Capítulo 26 (con imagen)

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—No confíes en las palabras, confía en las acciones. Hay mucha gente que habla bonito y actúa mal, tú pretende ser de las personas buenas, hijo.

Me reí.

—Pero pretender es aparentar, es más conveniente decir que debo ser bueno y ya —la corregí. Mamá a veces se ponía filosófica de la nada, sobre todo cuando veía esos programas de televisión donde salían adolescentes problemáticos que contaban su vida—. Yo no soy malo, mamá. Solo a veces un poco incomprendido.

—No se te puede decir nada lindo, Ripley —me reclamó—. Y lo sé, solo es agradable recordártelo. Así como también aprovecho de decirte que puedes confiar en mí para cualquier cosa, y que te quiero, obviamente.

Definitivamente el episodio que vio debió ser triste.

—Gracias, mamá. ¿Nos preparamos para ir a trabajar?

Asintió.

La normalidad de nuestras rutinas era ir a Jerry's. Así que estar privados de eso por mucho más tiempo, de seguro significaría una tortura para ella. Es increíble como se pueden llegar a extrañar las pequeñas cosas. Como por ejemplo, planchar el uniforme del trabajo para lucir bien, arreglarnos, y sonreírle a clientes que muchas veces no consideran esos detalles.

La operación terminó hace una hora y fue un éxito. El mismo doctor que nos atendió en su consulta el día sábado salió a contarme la enhorabuena. Ahora solo bastaba que despertara de la anestesia y podría pasar a visitarla en el horario correspondiente dentro de la mañana.

Estaba tan feliz que...

Estaba tan feliz que

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No pude evitarlo.

Al instante me llegó su respuesta.

Al instante me llegó su respuesta

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Sonreí y bloqueé el celular.

Con ayuda del doctor me dieron una credencial especial para poder cuidarla de forma permanente. Eso sí, desde que despertara y hasta que la trasladaran a una sala común. Eso significaba que me tenía que hacer cargo de su higiene personal como estar atento ante cualquier posible subida de fiebre o demás. Lo cual era más habitual que el prescindible control de las enfermeras. Además de que un paciente operado de la cabeza sufre de un habitual trastorno de pérdida de memoria por unos días, y no se puede confiar de sus capacidades como para, por ejemplo, pedir ayuda en caso de emergencia pulsando el botón de auxilio junto a su mano diestra.

Josué me llamó para preguntarme cómo había amanecido, poco después del mensaje de Isabella, así que supuse que había salido del aula para hacerlo, porque era horario de clases de matemáticas, para ser precisos. Charlé unos dos minutos con él, en donde me preguntó si necesitaba algo, para él llevármelo personalmente saliendo de clases, pues ya había avisado a su familia y tenía coordinado un viaje al cual no me podía negar ni evitar, ya que conocía la ubicación del hospital y también el horario de tarde de visitas.

Era extraño que alguien me preguntara cómo estaba, o se acordara de mí, o... se preocupara. Pero, a su vez, descubrí que me gustaba ese tipo de atenciones. Me lamenté una vez más por haberle sido indiferente por tanto tiempo. Habíamos sido compañeros otros tres años y recién este le permití acercárseme un poco más. Había estado profundamente equivocado con él. Tendría que compensárselo en algún futuro.

Recién a las diez de la mañana una amable enfermera salió a buscarme para decirme que mamá estaba despertando. Así que siguiendo sus pasos entramos a su solitaria habitación.

Me acerqué a la cama con miedo. Vi que estaba conectada a muchos cables y máquinas que emitían pitidos y sonidos constantes. Un tubo le salía de la boca y una delgada sonda por uno de los orificios de la nariz. Tenía vendas blancas alrededor de su cabeza, y su antebrazo algo amoratado conectado a medicamentos intravenosos. Sus ojos estaban cerrados, pero supe que estaba despierta porque cuando me acerqué intentó abrirlos.

—Sigue algo adormecida, el efecto dura respecto al paciente. Como ella es muy delgada quizás se demore un poco más que el promedio —me explicó la enfermera, a la vez que revisaba que los medicamentos conectados a su ante brazo estuvieran goteando correctamente.

Asentí sin saber qué otra cosa decirle.

Me sentía abrumado por una mezcla de emociones: miedo, tristeza, impotencia. No quería ver a mi mamá así, conectada a tantos aparatos, tan frágil y vulnerable. Quería que se despertara y me sonriera como siempre, que me abrazara y me dijera que todo iba a estar bien.

Pero en ese momento solo pude mirarla en silencio, tomándole la mano y rogando para que se recuperara pronto. Quería que despertara y me dijera que se sentía perfectamente, y que no pertenecía al grupo de personas que sufrían pérdida de memoria, como me había insinuado el doctor. Me sentía pequeño y asustado, pero también quería ser fuerte para ella, para estar a su lado y apoyarla en ese momento difícil.

Y así estuve con ella hasta que abrió los ojos a medio día, esta vez completamente, como si solo hubiese despertado de un sueño reparador. Su primer instinto fue sacarse el tubo que tenía conectado a la garganta. Eso me puso en alerta y rápidamente presioné el botón de auxilio a la par que le sujetaba las manos para que no se desconectara ella sola.

—Tranquila, mamá, ya viene alguien a ayudarte. No te asustes, la operación fue un éxito. Esto te estaba ayudando a respirar mientras lograbas despertar.

Me miró con pánico, pero se quedó quieta.

La misma enfermera de hace unas horas ingresó a la habitación, y rápidamente entendió lo que estaba pasando, tomando el control de la situación.

—Señora Sara, mi nombre es Sofía, soy su enfermera de turno. Necesito que me coopere para retirar esto de su garganta, ¿sí? —Mi mamá asintió débilmente y de inmediato arrugó el entrecejo, como si le doliera la cabeza. Quería tocarse el vendaje, pero como le teníamos las manos sujetas no pudo hacerlo—. Suéltale las manos, yo me encargo —me pidió a mí.

Le hice caso y retrocedí para no molestarla. Vi como le sujetaba ambas muñecas inmovilizándolas con la ayuda de unas gasas a los barrotes de la camilla.

Me sentí nervioso y ansioso mientras observaba a la enfermera prepararse para retirar el ventilador de mi mamá. Había dicho que era un procedimiento rutinario, pero no pude evitar sentir miedo de que algo saliera mal.

Mi mamá se había tranquilizado, quizás por el aumento de sedante, pero pude ver la tensión en su cuerpo. La mujer le habló suavemente, explicándole lo que iba a hacer, aunque sabía que ella no podía responder.

La enfermera se acercó y comenzó a desconectar el tubo del ventilador. Contuve la respiración mientras vi como el mismo era retirado lentamente de la tráquea de mi mamá. Ella tosió un poco y se movió ligeramente, pero la calmó con suavidad, explicándole que todo iba bien.

Cuando terminó presencié como luchaba por respirar sin el ventilador.

—¡Se está ahogando! ¡No puede respirar!

La enfermera le puso una mascarilla de oxígeno al mismo tiempo que terminé de pronunciar esas palabras, y me brindó una sonrisa para demostrarme que todo estaba bien, que sabía lo que hacía.

Me sentí aliviado cuando vi que mi mamá comenzó a respirar con más facilidad.

—¿Ve que no estuvo tan mal?

Ni tan vivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora