Isabella ese día no fue capaz de meterse en su sueño, porque mamá estaba despierta.
Gracias a Dios, a los Ángeles, o a la vida misma, ella nunca estuvo en peligro. Minutos después nos enteramos de que la sangre que vimos no era de ella. Todo se trató de una mala acción contaminante que llevó a cabo una enfermera, un simple accidente.
—El examen de glóbulos blanco salió alterado —fue lo que me respondió la misma enfermera que había cerrado la puerta frente a nuestras narices. Tenía salpicaduras de sangre en su uniforme, y lucía algo más despeinada—. La practicante tuvo un percance en la manipulación y... pasó lo que pasó.
—¿Puedo verla? —pregunté. Por la cara que puso ella, entendí que estaba pensando equivocadamente, así que me apresuré a agregar—. A mi mamá.
Esa opción le pareció más correcta, puesto que se relajó.
—La señora Sara será derivada a otra habitación para limpiar. Volverá a estar en condiciones en unos minutos.
—Muchas gracias.
Me devolví hacia mi grupo de amigos y les conté lo sucedido. Por vergüenza, evité mirar el rostro exhausto de Isabella. Había sido muy irresponsable de mi parte colocarla en esa situación. Isabella no sabía que mi mamá era una ex Hipersomnia. Y lo mismo, quizás, hizo que como mi mamá no estaba disponible, ella se forzara mucho más con la incertidumbre de poder meterse en su sueño o no.
—Lamento que me vieran así, chicos. Es que todo pasó tan deprisa que pensé lo peor.
—Lo importante es que ella está bien —secundó Josué—. No te preocupes.
—Y no nos pidas disculpas, nosotros en tu lugar habríamos actuado igual —Karen agregó.
Tanto Víctor como Isabella se mantuvieron en silencio. Esta última porque estaba tan agotada que el solo hecho de mantenerse en pie parecía ocupar toda su concentración. Víctor sabía lo que estaba pasando, no era idiota. Al fin y al cabo; él era su pareja destinada. Aunque, aún así, no dijo nada. Solo se limitó a observarme como si la vida se le fuera en ello. Sin enojo, sin crítica, pero sí muy, muy atento a todos mis movimientos.
No quería estresarme. Así que decidí no darle importancia.
Él jamás comprendería lo que era estar en una situación como esta. Y era una verdad que tampoco esperaba que llegase a experimentar algún día. Una mamá enferma no se la desearía ni al peor de mis enemigos. Y tampoco ese era su caso, de todos modos. Yo solo tenía celos. Él no tenía la culpa, y bueno, yo tampoco. Me sentía confundido, nada más. La molesta sensación junto con los días iría decayendo hasta extinguirse por completo, así como llegó.
Ese día después de una breve visita a la nueva habitación de mi mamá, y tras corroborar que todos sus signos vitales estaban bien y las enfermeras no me habían mentido, decidí aceptar la invitación de los chicos para ir a un tenedor libre.
Era un local de comida gigantesco, repleto de gente. Yo iba a mezclarme con el resto de comensales pero Josué me explicó que habían hecho una reserva para un apartado privado, así que esperamos a que el encargado del lugar nos dirigiera. Cuando un sonriente atendedor nos reconoció, lo cual no era muy difícil porque éramos cuatro individuos parados en la entrada, se acercó a nosotros y nos llevó a una habitacion sin bullicio, en donde una barra circular se paseaba por una habitación de aproximados treinta y seis metros cuadrados. Había de todo. Yo solo me dejé querer, y junto con ellos me dispuse a probar cuanta comida me parecía interesante.