuros pasillos de su gran casa, que aquella cuchilla de hoja plateada nuevamente sería encontrada sobre el cuerpo de uno de los pequeños chicos que siempre acompañaban a su hermana a todos lados por mandato de sus padres. El pobre chico se llamaba Araon, su cabello castaño se encontraba vallado de una tonalidad viscosa. Inicialmente tuvo miedo, al final, todo termino en curiosidad.

Curiosidad que finalmente acabo en su cumpleaños número nueve, luego de una pequeña celebración en casa. A la madrugada, nuevamente en su viaje furtivo por la casa, en una búsqueda interminable por encontrar el sueño, lo volvió a sentir: curiosidad. O deseo, sea cual sea, la verdad haber sentido aquello, fue algo que finalmente le afecto. Aquel día, de alguna forma despertó, tal vez no para siempre pero lo hizo. Todo a su alrededor le pareció falso, irrealista y vulgarmente perfecto para realizar una masacre. Cuando pudo volver a dormir, tuvo miedo. Miedo de sí mismo y lo que podría llegar a ser.

Como todo niño, corrió en la mañana a contarle su sentir con preocupación a sus padres. Un capricho le consideraban los metiches sirvientes, que comentaban risueños sobre sus demencias bajo la bruma nocturna. Tal vez hací lo fue, cierto o no, gracias a aquella vez, Terry jamás quiso volver a salir por la madrugada. Obligatoriamente tuvo solo que quedarse sentado orando a un dios invisible que le perdonara por haber deseado lo que en su otro pedazo de consciencia era lo mejor que podría hacer para hacer feliz a la familia. Finalmente luego de tanta insistencia empezó a creerlo.

Le asusto conocer esa otra parte de sí, le asusto a un más haber despertado con sangre chorreando en sus manos. Una parte de sí, una realmente lejana a la usual, pensó felizmente que ahora sería igual a su linda hermana. Sangre caliente corría torpemente sobre sus dedos. Temor y admiración fue lo único que se le permitió sentir, toda su vida se le fueron enseñadas las reglas, no las rompió, pero jamás les siguió al pie de la letra. No culpaba del todo a su dios, sus restricciones no eran tan específicas.

Gracias a ese pedazo demencial de su cabeza, sus padres decidieron tomar medidas. Admiración era igual a límites, todos debían ir por una sola causa: control. Ellos debían mantener el control por sobre sus bestias, herir a casi muerte a uno de sus sirvientes había sido un pequeño descuidó de su parte. Existían mejores formas de guardar en lo profundo la verdad oculta en la mentirá, que mejor que un dios que pudiera curarlo todo, a través de un lindo y frágil chico de ojos cerrados.

 Existían mejores formas de guardar en lo profundo la verdad oculta en la mentirá, que mejor que un dios que pudiera curarlo todo, a través de un lindo y frágil chico de ojos cerrados

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