Llegué a la casa con una extraña sensación de desasosiego.
Se me había pasado el dolor de cabeza, sin embargo, me sentía un poco mareado aún, a pesar de que antes de entrar a la última clase fui por comida siguiendo la sugerencia de la enfermera.
Mi mamá se encontraba en la cocina, revolviendo algo en la olla. Me extrañó verla ahí, se suponía que su turno no terminaba hasta la noche.
—Hola mamá.
—¡Hijo! No te oí llegar —Tapó la olla y bajó la llama de la cocinilla—. ¿Cómo te fue en el instituto?
Me encogí de hombros.
—Bien, sin novedad.
—Que bueno, hijo. Aunque te noto algo pálido, ¿te sientes mal?
—Estoy bien. Y tú, ¿por qué llegaste antes hoy?
Noté la forma en la que intentó restarle importancia a lo que iba a decir incluso antes de que abriera la boca.
—Ah, no es nada —dijo, y supe que me estaba mintiendo—. Jerry me despachó antes, ya que ayer trabajamos mucho.
—Qué considerado se puso don Jerry de pronto —comenté con sarcasmo, mi mamá se paralizó unos segundos, solo para tratar de arreglar su impresión dándome la espalda para concentrarse nuevamente en la comida que estaba preparando—. ¿Te sentías mal y le pediste salir antes?
Mamá era una pésima mentirosa.
—Tuve un pequeño malestar. Él me dio la tarde libre, hijo.
—Bueno, bueno. Pero, ¿ahora estás mejor? La semana pasada estuviste decaída también.
Caminé hacia ella y me gané a su costado para ver su reacción. Desde que tenía memoria sabía cuando alguien no me decía la verdad, y lo notaba sobre todo con mi mamá, que era más expresiva de lo que a ella le convenía.
—Fue solo un mareo, pero él exageró —dijo mirándome a los ojos. Tenía ojeras pronunciadas, no había pasado buena noche ni descansado lo suficiente.
—Yo te puedo cubrir las horas restantes, para que no te marque la inasistencia y descanses, mamá. Pero, de verdad, tienes que dormir.
Negó con la cabeza.
—No, Ri. Quédate en casa conmigo, no trabajes por mí.
No supe entender si se había olvidado o no, pero el pago del arriendo era mañana, y no podíamos permitirnos un día sin propinas, mes a mes llegábamos justos a la meta.
—El arriendo vence mañana.
Su expresión fue sincera.
Se le había olvidado.
—Lo sé... Pero no quiero abusar de ti, hoy es tu día libre, descansa conmigo aprovechando que Jerry me envió a casa. Un día no hará la diferencia. Además, los lunes tienden a ser malos.
—Pero el parque está abierto, no es un lunes normal.
Mamá me lanzó una mirada de lástima. Pero la lástima no paga cuentas, y entre estar en la casa haciendo nada y estar trabajando y ganando propinas, era una gran diferencia.
Mamá vaciló antes de hablar.
—¿Vamos al parque? —propuso.
