enojau

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Quería arreglar las cosas, pero a la vez seguía molesta. Finalmente, opté por la primera opción y asentí. Nos dirigimos a un lado más tranquilo del patio.

—Sé que estai' enoja' por lo de la mañana, y tení' razón —empezó, mirándome directamente a los ojos—. No debí reaccionar así.

—Es que no podí' andar por la vida marcando territorio, Bastián. No soy un objeto.

El Bastián se pasó una mano por el pelo, medio nervioso. —Sí sé, Tami, pero es que me dio rabia la weá. No me gusta que los culiaos se acerquen a ti con otras intenciones, y sobre todo ese weón.

—Weón, pero eri' una persona, no un animal. No podí' llegar y irte a los combos, Bastián.

—Ya, oh, perdón —se acercó a mí tomándome por la cintura.

—Na' que "ya oh", empieza a controlarte.

—No va a pasar de nuevo. Te lo prometo —acunó mi rostro entre sus manos y me dio un beso.

—Eso espero.

Nos quedamos en silencio un momento, hasta que decidí hablar.

—Oye, ¿y qué onda con el Matías? ¿Por qué se llevan tan mal?

El Bastián se puso serio.

—Porque es entero fundío el weón. Siempre me anda weando, y tú sabes que yo prendo con agua y no me dejo. En cualquier momento le saco la conchetumare.

—¡Ya po', Bastián! ¿En qué quedamos? —lo reté.

Me dio una sonrisa de oreja a oreja, poniendo cara de "yo no fui".

En eso, sonó el timbre, así que volvimos a la sala juntos y, aunque todavía sentía algo de molestia, traté de pensar en otra cosa.

La clase de historia era la última. Debo admitir que, a pesar de que no me iba muy bien en historia, el profe hacía la clase de una manera más entretenida, así que por primera vez en muchos años pude entender la materia.

Cuando el timbre sonó, guardé mis cosas en la mochila y con la Feña, el Esteban y el Basti bajamos al baño antes de irnos pa' la casita. Cuando ya me desocupé, esperé a los chiquillos afuera mientras revisaba mi celular, hasta que sentí un brazo rodearme por los hombros.

—¿Cómo estai'? —era el Matías.

—Bien, po' —respondí, sacando su brazo—. No me gusta que me toque alguien que no conozco.

En ese momento, justo salieron el Bastián y el Esteban del baño. Al vernos, al Bastián se le tensó la mandíbula y, si las miradas mataran, el Matías estaría 3 metros bajo tierra.

—Tenís carácter, pulga aventurera.

—Sí, y no me digai' así —le dije antes de dejarlo solo e ir a abrazar al Bastián.

—¿Vamos?

—Falta la Fefa nomás —respondió el Esteban.

—Estoy lista —la Feña venía saliendo del baño mientras se secaba las manos en la falda.

Salimos y nos despedimos del Esteban y la Feña, ya que ellos iban pal otro lado. El Bastián me tomó de la mano y empezamos a caminar.

—Cambia la cara.

—Es la única que tengo —me respondió de mala gana.

—Ah, ya chao —solté su mano y empecé a caminar sola.

—Pero Tamara, no te enojí, po'.

No lo pesqué y seguí caminando, hasta que él me alcanzó.

—Ya, po' Tamara.

Pesao' culiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora