Primer día

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—¡Ya po', Tamara, para tu weá! —Mi mamá entró a mi pieza—. De hace una hora que lleva sonando tu alarma.

—Sí, ya voy, oh —respondí, molesta, mientras me tapaba hasta la cabeza.

—¡Tamara!— Me retó y me levanté de inmediato.

Todavía medio desorientada, saqué una toalla y me dirigí al baño para asearme y ponerme el uniforme.

El sábado por la tarde, el día que llegamos a la casa nueva, estuvimos ordenando toda la tarde, igual que el domingo. Hoy me tocaba ir al liceo nuevo. Estaba nerviosa y triste a la vez, ya que encontraba penca ser la nueva, sobre todo en cuarto medio. Pero bueno, las cosas pasan por algo, me decía mi abuela.

Con el uniforme puesto, me apliqué corrector bajo las ojeras, un poco de rubor en las mejillas, y me encrespé las pestañas antes de ponerme rímel. Cuando terminé con el maquillaje, me puse mis Air Force 1 negras y arreglé las calcetas grises del liceo.

Abajo, mi mamá me esperaba con un tesito y un pancito tostado con palta y jamón.

Tomé mi celular con la esperanza de ver un mensaje del Bastián, pero nada. No habíamos hablado desde el sábado, después de que me fui de su casa. En un momento quise hablarle yo, pero mi orgullo no me lo permitió.

Cuando terminé de comer mi mami habló:

—¿Lista?

—Sí, me lavo los dientes y listo.

Una vez con los dientes limpios, me subí al auto. Aunque el liceo no quedaba muy lejos, mi mamá me llevaría hoy para que pudiera ubicarme un poco mejor.

El camino no duró más de diez minutos. Nos fue casi imposible estacionar afuera del liceo por la cantidad de autos y furgones, así que me dejó en la esquina.

—Que te vaya bien —me dio un beso en la frente.

—Gracias.

Cerré la puerta y comencé a dirigirme a la entrada.

Entré y no sabía a dónde ir. Menos mal que encontré una pizarra que indicaba las salas de cada curso. Lo malo es que no tenía puta idea en qué cuarto había quedado. Así que partí a la primera sala, cuarto medio A. Me acerqué a la puerta y ahí estaba la lista. Mi nombre no salía, así que me fui al cuarto B. En el camino me encontré a la Feña.

—¡Tamara! —me abrazó como si me conociera de toda la vida.

—Holi. Ando buscando mi sala ¿Cuantos cuartos hay?

—Solo dos.

—Ah, entonces estoy en el B

—Si po' si te dije que ibamos a ser compañeras— Me tomó del brazo y me llevó a la sala.

Al entrar todos nos quedaron mirando.

—Yo me siento con el Esteban, pero siéntate atrás —me dijo, tomando mi mochila y dejándola en la mesa—. El Basti se sienta aquí —me susurró, subiendo y bajando las cejas.

Me sonrojé. —¿Y a que hora llega ese? —pregunté.

—Siempre llega tarde, así que guárdale el puesto porque de lo que estoy cachando, los cabros te están comiendo con la mirada y es cosa de tiempo para que algún weón se venga a sentar contigo —me dijo, y en cosa de segundos ya había un mino a mi lado.

—¿Está ocupado? —preguntó tomando la silla.

—Sí.

El mino hizo puchero y se fue. Al ratito llegó otro.

Pesao' culiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora