Desperté en medio de la clase de matemáticas. Josué fue el culpable, tenía su codo derecho incrustado en mis costillas.
—¿Qué? —le susurré. Estaba durmiendo pero eso no quitaba el hecho de saber dónde me encontraba.
Sin decirme nada, retiró su codo y siguió mirando en frente.
—Javiera Dermés —pronunció el profesor. A lo que dicha compañera dijo presente a la lista—. Ripley de la Cruz —siguió.
—Presente —dije, y tras la ceja alzada del profesor le imité el gesto y siguió leyendo el libro de asistencia en voz alta. Él claramente me había visto dormir toda su clase—. Gracias, Josué —le susurré.
Me levantó el dedo pulgar, sonriente.
—Para eso están los amigos —respondió.
«¿Amigos?»
El único limitante era yo.
Puse algo de atención al término de la clase. El profesor habló sobre unas olimpiadas de matemáticas, y que necesitarían personal pago para trabajar en su instalación en donde la sede sería nuestro instituto. Mis compañeros se miraron extrañados. Puesto que, casi todos, por no decir todos, provenían de familias con alto estatus social. Habían hijos de doctores, ingenieros, empresarios e incluso políticos vigentes. Éramos solo un puñado los poco agraciados financieramente, así que su mirada se deslizó, aunque inconscientemente, a las personas que podían interesarse por el trabajo.
La pelirroja alzó la mano. Su compañera de puesto se la bajó horrorizada.
—No, Isa, el ofrecimiento no es para nosotros. No les quites la oportunidad —oí, al igual que el resto de la sala, su consideración.
—Como aliciente, también estoy dispuesto a dar un punto en la prueba equivalente al 40% de la nota semestral —ofreció. Eso pareció interesarle más a la clase.
En lo personal, además de la paga que aún era desconocida, ese punto no me vendría nada de mal. Entendía matemáticas, pero como no practicaba, muy rara vez alcanzaba a terminar los ejercicios en el tiempo indicado.
Alcé la mano y pregunté lo que más me interesaba.
—¿Cuánto pagarán?
Algunas miradas curiosas se dieron la vuelta para mirarme. Estaba seguro de que la gran mayoría pensaba que era un auténtico vago, salvo unos pocos que por esas casualidades de la vida, habían ido a Jerry's y me habían encontrado ahí, en mi faceta de limpieza con rostro de atención al cliente.
—El sueldo vital, tengo entendido. Será el trabajo de todo un mes, con tres horas laborales por día, ni más ni menos. No es un mal trabajo —esta vez dijo, mirando al resto de mis compañeros—. Me quedaré diez minutos después del timbre, para quien desee inscribirse.
El timbre sonó y mis compañeros se pararon como flechas hacia la salida. Pero yo me quedé ahí, bajo la mirada atenta de Josué. Él definitivamente no necesitaba ni el dinero ni el punto extra.
—¿Te vas a inscribir? —me preguntó, curioso.
Me encogí de hombros.
—No me vendría mal —admití.
Si bien no andaba gritando mi situación económica a la voz de los vientos, quien no me conociera y tuviese que apostar entre pensar que tengo dinero o no, solo por mi imagen jamás diría que pensaba lo segundo. Eso era lo que hacía la ropa y el cinismo social.
Mi compañero asintió despacio, descolocado.
—¿Nos inscribimos juntos? Será divertido —insinuó—. Además, es una buena excusa para no estar tanto tiempo en casa. Mamá me ve tan desocupado que quiere contratar a un instructor de tenis —farfulló, intentando sonar azaroso, pero en vez de eso, su rostro expresó auténtico nerviosismo, como si sus palabras fueran una excusa.