—No, Ripley —fue lo primero que me dijo—. Estuve todo el día con él. De hecho, me acababa de dejar en mi casa cuando te escribí. No pudo ser Víctor.
Lo sucedido con él pasó como un flash entre mis recuerdos. ¿Estaba seguro de que había sido él? La respuesta era un: sí, segurísimo. La cuestión era que también confiaba en la palabra de Isabella, y ella definitivamente no tenía motivos para mentirme. Por lo poco que he llegado a conocerla, ella es de las personas que dicen las cosas aunque duelan, y la confesión de que estuvo todo el día con él le salió sin titubeos.
—¿Entonces cómo fue que...?
—Quizás te lo imaginaste tú —respondió rápido, ladeando la cabeza—. Ya sabes, podemos hacer eso.
Me acordé de nuestro primer encuentro en el mundo de los sueños, en SU mundo. Isabella pensó que yo era una creación de ella, y se había alarmado al comprobar que yo era el Ripley real. Pero, la diferencia aquí radicaba en que ella sí sabía crear las versiones inventadas de otras personas, y yo no. Yo con mucho esfuerzo podía crear una flor minúscula y jugar a darle forma a las nubes. Una persona se me hacía algo dificilísimo de inventar. Además estaba el factor del perfume de Víctor y su voz, y la parte maníaca celosa. Yo no podría inventar algo así, sin pensarlo. ¿O sí?
—Me halaga que lo consideres, pero estoy seguro de que era él. Intentó matarme, Isa. Está loco.
Esperaba otra reacción de Isabella, pero se carcajeó.
—No inventes, Ri. Víctor es de los chicos más serios y respetables que conozco, él no sería capaz de hacer algo así.
—No sé. Yo creo que conoces a muy pocos chicos. Tu juicio no está bien.
—Casi nunca me equivoco —alardeó mientras soltaba su cabello con las manos en vez de con su imaginación mágica de aquí.
—Ese casi fui yo en su momento —me burlé, haciendo alusión a que ella pensaba que yo era su prometido, y se había equivocado.
Noté un leve sonrojo en sus mejillas. Eso la hizo verse más ¿adorable?
Notó la atención de mi vista y el sonrojo desapareció como si jamás hubiese existido.
—A ver. Concentrémonos —dijo, seria—. Yo estoy segura de que no fue Víctor porque estuve con él todo el día jugando Nintendo en el sofá de su sala de juegos, después me fue a dejar y cuando llegó a su casa me escribió para avisarme.
—Mmm. Y si yo lo vi a él aquí y tú estuviste con el real allá, entonces, ¿quién fue? Yo no sé hacer ese truco que sabes hacer tú. La vez pasada me dijiste que en este sitio todo es posible, ¿es posible que alguien se disfrace de otra persona? ¿Se puede hacer eso de verdad?
Isabella se quedó en silencio, mirándome pero sin decir una palabra. En momentos como este me gustaría ser más conocedor del arte de la charla, para que esta pausa no fuera incómoda. Pero nunca he sido una persona ávida en ese ámbito y me quedé callado, esperándola.
—Yo creo que... —comenzó a decir—... quizás hay alguien más que sabe tu secreto. Tú descubriste tu don hace muy poco, y no tienes pareja destinada ni amuleto. No estás en los registros, y a pesar de ser hombre has logrado desarrollar este don aunque sea un poco. Los hombres no suelen destacarse en este mundo, al menos no demasiado. Siempre hemos sido las mujeres quienes entrenan. Su misión, me refiero a la de los hombres, al fin y al cabo es ayudarnos a nosotras a tener una familia para cederle a otra descendencia el don..., y no tenerlo para siempre nosotras. Y además, estás indefenso aquí, no sabes defenderte ni mucho menos levantar una barrera para que nadie te visite.
