Hacía frío y se pronosticaba nieve por la noche. No tenía nada en contra del clima gélido ni mucho menos, pero era friolento por naturaleza y la ropa que llevé desde casa no era adecuada bajo ninguna circunstancia. El mal clima me obligaba a no salir del hospital, porque ahí había aire acondicionado y estaba temperado. El problema era que me costaba estar quieto y el hospital deprimía mi autoestima enormemente.
Mamá estaba bien. Su avance resultó ser favorable y eso era lo único que me importaba. Pero, seguía débil, y adelgazaba junto con los días. Solo se podía alimentar por sonda nasal, y hablaba poco por lo mismo, porque según ella se ahogaba y le costaba respirar. Además, se quejaba constantemente del dolor de garganta después de que le retiraron la entubación del respirador mecánico.
Cuando le hicieron ayer su primer renovación de vendaje y yo estuve presente, noté que le habían rapado la mitad de su cabeza. Me entristecía mucho verla así de vulnerable, pero el pelo crece, y era para que su vida fuera larga y no sufriera.
Éramos afortunados.
No podíamos quejarnos.
Decidí instalarme en el pasillo de neurocirugía. Ahí había un sillón mullido y un televisor empotrado en la pared junto a la ventanilla de conserjería. Decidí acomodar el sillón frente al televisor, dándole la espalda al pasillo, para que cuando la gente saliera del ascensor no me viera.
Saqué de mi mochila el envase con las cosas que había elegido del tenedor libre. Como un chico listo, me había ido a ganador con la comida no tan perecedera. Lamentablemente, en ese ámbito no eran muy interesantes las mezclas que podía incluir en un solo contenedor, así que tuve que conformarme con elegir mezclas afines.
Galletas, pie de limón, muffin, y unas donas. Solo eran cosas dulces, pero no necesitaban recalentado y aguantaban más a temperatura ambiente que, por ejemplo, un plato de comida corriente.
Comí a gusto la comida de dos días mientras cargaba mi celular y veía las noticias. Eran pasadas las ocho de la noche así que no había nada interesante realmente. Además, salvo el sonido mínimo del televisor, no había ningún otro ruido en todo el piso. Las visitas se habían terminado hace una hora así que éramos muy pocos los afortunados de estar bajo ese techo que no fuéramos ni pacientes, ni profesionales de la salud.
—Esta credencial te permitirá quedar después de horario —dijo el doctor, entregándome una tarjeta blanca con la palabra VISITA, con un listón azul y el logo del hospital. Parecía muy personal como para que yo lo aceptara así como así, era importante—, de lunes a domingo, todo el día.
—Muchas gracias, doctor.
—Ya estás registrado como visita así que cuídala. Si un guardia te pregunta, tú se la muestras y no te molestará.
—Entiendo. Muchas gracias.
A eso de las nueve, y producto del exceso de azúcar, me comencé a quedar dormido ahí sentado. Tenía dos opciones. La primera era dormir ahí sin más, y la segunda era entrar a la habitación de mi mamá, pero en esa pieza además de estar con otro paciente, no había nada más que una silla incómoda. Los días anteriores producto del miedo había decidido que sería ahí mi lugar predestinado, pero la espalda me dolía a horrores y, además, ella ya había salido de la zona de peligro y según todos los expertos, estaba bien. En una semana a lo mucho estaríamos en casa, su avance era excelente. Y la recuperación sería terminada en nuestra ciudad mediante controles y chequeos mensuales, lo cual simplificaba todo.
Cerré los ojos y me acurruqué como pude en el sillón, tranquilo, haciéndome más pequeño. La vida comenzaba a sentirse un poco mejor, un poco más en paz. Me permití no colocar alarma despertadora hasta las 07:40am. La ronda matutina de médicos era a las 08:00am en punto, así que solo bastaba despertarme un poco antes para poder alcanzar la comitiva y escuchar lo que tuviesen que decir sobre mi mamá, que por lo demás, en las últimas intervenciones grupales que le hicieron, ella entabló conversación breve con ellos. Eso sí, bajo el efecto de los calmantes.
