—Si algún día vuelvo a ser un superhéroe, me gustaría poder seguir visitándote una vez por semana... —susurró el felino.
—A veces siento que tienes miedo de dejar de ser un superhéroe, pero te da miedo decirlo en voz alta.
—Me conoces bien —admitió el felino. Marinette asintió.
Realmente lo comprendía, porque ella también tenía miedo de dejar de ser Ladybug. Sentía que cuando era Ladybug, tenía una misión y era alguien importante, era alguien que ayudaba. Siendo solo Marinette... las cosas no se sentían tan bien, le faltaba una misión, le faltaba algo a su vida.
—Siento que cuando soy solo yo... las cosas no son tan geniales, es como si a mi vida le faltara algo.
—Creo que no deberías pensar así —sonaba tan hipócrita hablando de ese modo, porque ella se sentía exactamente del mismo modo —. Con o sin la máscara, eres alguien importante, no lo dudes.
—Yo siento que personas como tú deberían tener un Miraculous. Tú eres muy buena, Marinette —el corazón de la azabache dio un gran salto ante esa confesión, todo eso era tan dulce —. Siempre ayudas a los demás sin la necesidad de tener una máscara.
—Gracias, Gatito.
Ambos sonrieron. Siempre tenían esos momentos en los que decían cosas lindas del otro, ambos disfrutaban tanto de la compañía del otro.
—¿Me prometes que me dejarás seguir viniendo? —preguntó repentinamente el felino —, no quiero perder esto...
No sabía cómo catalogar lo que tenían, porque era algo especial, en ocasiones él sentía que era mucho más que una simple amistad, disfrutaba mucho todo eso, aunque le daba algo de miedo.
—Siempre podrás venir, Chat, eres más que bienvenido.
—Gracias, Princesa —él la abrazó, aferrándose a ella. Ella correspondió ese abrazo. Ambos corazones latían acelerados, inquietos, confundidos...