Nunca jamás en mi vida sentí celos de alguien. Quizás sí envidia, pero celos, no. Es distinto.
No entendía por qué era tan importante para ella encontrar a su pareja designada. Con mamá habíamos llegado a la conclusión de que solo eran patrañas para que quienes lideraban esto tuvieran orden y poder. Habían obtenido lacayos utilizando como base al miedo, inventando reglas que ni siquiera iban al caso, y quitándole así la ilusión a hombres y mujeres desde el nacimiento, en un ciclo de nunca acabar.
¿Qué sentido tenía existir si ni siquiera se tenía el derecho de escoger con quién pasar la vida?
Víctor leyó el tema que nos tocó en voz alta y de mala gana sentí una puñalada en el estómago. Nos había tocado el noveno mandamiento: No consentirás pensamientos ni deseos impuros.
—Será un desafío, ¿a qué no?
Nada pronunciado por Víctor podría alguna vez hacérseme gracioso. Así que me limité a estirar la mano para leer el papel, aunque lo haya escuchado a la perfección cuando lo nombró él.
—Ya, jóvenes. La presentación será el próximo viernes —dijo, mirando el calendario—. Pueden apoyarse de material visual para proyectar o algún cartel para disertar hecho a mano, como ustedes deseen y se sientan más cómodos —explicó. A ese profesor le encantaba cuando los estudiantes se esforzaban con material hecho a mano, más que con otra cosa—. El orden de los grupos será siguiendo también el orden de los mandamientos. Y teniendo en cuenta el escaso tiempo que tenemos, solo contarán con cinco minutos cada grupo y una pequeña ronda de preguntas de un minuto para aclarar dudas.
Algunos compañeros levantaron la mano para preguntar algo que acababa de decir, pero él como buen profesor que daba el ejemplo de ser alguien apacible, respondió a cada una de ellas con la mejor de las intenciones y paciencia. Ellos siempre hacían esas preguntas para que él perdiera tiempo, y con él, toda la clase.
—¿En qué casa nos reuniremos? —preguntó la compañera que nos había tocado, al cabo de un rato. Seguía de pie entre Víctor y yo, notablemente nerviosa. De seguro por nuestra culpa sería el centro de los cotilleos en la sala por unos días, y ella lo sabía perfectamente. Estaba tensa por lo mismo—. O si gustan podríamos juntarnos en alguna cafetería, lo que prefieran.
—Ay, que linda eres, Fabi —le respondió Víctor, con su usual coquetería—. Todavía crees que Ripley nos ayudará a hacer la presentación —enseguida puso su atención en mí, desafiante—. ¿O es que acaso habrá un milagro y sí nos ayudarás?
Estaba tan cansado por el mal dormir de anoche que obvié su pregunta con aburrimiento y me paré junto con el sonido del timbre, para que quedáramos cara a cara a la misma altura. Ambos me quedaron mirando perplejos, quizás pensando en que haría una escena o algo así. Víctor hizo una mueca de disgusto y como acto reflejo retrocedió ligeramente.
—Que les quede bonito, chicos —respondí rodeando la mesa que nos separaba para quedar junto a él, y avancé no sin antes brindarle mi total apoyo con dos palmadas en el hombro, después me dirigí a la salida.
Jamás admitiré lo satisfactorio que fue ver el rostro perplejo de Víctor.
Lo que siembras, cosechas.
Si él creía que sería un vago, pues más le valía ir siguiendo sus propias palabras y que lo creyera. No me esforzaría por él.
