23 : Los santos.

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Cerca o lejos de algún punto cercano a su realidad, estaba él. Dentro de sí, en sus pensamientos, en sueños, existía algo que pertenecía a él. Tal vez solo culpa, puede que solo amor disfrazado en independencia, o solo ira. Ira mal entendida y convertida en esto que era ahora: venganza.

Llevaba ya un gran tiempo bajo el cuidado de aquella familia llena de espejos. Gabriel Obverl se había encargado de hacerle saber que no tendría oportunidad de volver a toparse con las finas brisas dadas por la libertad. Se encontraba "atrapada" dentro de un punto oscuro y lejano de la mansión en la que sabía estaría su hermanastro cuidando del Ander'ns menor. Atada de pies y manos sosteniendo obligatoriamente un crucifijo de oro pulido, postrada de rodillas frente a un peliazul que sonriente evitaba recitar algo más que palabras estrictamente calculadas. Todo con la única intensión de romperle e de alguna forma hacerle entender.

Sencillamente se preguntaba, ¿entender que exactamente? ¿Que la vida era injusta? ¿Que esto que hacían estaba bien? ¿Que aquellas profundas heridas solo habían ocurrido gracias a su misma? ¿Que Karla había muerto por qué era necesario? No era justo. Nada le devolvería el tiempo perdido. Nadie podría decirle que esto que ocurría era correcto. Ser infeliz no le parecía apropiado. Aun así, aunque quisiera gritarselo a la maldita de Anne en la cara, no podría. Su boca estaba sellada, no podía soltar las palabras que la ira atoraba en su mente. Necesitaba ser fuerte. Deseaba ser libre.

Más, en otro sitio lejano a el punto en donde aquella mujer se encontraba, ubicamos al escurridizo adolescente de ojos con tonalidades distintas. Este, junto a aquel otro chico de cabellos oscuros, se encontraba acomodado en su respectivo asiento, oyendo atentamente las palabras de su profesor de artes escénicas. Tanto aquel muchacho como el resto de chicos en el aula guardaban silencio expectantes a las explicaciones dadas por su educador actual.

Ambos sentados rectos sobre su sitio, observaban y anotaban silenciosos los términos que cada tanto soltaba aquel hombre que se mantenía sobre si mismo con fidelidad e intercalaba sus pasos para tener una vista completa de los alumnos a su alrededor. Los minutos pasaban lentos mientras las palabras y la tinta se secaba de forma lenta. Contrario a lo que se esperaría, los lapices, pinceles e lienzos se encontraban lejos del alcance de cualquiera en aquella sala.

Guss Tom'ynson deseaba con fuerzas que las clases como esta transcurrieran rápido para dejar a un lado su culpa y poder esconderse un rato tras el gran piano de cola que se perdía de la vista que cualquier curioso podría darle, en la desolada sala de música del tercer piso. Ver a su compañero de aires finos cubriendo parte de su rostro tras feas vendas con tonalidades blancas le era incómodo. Variedades de alumnos se habían preguntado el porque de sus golpes, curiosamente ni él ni alguien más había podido responderlo en voz alta. Claro que habían rumores, de ellos quería escapar y por lo mismo odiaba las clases como aquella llena de aburrida teoría y silencios incómodos, en donde obligatoriamente debía aguantar dos horas con varios pares de ojos.

No era algo que se notara desde lejos para otros, aun así, entendía completamente el silencio de Terry. Se observaba desde cualquier punto su incomodidad al estar frente al resto con aquel aspecto, sus presentaciones en la iglesia seguían, su tiempo en la iglesia seguía siendo el mismo, pero las noches en las que escapaban al balcón para lamentarse en silencio, cada vez eran mas frecuentes. Tanto, que ya las ojeras en el de ojos vicolor eran más que notorias. Le preocupaba, más sabía que tarde o temprano debería hacerse a un lado para permitirle desahogarse por su cuenta, no siempre podría estar allí, mucho menos Terry podría callar tantas cosas a su lado, al menos no de la forma en la que lograba hacerlo ahora. Ambos necesitaban un respiro del otro.

No dejaba de preguntarse internamente las razones de los padres de Terry, para haberle hecho daño de aquella forma, no dejaba de cuestionar si era su culpa, la de Daniell's o la de Eleonora. Necesitaba estrictamente un respiro nada si mismo. Por ello, en cuanto la ruidosa melodía de las campanas terminaron de escucharse por los pasillos de aquella lujosa institución, tanto el pelinegro como el ojiverde dejaron casi corriendo el aula, dejando atrás a los demás; como nadie lo espero, luego de días, ambos yéndose por un camino distinto.

Mientras el chico de rostro amoratado andaba a paso lento por el pasillo hacía la biblioteca, el de ojos verdosos simplemente doblaba esquinas y tarareaba bajo, una que otra melodía en su corto caminó hacia la sala de música. En su camino, esquivando a ciertos ojos curiosos finalmente logro encontrar el lugar en donde necesitaba estar, rápidamente tomo asiento sobre el taburete negro, enfrentándose al fino piano resplandeciente lleno de teclas blanquecinas. Entre suaves suspiros, dejando caer el cansancio de días, luego de un par de segundos, vagamente se permite desgastar las yemas de sus dedos sobre el suave titilar de las teclas, anestesiado por la pronta llegada de lo que tal vez, en un futuro no muy lejano podría, o seguramente sería crítico para sí.

Torpe o ágilmente, sus dedos corrían sobre su preocupación sensata sobre dejando a un lado el frío paso del tiempo. Una melodía forzosa resonaba por la sala acallando las frías gotas de agua que desde fuera resonaban contra el techo. Tal era su concentración, que ignorante al resto, su mundo interior bailaba a la par de la melodía que sobre el piano resonaba gracias al danzar de sus dedos.

Curiosamente, poco a poco, uniéndose a su silencio, el resonar flojo de un fino violín le hizo detenerse a escuchar, aun con el frío de sus ojos esmeraldas cerrados ante el embellecedor vibrato del instrumento que cerca suyo cortaba su percepción de la realidad. Segundos mas tarde sus ojos fueron abiertos al escuchar el acallado silencio nuevamente, gracias al final de la ajena melodía.

Volviendo a su realidad, observo a su lado acallado y embelesado por el recuerdo punzante causado por aquella melodía. Frente a él no había nadie más que el causante de todos sus desvelos y preocupaciones: Sam Daniell's Obverl. Ambos igual de ojerosos y demacrados se observaban en silencio. Todo acabo cuando el más bajo sin cuidado tomo asiento aún costado del mayor. Improvisando la pose de sus manos sobre el fino violín de oscura caoba, observo a su demacrado acompañante e silencioso procedió a volver a tocar.

Tiempo después, Guss pacíficamente también le acompaño en su larga sonata hasta encontrar consuelo en el turbio resonar de aquellos dos instrumentos y los lamentos dados por el tormentoso cielo. Ese día, al igual que todos ellos, los santos se permitieron llorar e arrepentirse un rato. Después de todo, ambos chicos solo tenían miedo de lo que deparará un futuro, gracias a las decisiones tomadas aquel tormentoso día. Ninguno dijo palabra alguna, no fue necesario, con el silencio de aquella mañana ambos pautaron secretamente huir del resto en el momento que fuera necesario. Eran dos locos, dos locos que lloraban entre notas junto a el cielo. Ambos rogando a los santos por un poco más de tiempo.

 Ambos rogando a los santos por un poco más de tiempo

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