Capítulo 23

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Con la lista en mis manos me dispuse a recorrer la ciudad.

-Sandalias
-Papel higiénico
-Jabón liquido
-Cepillo dental
-Pasta dental
-Crema humectante
-Toalla de manos
-Desodorante

Iba a estar usando bata de hospital así que nos ahorraríamos el pijama.

El dinero que me obsequió Jerry estaba sirviendo mucho más de lo que me hubiese gustado admitir. Eso teniendo en cuenta que yo tenía mis ahorros, y que si bien no eran muchos, habían sido utilizados a conciencia, casi en su totalidad, tanto para el transporte como para la comida que decidí comprar pensando en la recuperación de peso de mamá. Lamentablemente, quedaban aún dos semanas y días para el primer pago de mis horas extra en el Signum Fidei. Así que me quedaba sobrevivir con lo que tenía en los bolsillos.

Con el acotado presupuesto, decidí pararme a consultar los precios en el supermercado. No quería comprarle cosas malas, pero tampoco podía darme el lujo de gastar sin ver cuánto costaban las cosas. Encontré varios productos en oferta, y gasté más o menos lo que había contemplado en cuanto me enteré que tendría que comprarle cosas para su hospitalización. Así que, satisfecho, caminé de regreso tras mis pasos para no perderme, con las cosas en bolsas de plástico.

Mamá seguía sentada en el mismo lugar de la zona de espera, donde la dejé la última vez viendo la televisión con actitud tranquila junto con un grupo abundante de otras personas. No se percató que era yo quien se sentó a su lado hasta que la saludé y le acerqué las bolsas.

—¡Dios mío, Ripley! —gritó.

Me carcajeé sin aguantar. Su rostro había sido de la más auténtica sorpresa. Sujetó las cosas que le tendí y revisó todo concienzudamente. Por un momento, llegué a pensar en que no había acertado en la elección de desodorante o la talla de calzado, pero cuando terminó de corroborar, me dijo que todo estaba bien.

—¿Te han llamado? —quise saber.

Le habíamos preguntado a una enfermera y esta nos había dicho que primero llamaban a las personas, una a una, para tomarles la presión y hacerles preguntas de rigor antes de elegir el orden de prioridad para atención. Se nos explicó que la sala de urgencias funcionaba de esa manera. Primero los más graves, y luego los menos urgentes como las posibles derivaciones de doctor para asegurar una camilla de atención, que era nuestro caso.

Al parecer, lo que estábamos haciendo no era del todo una normalidad...

El proceso real a tratar, era pedir una hora para hospitalización que tardaba semanas o incluso meses en concretarse. Nuestro caso por lo visto era más urgente que regresarnos a nuestra ciudad a esperar, así que ese "truquito" como nos había hecho saber la enfermera, solo se hacía en pacientes de riesgo.

—Sí, ya me clasificaron como orden bajo de prioridad. Solo tenemos que esperar.

—¿Y cómo te sientes? —No me gustó el tono que usó para decir lo último. Parecía resignada, y diría que incluso incómoda.

—Estoy bien, solo llevo una hora aquí. Hay personas que llegaron temprano en la mañana y aún no las atienden.

—¿En serio? Pero si son ya las dos de la tarde.

—Lo sé. Así que tendremos una larga espera —dijo para tranquilizarme, regalándome una pequeña sonrisa, la misma que hacía cada vez que yo insinuaba dejar el instituto para trabajar más. Estaba seguro de que ella estaba pensando en que no le gustaba estar haciéndome pasar esta situación. Mamá era una persona de acción y verla sentada esperando no era una idea común de procesar—. ¿Tú cómo estás? Si te da hambre estuve viendo que a la salida hay un pequeño negocio.

Ni tan vivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora