Recuerda: siempre espera lo inesperado

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—¡Tamara, Bastián, vengan a ayudarme con las compras!— Me hice la tonta y lo deje solo.

—Ya voy, tía—respondí, yendo hacia el comedor.

El Bastián llegó unos segundos después con su mejor cara de hoyo.

—Tomen estas bolsas y llevenlas a la cocina—nos ordenó la tía.

Mientras llevábamos las bolsas, el Bastián me susurró:

—¿Y desde cuándo tienes pololo?

— ¿Vas a seguir? ¿Por qué te importa?

—Porque sí—dijo, encogiéndose de hombros

Le iba a responder pero la tía justo me habló:

—Tamara, guarda esto— pidió, entregándome una bandeja de carne.

Lo hice, y cuando volví, el Bastián seguía mirándome con esa mirada inquisitiva.

—¿Qué más necesitas tía?—le pregunté, tratando de ignorar al Bastián.

—Nada más, gracias chiquillos. Vayan a descansar nomás.

Ambos subimos y noté que aún me miraba como enojado o serio, no sé la verdad.

—¿Podí' dejar de mirarme así?

Sentí cómo mi corazón empezó a latir más rápido cuando se acerco.

—Bastián, en serio cortala— dije, intentando apartarme, pero él me sostuvo del brazo suavemente.

—Me gusta ponerte nerviosa—dijo, acercándose aún más.

—Suéltame Bastián— La voz me salió media temblorosa.

Él sonrió, pero me soltó.

—Dile a tu pollolo que te cuide nomás —dijo, tomando un polerón antes de irse.

Después de ese suceso, los días en la casa de Bastián transcurrieron con normalidad. Seguía siendo simpático a veces y, en otras ocasiones, un pesao' culiao. En fin, nada fuera de lo común.

Hasta que llegó el viernes. La tía Marta y mi mami estaban invitadas a la cabaña de una amiga, así que el Bastián y yo quedaríamos solos. Cuando los adultos se fueron, el Bastián se fue al primer piso, así que quedé sola en la pieza y opté por tomar una siesta que más tarde fue interrumpida.

—Tamara—me decían moviéndome suavemente.

—¿Mmh?—aún estaba media dormida.

—Tengo carrete abajo, para que bajes si quieres.

—andai' simpático hoy—lo molesté.

Rodeó los ojos y se fue. Después de tener mi momento "cargando" mientras miraba una zapatilla, me di cuenta de que la música estaba terrible fuerte pero como tengo el sueño pesado no había sentido nada.

Fui al baño, me lavé la cara, me hice un delineado y me encrespé las pestañas, para luego bajar.

—¿Ella es la del otro día mano? Ta' entera linda.

Acto seguido el Bastián le pegó un wate y lo quedó mirando mal.

—¡Amaro, más respeto!—lo retó una niña pelirroja.

El Bastián me miró de pies a cabeza y se le escapó una sonrisa.

—¿Qué? ¿Querí' una foto?—lo molesté, y automáticamente se le borró la sonrisa.

—Cállate, Tamara—respondió, y luego me presentó a sus amigos—. Cabros, ella es Tamara—señaló al mino anterior—. Ya conoces al Amaro, mi mejor amigo.

Pesao' culiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora