—¿Eso escribió en la mesa? Yo pensé que había puesto Isa y Víctor por siempre, o algo así —se rio Josué. Tenía una risa contagiosa, hizo que se me pegara una sonrisa, aún con el ceño fruncido.
«¿Qué motivo tuvo para anotar eso ahí? ¿Era un recordatorio para ella misma o una nota para mí?». Esos casilleros estaban en el segundo piso, no recibíamos ninguna clase ahí, no tenía sentido.
Volví a prestarle atención a Josué.
—¿Tú hiciste tu maqueta? No la veo contigo.
Él asintió.
—Sí, está en mi auto.
Asentí.
Cierto, el 99,9% de los estudiantes del Signum Fidei llegaban en auto. Algunos conduciendo, y otros con los choferes de su familia. Con lo cara que era obtener una plaza de aparcamiento, el instituto se había preocupado de comprar un terreno lo suficientemente grande como para que cada estudiante tuviera un espacio disponible para rentar junto a su mensualidad. Mi plaza, si es que tuviera una designada, de seguro tendría telarañas, porque me iba caminando.
—Ah —le respondí. Ya no sabía qué más hablarle. Así que volví la vista al frente. La pelirroja estaba riendo a carcajadas con la chica a su lado, esperando, al igual que todos, a que el timbre sonara para salir a recreo.
—Te... ¿te gustaría que la compartiéramos?
Volví a mirarlo, con el ceño fruncido.
«¿Qué?»
Parecía sincero.
—¿De verdad?
—Sí —se rascó su cabeza, nervioso—. Es que el empleado de papá la hizo y quedó demasiado buena, nadie creerá que la hice yo solo.
Entonces reí.
—¿Y mis increíbles cualidades artísticas serían una buena excusa?
Todos sabían que nunca hacía ningún trabajo que requiriera comprar materiales. Solo, muy de vez en cuando, realizaba tareas de investigación o que no me tomaran mucho tiempo. Por cumplir y salvar el semestre, más que por otra cosa.
—Dos personas son más creíbles que una. ¿Aceptas?
—Te debo una, Josué. Me salvaste.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Casillero 201, clave 333.
La curiosidad hizo que después de buscar algo para merendar fuera al segundo piso. No había nadie cerca, todos estaban socializando en el patio trasero y cerca de la cafetería. Llegué a la hilera de casilleros comiéndome una manzana roja.
—190... 195... 201, aquí está.
Sin mayores expectativas, puse la clave y abrí después de darle otra mordida a la manzana.