¿Realmente había estado en el sueño de Isabella, o me lo había inventado todo?
Busqué mi celular y revisé la hora en él. Habían pasado tres horas, eran las diez de la noche. ¿Tres horas? Eso se sintió como diez minutos, exagerando. ¿De verdad mi cabeza podía ser capaz de imaginar semejante escenario y diálogos? Todo parecía muy real. La sensación del pasto crujiendo a cada pisada, el viento en mi rostro cuando volamos hacia la cascada, la emoción al verla de novia, y posterior a eso la rabia que sentí al enterarme de que la Isabella que supuestamente me había estado seduciendo todos estos días, era nada más y nada menos que una farsa para caerle bien a su pretendiente que, me quedó muy en claro, no era yo.
Ella se había equivocado. Sus atenciones nunca debieron ser hacia mí, sino dirigidas a otro chico. Otro que ella ni siquiera sabía quién podría ser.
Habló algo acerca de un clic de reconocimiento. Yo siempre estaba solo, cómo es posible que sonara ese clic cuando su supuesta aliada lo acercó a mí. No recuerdo que ninguna chica salvo ella se atreviera a acercárseme lo suficiente. Yo no tengo amuleto, yo no tengo idea de nada, salvo lo poco que logré sonsacarle a mamá antes de que se cansara.
Producto del estrés me comenzó a doler la cabeza. Rendido ante eso, saqué de la mesita junto a mi cama las pastillas que me regaló la enfermera, y me tomé una así sin más.
Me puse pijama y me preparé mentalmente para dormir y afrontar mañana el día viernes de instituto. A primera hora tenía matemáticas junto con Josué y...
—¿Josué?
Una gran teoría se pegó como chicle en mi cabeza.
Josué llevaba tiempo empeñándose en estar junto a mí. ¿Será él su contacto? O peor aún, ¿él será su prometido?
—Josué cumple años la otra semana. Quizás sea él.
Mamá me había dicho que tenía que alejarme de quienes estaban próximos a tener la mayoría de edad. Eso lo incluía de sobre manera teniendo en cuenta que había un 99,9% de probabilidades de que la informante de Isabella pensara que era yo y no Josué, siempre y cuando el informante no fuera él..., porque siempre andaba tras de mí, pero, ¿quién era su informante? Si Josué no lo era estaba la alternativa de que él sea el verdadero prometido de Isabella, porque hemos andado juntos este último tiempo, más o menos desde que ella llegó al Signum Fidei.
No tenía amistades y la gente no se me acercaba porque pensaban que yo tenía alguna clase de enfermedad al dormir en clases. No esperaban nada de mí. O al menos en la actualidad era así, anterior a eso, en los primeros años cuando no tenía clara mi personalidad, las chicas tendían a acosarme deliberadamente, tomándose muchas veces atribuciones que no iban al caso. Por eso había decidido alejarme de todos, para evitar malos entendidos. No era mi culpa haber nacido apuesto, y eso le pegaba duro en el ego al resto de mis compañeros que se esforzaban por simpatizar con las chicas. Excepto Víctor, que sabía perfectamente lo que tenía que hacer para que ellas suspiraran por él sin esforzarse.
Josué no parecía la clase de chico que, siendo portador de un don tan poderoso, lo ocultara. Cualquiera en su situación alardearía de seguridad, pero él era tímido y casi tan antisocial como yo. ¿Será Víctor también un sospechoso? Al día siguiente de la llegada de Isabella ambos llegaron tomados del brazo. Y también él fue quien la ayudó a llevarme a la enfermería la primera vez que me desmayé. Recuerdo la mirada cómplice que compartieron y la mala sensación que me ha dado su presencia desde siempre.
Él con Isabella no eran compatibles, no existía un escenario en mi cabeza donde fueran felices juntos...
—Mi segundo desmayo fue cuando estaba con Josué.
¿Él lo había provocado? Mamá dijo que lo hacían cuando alguien veía o escuchaba algo que no debía. Pero ese día estábamos solos los dos, en el piso de abajo del gimnasio. Significaba que él me contó algo y después se arrepintió. ¿Sería sobre Isabella?
La cabeza me daba vueltas de puro estrés. No dejaba de pensar en las palabras de Isabella, y en la forma que me miró cuando se enteró que yo no era su prometido, y peor aún, que yo me había colado en sus sueños y confesado abiertamente que no tenía un talismán.
De pronto, tuve culpa de esperar la reacción de mi mamá. Había confiado ciegamente en la pelirroja, y no sabía si eso era peligroso o no. Desconocía mis aliados, porque tampoco conocía a mis enemigos, si es que los tuviese, según mamá intentó convencerme.
Tenía la sensación de que cometí un error terrible, y a la vez no puedo imaginarme las consecuencias.
Me acurruqué en la cama y me tapé lo mejor que pude, tratando de entrar en calor.
