Carrete carrete carrete

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Los días pasaron con normalidad, ya no estaba tan bajoneada como antes, intentaba mantenerme ocupada para no decaer de nuevo.

Era viernes y la Feña se había sacado casa, así que iríamos en la noche.

Llegó la noche y el Bastián pasó a buscarme. Cuando llegamos a la casa de la Feña, ya estaban todos ahí. Sonaba el Jere Klein a todo volumen y en el patio había una mesa con un par de botellas de tequila, pisco, vodka y whisky.

—¡Llegaron! —gritó la Clau, abrazándonos.

Nos sentamos en el sillón y la Feña nos sirvió un shot de tequila a cada uno. No se lo iba a recibir, pero según la Feña eran shot de "bienvenida," así que lo tomamos igual.

Las horas comenzaron a pasar y los shots de tequila seguían cayendo uno tras otro y nuestras conversaciones se volvían cada vez más weonas.

—¿Quién se atreve a hacer una vuelta pa' atrás? —dijo el Esteban, tomando de la botella de whisky.

—Yo, yo —respondió el Amaro, claramente curado. Se levantó y trató de hacer la vuelta, pero terminó cayéndose de hocico al suelo.

—¡Amaro culiao! ¿Estai' bien? —Se preocupó la Clau.

El Amaro se levantó, medio mareado, pero cagao de la risa.

—Ooooh, nunca más —dijo sobándose la boca—. Mejor me quedo sentado —dijo, tambaleándose hasta el sillón.

La Feña, que tenía más aguante, seguía sirviendo tequila. —¿Y si ponemos karaoke?

Yo, que claramente no estaba lúcida, partí a buscar el parlante. Cuando volví, los cabros me quedaron mirando como con signo de pregunta.

—¿Qué? —pregunté confundida.

—¿Pa' qué trajiste una caja de zapatos? —me preguntó el Esteban.

Miré la wea que traía y me cagué de la risa. —Juré que traía el parlante —dije en el piso, agarrándome la guata.

—Pero Tami, si el parlante está aquí —me dijo la Feña—. Si cuando llegaste estábamos escuchando música.

Los cabros estaban cagados de la risa.

—Ya, pero pónganse alguna wea po' —dije.

La Feña puso "Amores como el nuestro" del Nicko OG. Teníamos la media cagá. El Basti se subió a una mesa y agarró una botella, la cual ocupó de micrófono y comenzó a cantarme a mí. Cuando terminó, yo me puse de espalda para que se subiera a caballito y el weón se subió y los dos nos fuimos de raja al piso.

Seguimos weando hasta que la Feña en un momento desapareció, pero luego de unos minutos volvió con papas fritas para intentar revivirnos.

Comimos como si no hubiésemos comido hace semanas y cuando quedamos llenitos cachamos que no nos quedaba más tequila, así que salimos a comprar. Fuimos a la primera botillería, pero estaba cerrada, así que tuvimos que ir a otra que estaba más lejos.

Cuando íbamos caminando, nos encontramos un carro de supermercado tirado, así que nos fuimos weando con el carro. Llegamos a una especie de bajada y al Esteban no se le ocurrió mejor idea que subirse al carro y el Amaro le dio vuelo. Salió rajao pa' abajo, chocando con una reja. Los perros comenzaron a ladrar y a nosotros no nos quedó otra que apretar cachete y arrancar a la conchetumare nomás.

Llegamos a la botillería cagaos de la risa, recordando la caga' que habíamos dejado con el carro. Entramos y compramos más tequila y una botella de ron para variar.

—Ya vamonos.

—Sí, ya es tarde y la Feña debe estar preocupada —respondí, tomando la botella de tequila.

El camino de vuelta fue más calmado. Todos íbamos hablando sobre lo que había pasado y riéndonos a cada rato de weas. Llegamos a la casa de la Feña y, apenas cruzamos la puerta, ella nos miró con cara de "¿qué chucha les pasó?"

—¿Y tu? ¿Por qué estás tan sucio? — le preguntó al Esteban.

—Me saque la chucha —dijo el Esteban, cagao de la risa.

Nos sentamos de nuevo y la Feña empezó a servir más shots. Esta vez, yo me lo tomé más lento, tratando de no quedar hecha pico.

Seguimos tomando hasta que fueron las 5 y decidimos que ya era hora de irse a mimir. Claramente ninguno estaba en condiciones de tomar uber, asi que la Clau, yo y la Feña nos acostamos en su cama de dos plazas y a los chiquillos les inflamos un colchón de dos plazas, donde se quedo el Amaro y el Esteban y el Basti se fue a dormir abajo a un sillon.

Apenas toque la cama me quede raja.

A la mañana siguiente desperté con la boca seca y un leve dolor de cabeza. Apenas abrí los ojos, vi que la Clau seguía roncando y la Feña, en la otra esquina de la cama, estaba en la misma. Me estiré con cuidado y, al girarme, vi mi celular en el suelo. Lo alcancé a duras penas y lo encendí y conchetumare, eran las 14:38. Tenía como ocho llamadas perdidas de mi mamá y 51 mensajes sin leer de mi mamá y la tía Marta, preguntándome si estábamos bien.

Me levanté lentamente, intentando no despertar a las cabras, y salí de la pieza en silencio. Bajé las escaleras con cuidado, sintiendo que cada paso retumbaba en mi cabeza.

Al llegar al primer piso, vi al Bastián tirado en el sillón, con una mano colgando y la otra abrazando un cojín. Me acerqué y le toqué el hombro.

—Basti... despierta.

Él se movió un poco, abriendo los ojos con dificultad. —Buenos días hermosa—dijo en voz baja, pero con un tono coqueto.

—Buenos días Basti. Oye, ya es tarde... deberíamos irnos. Mi mamá y tu mami están preocupadas—le dije, mostrándole la pantalla de mi celular.

El Bastián se levantó lentamente, estirándose. —Ya, vamos— Dijo cagao de sueño.

Mientras él buscaba su poleron, me di una vuelta rápida por el living. Había vasos de plástico por todos lados, restos de papas fritas y un par de botellas vacías. La casa de la Feña estaba hecha pico, así que hice "aseo express" por así decirlo, voyé todos los restos que estaban a la vista y deje la loza en el lava platos.

Cuando el Basti encontró su poleron salimos de la casa en silencio, intentando no hacer mucho ruido. Afuera, el sol estaba fuerte y pa rematar íbamos pa la caga con la caña.

—Estuvo weno —me dijo, rompiendo el silencio.

—Sí, aunque debí controlarme con el tequila—respondí, sonriendo de lado.

Se cago de la risa.— Fue chistoso cuando trajiste la caja de zapatos en vez del parlante.

—No me lo recuerdes —dije, dándole un leve empujón, pero riendo también.

Llegamos a mi casa y nos detuvimos en la reja. Me giré para mirarlo y él me acarició la mejilla, dándome un beso suave que después se fue transformando en uno intenso, las manos del Bastián comenzaron a bajar y me empezó a tocar el poto.

—¡Bastián Aravena!— lo retaron.

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M.M

Pesao' culiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora