Me gustaban los días nublados casi tanto como los días de lluvia. Porque sentía que así sincronizaba mejor con mis estados de ánimo.
Cuando salí de casa sentí la brisa fresca en el rostro y noté la oscuridad. A causa del cambio de estación cambiarían pronto el horario, adelantando en una hora el reloj para que el día comenzara con algo de luz. Yo no le encontraba sentido, pero no podía reclamar. Sería al fin y al cabo como si durmiera una hora más por la mañana, tampoco me quejaba.
Llegué temprano a clases y me senté en mi puesto habitual. Josué llegó a escasos minutos después, cuando me encontraba acomodando mis cosas. Venía arrastrando los pies, notablemente cansado.
—Hola, Ripley. ¿Cómo amaneciste? —me preguntó, alargando una mano para darme una palmada en la espalda de forma amistosa.
No evité reír.
—Bien, lo normal. ¿Tú?
Me miró entornando los ojos como si lo que dije fuera algo incorrecto.
—Me duelen partes que no sabía que podían doler. ¡Tengo moretones bajo las axilas! —exageró, captando sin querer la atención de algunos compañeros, que lo miraron con asco y molestia.
Les devolví el gesto solo porque ellos también me miraban así cada tanto, como si fuera inferior a sus privilegios. Aproveché de recorrer la sala con la vista, inconscientemente, buscándola. No habían rastros ni de ella ni de Karen, hasta el momento. Aunque, en definitiva, sus cuerpos no deberían estar exhaustos como el de Josué.
—Es normal, supongo —le respondí—. Se te pasará en unos días.
—¿Y tú no eres normal? —inquirió, queriendo parecer gracioso. Mas fingí que no lo fue y me quedé serio, mirándolo—. Eh... no quise decir eso, yo...
—Que no se repita.
—Discúlpame, Ripley. Solo fue una broma.
Hacerlo sufrir ese momento hizo que me dieran ganas de poner atención a la clase. Se me hacía extraño llevarme bien con alguien más allá de la cortesía de compañeros de trabajo que tenía en Jerry's. Le di una sonrisa pequeña para que se calmara, y pude ver que relajó sus hombros, profundamente agradecido. Él realmente se estaba esforzando por caerme bien. Y no entendía por qué. Yo no era interesante y no podría obtener tampoco nada de mi amistad. Me encontraba en lo más bajo de la pirámide jerárquica de toda la clase, y parecía no importarle.
Ese pensamiento se quedó grabado en mi mente. Josué no era interesado. Eso me agradaba. Además, estaba el hecho de que era un marginado al igual que yo, aunque no de la misma forma, y no lo había querido ver hasta hoy. Él llevaba más de un año intentando acercárseme, y parecía que se rendía cada tanto. Estas últimas semanas supongo que su suerte aumentó cuando me cambiaron de puesto para comportarme mejor y aprender de él. Y aunque fuese castigo para mí, estaba resultando ser el mejor compañero de mesa que había tenido en toda mi vida.
—¿Tienes un lápiz? —le pregunté.
Ya venía siendo tiempo para aprender lo suficiente como para salvarme por los pelos en el examen que se aproximaba. Así que decidido a ello, saqué de mi mochila mis lentes. Los había dejado de usar hace tantos días que casi tuve el impulso de soplar el polvo acumulado de sus cristales.
—Sí, toma —me lo acercó sonriente. Y se me quedó viendo, curioso—¿Te presto mi líquido de lentes para que los limpies?
Simplemente asentí y él hurgó en su mochila hasta encontrarlo. Era una práctica botellita con spray.
—Gracias. —Se lo recibí e hice lo mío con agilidad. Usé la base de mi camiseta bajo la camisa para limpiarlo bien. Tenía muchas telas para lentes en la casa, pero de alguna u otra forma siempre se me terminaban perdiendo.