Abrí los ojos abruptamente, jadeando. Me paré del sillón mullido, escapando de la imagen vívida que había retenido mi cerebro como un bucle.
Víctor, ¿Víctor había intentado matarme?
Mi corazón latía con fuerza. Sentía como si estuviera ahogándome, sin poder escapar de la sensación de peligro. Estuve expuesto, desesperado, ¡y él había abusado de su experiencia en el mundo de los sueños! Mi mente era un torbellino de pensamientos confusos. ¿Se podía morir en los sueños? ¿Por qué él, siendo hombre, parecía tener igual o más cantidad de control que Isabella, que había sido entrenada en una escuela especial para eso?
Conocía a Víctor desde hace muchos años. No éramos rivales, ni mucho menos. Nuestra relación se basaba en ser compañeros de curso y, una que otra vez, compartir el nombre en una misma mesa por ser de los chicos considerados más atractivos de la generación en el Signum Fidei. Y así fue hasta hace unas semanas atrás, antes de que llegara Isabella.
Antes de ella la monotonía de mis días era eso y nada más. Ahora resultaba que ni siquiera podía estar tranquilo en mis sueños. Mamá me había ocultado todo este mundo y ahora estaba en desventaja. Me gustaría al menos tener el básico de los conocimientos al respecto. Iba a tener a Isa a mi favor, pero ni siquiera para eso tuve suerte. Yo no tenía pareja designada, e Isa tampoco quería incomodar a Víctor, así que su ayuda no era del todo una alternativa.
¿Víctor habrá hecho eso por celos?
Miré alrededor del pasillo, buscando algo que me tranquilizara para distraerme. Pero, el blanco de las paredes y el barandal del tercer piso hizo que mi mente fuera ahora consiente de la altura, y sentí más terror. Volví a sentarme y puse atención en la televisión, dándole la espalda a todo. No había pasado ni media hora desde que me quedé dormido, y ahora estaban pasando el clima en el noticiero. Enfoqué mi atención en eso, moviendo las piernas y haciendo crujir mis nudillos.
¿Víctor quería que me atacara el tiburón?
¡Yo no le había hecho nada! Es más, en lo que respectaba a Isabella, había tomado la decisión de rendirme así sin más. La explicación de ella había sido clara, y no podía hacer absolutamente nada para cambiar el orden de las cosas, y lo que dijo y yo creí sentir en su momento. Eso era algo del pasado que debía superar en el corto tiempo a futuro. Pero, si no era por Isabella..., ¿qué había impulsado a Víctor para colocarme en esa situación?
Si su respuesta era por una mujer..., sin desmerecerla, me parecía ridículo. Por ese motivo era más sensato para mí dar un paso al costado. Prefería mi propia integridad, aunque fuera egoísta.
O quizás, solo quizás, todo había sido una mala broma de iniciación, o algo así.
Solo esperaba que no volviera a repetirse.
Decidí ir a dar una ronda a la habitación de mi mamá, para olvidar todo y relajarme. Cuando ingresé a su pasillo me encontré con las enfermeras jugando a las cartas tras su mesón de atención. Al verme, dejaron su partida y una de ellas se me acercó, amigable.
—Ripley, ¿cierto? —me preguntó, sonriente.
Asentí.
—Sí, ¿ocurre algo?
—Oh, mucho gusto —dijo, levantando su mano para estrecharla, ese saludo se me hizo de lo más extraño e innecesario, pero aun así la imité—. Mi nombre es Soledad, pero puedes decirme Sol, soy la encargada de la señora Sara, tu mamá. No habíamos tenido oportunidad de conocernos antes, pero soy hermana de tu amigo Josué.
—¿Josué?
—Sí, por Instagram me enteré que el lunes anduvo de visita aquí. Como el muy ingrato ni siquiera me avisó ni mucho menos saludó, le reclamé y me contó que un amigo cercano tenía a su mamá hospitalizada aquí. Solo por eso lo perdoné.
—Oh. Pues... —Soledad hablaba mucho y eso no me daba confianza. Ahora, además de seguir alterado, tenía también muchas preguntas—. No sabía que las enfermeras podían escoger a los pacientes.
Eso fue lo primero que pensé en voz alta. No quería más sorpresas. Después de lo de Víctor, ninguna de las personas de mi circulo cercano me parecía confiable.
—En teoría no se puede, pero como soy de planta y esta es mi semana corrida, sí, sí se puede. Ya me aprobaron la solicitud para hacerme cargo de este pasillo.
Mmm. Más respuestas largas.
—El doctor dijo que pronto la darían de alta, pero muchas gracias de todos modos —respondí hostil—. No sabía que Josué tenía una hermana, la verdad.
Miré de reojo a sus colegas. Éstas estaban concentradas en su partida de cartas, ninguna nos estaba colocando atención.
—¿Quieres un café? —me propuso en cambio, amigable—. Acabamos de hervir agua.
Rápidamente negué.
—No, muchas gracias. Estoy bien.
Se encogió de hombros, despreocupada. Noté que sí tenía un parecido con Josué, solo que sin lentes y sin acné. Tenían la misma nariz y forma de cara. Si fuera una cabeza más alta y unos años menor, hasta diría que eran mellizos.
—Bueno, si llegas a necesitar algo, no dudes en contactarme.
Asentí.
—Gracias, eso haré.
Me sonrió. También tenían eso en común, su dentadura era igual de perfecta. En el Signum Fidei nadie tenía mala dentadura de todos modos, el desfile de brackets había terminado a comienzos del primer ciclo, incluyéndome, gracias al seguro de mi papá y a las insistencias de mi mamá.
—Hace un rato fui a ver a la señora Sara, así que adelante, ve a verla tú. Todo está en orden —me instó, justo cuando me disponía a hacer exactamente lo mismo—. Y descansa.
Asentí, un poco incómodo. Su aura me transmitía inquietud y desconfianza a pesar de que sus palabras demostraban lo contrario. La gente amable nunca me ha parecido del todo autentica. Aunque, a veces culpo la falta de mi figura paterna y las verdades que escuché desde niño respecto a eso. Nadie es bueno sin buscar algo a cambio, así de fácil.
Me despedí de ella con la cordialidad que se despide un desconocido, y seguí mi camino hacia la habitación de mamá.
Ahí estaba ella, durmiendo, como supuse. Los calmantes según me había enterado por la mañana, habían sido reducidos a la mitad. Así que su sueño noche tras noche no sería tan reparador como el del borde de la inconciencia de los primeros días pos operatorios.
Verla dormir me daba paz.
Cuando era pequeño y me despertaba en medio de la noche, no contento con el mal dormir, me iba a su habitación para refugiarme entre sus brazos. Ya cuando fui creciendo me hice consciente de que quizás la incomodaba al hacer eso, así que cuando tenía pesadillas dejé de molestarla. Así ella, seguramente, creyó que yo no era un Hipersomnia, porque dejé de contarle lo que me pasaba, lo que soñaba y veía. Que ahora que lo pienso, era bastante trágico para ser el sueño de un niño.
Ahora tenía muchas ganas de contarle todas mis cosas. Quería decirle que habían intentado atacarme en mi sueño y que no supe cómo defenderme. Quería que me dijera cómo mejorar, qué tenía que hacer, qué no. Pero a la vez sabía que ella estaba en recuperación y no quería preocuparla, ya habría tiempo para eso.
Me senté en la incómoda silla y busqué refugio en las redes sociales para evitar dormir. Tenía miedo de que, si volvía a estar en el otro lado, algo malo pudiese pasarme. En la noche se duerme. Existía una buena cantidad de posibilidad en que él estuviera ahí esperándome, o haciendo quizás qué cosa. Lo más seguro sería desvelarme y dormir durante el día, cuando él estuviera en clases.
