Le dieron el alta a mamá el viernes por la tarde. Y juro que, caminar junto a ella tomados del brazo, me transmitió una alegría tan grande que era difícil verbalizar en palabras. Sentía que me había ganado la lotería.
Habíamos conversado acerca de su enfermedad. Le pedí que fuera sincera conmigo, y que no me ocultara nunca más ninguna cosa. Yo era su único hijo, y la única familia que tenía cerca. Los otros De la Cruz estaban asentados en el norte, y salvo por una que otra llamada telefónica, yo ni siquiera los conocía en persona. Además, tampoco tenían el mejor de los tratos con ella. Solo la llamaban cuando querían dinero, y mamá con su complejo de no saber decir que no, terminaba transfiriendo a veces el dinero que teníamos destinado para la compra de alimento mensual.
—Confirmé tu hora a médico de mañana —le mencioné.
Íbamos caminando rumbo al estacionamiento trasero del hospital, ahí nos estaba esperando Jerry. Estos días había estado bastante atento con la evolución de mamá, y cuando le conté que la darían de alta se ofreció a llevarnos a casa. Por supuesto, acepté. Era lo mejor para ella. Tomando en consideración que nos ahorraríamos también el pago de un taxi... que por lo demás estaba decir, cuando el chofer se enterara del sector a donde nos llevaría, nos cobraría un dineral alejado de la tarifa ordinaria. Era una de las desventajas de vivir en un buen barrio, y ser pobre.
—¡Sara! ¡Ripley! Qué alegría verlos.
—Gracias por venir a buscarnos, Jerry —habló mamá—. Disculpa las molestias.
El susodicho le restó importancia con su mano, chasqueando a su vez la lengua.
—Los años trabajando juntos nos han hecho amigos, casi familia. Nunca será una molestia, Sara.
Una vez más su forma de hablar hizo que se me contrajera el corazón. Él se había convertido casi en una figura paterna para mí. Y el hecho de que tuviera consideraciones como esas por nosotros, era todo lo que yo necesitaba para pensar en él como un amigo, no solo nuestro jefe.
—Gracias, Jerry. Por todo —le respondí.
Tras subirnos a su camioneta nos llevó a nuestra casa envueltos en una conversación agradable y superflua. Nos contó sobre el desastre que era Jerry's sin nosotros. Y que había contratado a una chica para que atendiera mesas, que resultó renunciar a los dos días de firmado su contrato de trabajo. Dijo que había tenido que tomar medidas drásticas, y su esposa al verlo estresado decidió salir a trabajar, como en sus inicios. Según él, era más sencillo así. Aunque lo malo fuera tener que dividirse el cuidado de su primogénito, que por la edad que tenía no era independiente en lo absoluto.
—Ahora mi esposa se encuentra allí, yo iré a cubrirla en la tarde puesto que justamente hoy nos pidió el día libre la Yami.
Yamileth era la cajera designada. No sabíamos por qué, pero todos los meses, más o menos en estas fechas de mediados, ella faltaba. Corrían rumores de que debía ir a firmar a la comisaría, pero no hemos querido preguntarle porque sería irrespetuoso. Además, si ella no lo había querido desmentir, eso dejaba más verdades que dudas al respecto.
—Este sabado tendremos novedades sobre mi tratamiento —dijo mamá con dificultad, últimamente le costaba pronunciar algunas palabras. El doctor nos dijo que era normal, y que con una exitosa operación retomaría una vida cotidiana casi en su totalidad.
No mentiré diciendo que me había quedado satisfecho con las palabras y explicaciones del doctor que nos atendió estos días. Yo necesitaba saber más detalles, así que me había dedicado toda la semana a reunir información por internet, en distintos foros de investigación con mis escasos conocimientos tratando de entender todo, y buscándole el significado a las palabras que desconocía.
