Capítulo 20

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Estaba acostumbrado a llamar la atención. Sin embargo, esta mañana cuando ingresé al Signum Fidei, noté que la gente me miraba más de lo normal. Así que tuve la necesidad de ir al baño de hombres para revisar en el espejo si había algo malo en mí o en mi ropa, no porque fuera presuntuoso, sino porque quería evitar alguna posible vergüenza.

No tenía nada, me veía igual que siempre. Entonces, caí en la cuenta de que quizás solo eran alucinaciones mías y me sentía perseguido porque mi mente así lo decidió.

Salí al pasillo y sin querer espiar ninguna conversación, llegó a mis oídos el cuchicheo de un rumor que me tenía a mí como partícipe. Admito que no era la primera vez que oía mi nombre en los pasillos, pero el rumor era nuevo e insultante, así que apresuré el paso y me dirigí al aula para presenciarlo con mis propios ojos.

Lo primero que vi fue un atado de cabello rojo amarrado en una coleta alta, que aún así, le llegaba a la cintura. Lo segundo, fue a Víctor riéndose escandalosamente, como nunca antes. Ambos estaban bastante cerca del otro, cómplices, y sin percatarse del resto. Lo único malo era que estaban al final de la sala, donde yo solía sentarme con Josué. De este último no habían señales todavía. Aunque en general, la sala estuviera más vacía que llena de estudiantes. Al fin y al cabo, era temprano.

No quise interrumpir lo que sea que hubiesen estado conversando, así que salí de la sala y esperé pacientemente a que más estudiantes entraran. Cuando llegó el profesor, fui el último en ingresar antes de que él cerrara la puerta.

Como intuí, habían decidido sentarse ahí. Ambos seguían cuchicheando absortos en su pequeño círculo de confianza, dejando así dos únicos puestos vacíos en la primera fila al lado de la puerta, que generalmente eran sus puestos. Genial.

—No sé si puedas salvarte esta vez, Ripley —habló el profesor, animado—. Pero me alegra ver que decides sentarte adelante, así verás y aprenderás mejor. Te felicito.

Una cosa era trabajar juntos en las tardes, y otra muy diferente era estar en su clase con él pensando que yo me volvería un mejor estudiante. Aún así, le asentí e intenté disimular mi nerviosismo al notar el mar de miradas curiosas en mi dirección. No tenía fuerzas para esforzarme en lucir alguien compuesto, así que me senté medio apoyado en la pared mirando en dirección al profesor.

Josué llegó atrasado a los pocos minutos, e ingresó pidiendo disculpas. Lucía un estado bastante cansado y enfermizo. Como si no hubiese descansado nada por la noche. Se sentó junto a mí sorprendido tras notar de mala gana que nuestros lugares habituales estaban ocupados. Seguramente en sus planes no había estado tener que cuidarse de ser punto de mira de cinco corridas de asientos hacia atrás con estudiantes.

—Hola, Ripley —me saludó mientras colgaba su mochila en el respaldo de la silla—. ¿Por qué estás aquí?

Articulé un "hola" con los labios y dirigí mi atención al frente, encogiéndome de hombros. Quería seguir el consejo de mamá, pero sin faltarle del todo el respeto. No éramos amigos, pero era lo más cercano que tenía a uno. Si mi mamá se equivocaba, no quería tener que recibir los platos rotos. Lo mejor era ser precavido y mantener una sana distancia hasta que todo este tema cobrara sentido en mi cabeza.

La misión del día consistía básicamente en escabullirme entre la multitud y estar solo, por seguridad.

Aunque poco sabía yo que Isabella me pusiera las cosas así de sencillas. Pues, al parecer, ella también estaba empeñada en ignorarme, así que la tarea se me hizo mucho más sencilla.

A la hora de almuerzo me fui a esconder a la biblioteca. Le perdí la pista a Josué cuando este, en un despiste, se quedó conversando con otro compañero sobre la tarea que nos habían dejado. Y a mí, como eso no podía importarme menos, me dejó de prestar atención.

No diré que me llevé más de una mirada cansina en ese lugar. La biblioteca era para ir a hacer tareas y leer libros, no para comer. Así que tras la primera queja tuve que ir a esconderme en el lugar más apartado que encontré, que resultó ser una habitación con cubículos de estudios en donde todos los escritorios estaban individualizados, al final de la biblioteca, al lado de la sala de reuniones insonorizada. No había nadie allí, así que pude almorzar tranquilo.

Cuando sonó el timbre de ingreso a clases de religión, me aventuré a llegar de los primeros. Quería asegurar mi puesto de siempre, porque moría de sueño y sentarme adelante y además dormir no era una muy buena idea. Además de que le tenía respeto a la clase. Era de las pocas donde no tenía anotaciones negativas.

«¡Bingo!»

No habían mochilas apartando el puesto ni nada representativo que me dijera que ahí se iba a sentar alguien, así que me apoderé de mi mesa habitual como si la hubiese extrañado todo el día. Que de hecho, fue así.

Cuando recosté la cabeza en la mesa sentí el dulzor del perfume de Isabella. Automáticamente me erguí y abrí mi mochila en busca de mi desodorante en spray que llevaba conmigo a todos lados. Sin mayor ceremonia, lo esparcí creando una burbuja de aire fresco a mi alrededor. Sabía que era exagerado, pero tan solo su olor me ponía de los nervios. Lo cual era una sensación de lo más desagradable.

Me hice el dormido lo suficiente hasta que la sala se llenó de estudiantes. Solo ahí, corroboré de buena gana que había ganado la competencia imaginaria del mejor puesto. La pelirroja no tuvo más remedio que regresar a su lugar habitual. Al fin y al cabo, la que comenzó el día amenazando sin palabras fue ella, no yo.

—La nueva se aburrió de Ripley —había sido el comentario que escuché en la mañana.

—Se cree la gran cosa —dijo otra chica—. Veamos si le funciona con Víctor.

La clase comenzó, y a mediados de esta, el profesor dijo que debíamos reunirnos en grupos de tres personas. Nos pidió crear una disertación de un tema al azar sobre uno de los diez mandamientos, que había sido el tema del mes.

—Esta vez yo haré los grupos, necesito que trabajen su compañerismo y socialicen más. Me tomé la libertad de crear una tómbola en internet con sus nombres. Así que... —dijo, mostrándonos con ayuda del proyector a lo que se refería—... colocaré el número tres aquí, acepto allá, y veamos los integrantes de cada grupo.

En la pantalla apareció el nombre de tres compañeros que no conocía. En la segunda ronda apareció Karen junto con dos compañeros más. En la tercera  Josué, Isabella y otro chico. En la cuarta la pareja de la maqueta del edificio, junto con uno de los amigos de Víctor. Y como si lo hubiese invocado, en la pantalla apareció su nombre, el mío, y el de una chica que no conocía.

«¿Con Víctor?»

Reúnanse los grupos, y elijan a un líder para que se acerque a mi escritorio a retirar el tema que les tocó.

Tanto Víctor como la otra chica se acercaron a mi puesto, así que no tuve que moverme.

—¿Voy yo? —se ofreció Víctor.

—Por mí no hay problema —le respondí.

Puso su atención en la otra chica y esta también asintió.

Ambos vimos como la magnificencia de Víctor caminaba entre las mesas y se dirigía donde el profesor. Allí recibió un papel doblado y regresó triunfante.

También noté, bastante a mi pesar y para mi sorpresa, que Isabella tenía la vista fija en su anatomía.

Ni tan vivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora