4: Dueños de algo.

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A sus veinticuatro años, Karla Saw jamas había sentido tanta culpa como la que sentía al mentir. Podría tratarse de hasta la más mínima tontería que, al final del día sentiría tanta culpa que tendría que soltar la verdad de algún modo e disculparse, por que si no estaba segura de que verdaderamente no podría dormir en paz.

Era tanta su fobia a mentir, que aquel lunes por la mañana cuando una pequeña navaja de bolsillo amenazaba con rasgar la piel de su cuello y aquel teléfono desechable repicaba un número tan conocido para ella, su conciencia le pedía a gritos negarse. Al ser contestado, luego del ya décimo tono; no pudo evitar divagar todo lo que le fue posible para evitar hablar y mentir sobre el tema del que obligatoriamente debería haber hablado. Gracias a el cielo justo cuando esta a nada de hacerlo, sintiendo el filo de la navaja viajar por su traquea mientras las palabras seguían allí, esperando pacientes a ser soltadas, Guss tuvo el atrevimiento de colgar.

Ganándose un gran golpe por parte de su captor, no pudo evitar sonreír casi con orgullo. Nuevamente el oji verde le había salvado de muchas cosas sin siquiera intentarlo. Y aunque su sonrisa de plena tranquilidad transmitía una cosa, la preocupación por la explicación que tendría que darle a Eleonora sobre las marcas en sus brazos y mejillas, no dejaba de sonsacarle y hacer estragos en su conciencia. Y es que, allí atada de pies a cabeza sobre una silla rústica del cuero más fino, junto a un jovencito vestido con prendas costosas y de tonos negros sosteniendo con fuerza sobre el cuello de la chica una navaja, se encontraba Karla Saw casi muerta del miedo, sintiendo crecer en su pecho un sentimiento casi aproximado a la culpa.

No era que ella tuviera miedo a la muerte, o sintiera ira por ella. Pero aún así no mantenía vergüenza alguna sobre las reacciones que tenía su cuerpo al ser amenazando con una navaja. Mucho menos si aquellas reacciones eran causadas por uno de esos seres tan bastos, mandados por familias tan peligrosas como lo eran los De la Fleur. Y es que, la joven mujer tenía la certesa de que tal vez a el otro lado de la habitación o sentado a el otro lado del mundo jugando suavemente con una de sus características paletas, se encontraba aquella persona que le había encomendado a su matón raptarla desde el día anterior y mantenerle en cautiverio hasta recibir indicaciones sobre que hacer con su persona. Curiosamente, no se equivocaba del todo con sus conclusiones.

A casi el otro lado del pueblo, en una institución privada, de brazos cruzados arrimado con pereza a las barandillas de los lavamanos, se encontraba el miembro más reconocido de la familia Fleur. Quien esperando sonriente casi tras las gruesas puertas del baño de varones, jugaba con su paleta mientras practicaba de forma casi retorcida las palabras que emplearía para su querido amigo de ojos impares. Hacía todo aquello entretenido en su mundo, hasta el momento en el que su teléfono vibro, interrumpiendo por completo su concentración. Divertido e intrigado por el objetivo con el que era llamado de forma tan insistente, contesto.

— ¿Cómo carajo es que estás aquí? — Se escuchó del otro lado segundos después de haber sido atendido.

— ¿Cómo es que Terry Ander'ns ha sido capaz de hablarme así? — Contraataco de forma excesivamente burlona. Escuchando un gruñido frustrado del otro lado de la línea. Sonriente, se preparó para lo mejor.

— Mis errores solo pueden ser perdonados y juzgados por el señor. Escucha De la Fleur... ¿Dónde mierda estás? —  Él chico casi quiso colgar para reírse abiertamente de lo que acababa de presenciar. Aquel arrebato tan infantil de su amigo, era algo sorprendente que ocurría lamentablemente muy pocas veces. Por ello mismo, sonriente solo se limito a responder:

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