René

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—¡Alto! Emilio, recuerda tu línea. El falsete en crescendo —papá hace la demostración a su alumno con su propia voz mientras permanezco sentado en silencio, expectante—. Un poco más de emoción, hijo. Vamos.

Retrocede para oír cantar al adolescente. Lo tiene.

—¡Muy bien! —papá, yo y la madre del chico aplaudimos.

La clase concluye en diez minutos, y madre e hijo se despiden del profesor.

—¡Tiempo sin verte, mi pequeña ranita! —exclama, dándome un fuerte abrazo—. ¿Dónde te has metido? ¿Por qué no has devuelto la llamada?

—Feliz cumpleaños atrasado, papá —sustraigo de mi saco un reloj y se lo extiendo.

—¡Es precioso, hijo!

—Lamento haberme perdido... Y no haber llamado. No tenía ganas de nada.

—¿Por qué? ¿Todo en orden?

—Sólo... estrés por el trabajo y... En general, no... Nada de qué preocuparse. ¿Dónde está mamá?

—No sé. No la he visto en dos días. Se molestó con Roxanna porque usó su vestido favorito y lo manchó o algo así. Tu hermana fue a buscarla.

—¿Dónde está Noah?

—¿Estás bien? —sujeta mi hombro y hala mi barbilla.

—¿Qué? Sí.

—Tus ojos están cristalinos.

Una lágrima baja por mi mejilla. De inmediato me cubro el rostro y papá me rodea con sus brazos.

—¿Qué pasa, hijito?

—Otra vez no me siento bien conmigo mismo... Es todo... —sollozo.

—¿Por qué? Eres un hombrecito guapo, bien portado y bien vestido. ¿Qué saldría mal en esa fórmula? No puedo creer que sigues sin asimilarlo.

—Ya sé...

—Tu hermano está en la cocina preparando un pastel. ¿Por qué no vas a saludarlo?

Caminamos juntos. Roberta, la vieja San Bernardo de papá, nos sigue.

Vislumbro a mi hermano. Noah tiene treinta y nueve y, al igual que papá, estudió gastronomía. Administra su propia cafetería, y, tras su separación, volvió a mudarse con nuestros padres. Tiene un par de mellizos a quienes ve una semana sí y otra no.

Es serio y de carácter fuerte cuando se lo propone. Sus pasatiempos favoritos, aparte de cocinar, son fastidiar a sus primos y hermanos.

—¡Optimus Prime! —exclama al verme, y frunzo el ceño.

—Noah, respeta a tu hermano —amenaza papá.

—Oh, lo siento. Me alegra verte, hermanito —deja las duyas sobre la barra y se acerca para abrazarme. Porta una filipina negra—. ¿Cómo has estado? ¿Estás bien? Tienes los ojos rojos.

—Alergia nada más. He estado bien. Sólo me di cuenta de lo retraído que me he portado últimamente y quise venir a verlos.

—Qué bien —dice mientras papá examina su preparación y coge ingredientes e instrumentos para ayudarlo—. ¿Sabes? Pensé que... no sé, seguías en tu proceso de autodescubrimiento. Por eso no te busqué ni nada.

—Nada de eso.

—Hey, el domingo nos reuniremos en casa de la tía Judith. ¿Por qué no vienes? Todos los primos formamos un equipo. Somos muy malos, pero nos divertimos mucho —sonríe.

—Sí, Walter mencionó algo sobre eso. Lo tomaré en cuenta. ¿Cuándo vendrá Roxanna? Quisiera saludarla.

—Allí está. Y viene con mamá —señala, y volteo. Mamá sostiene muchas bolsas de compra y enormes gafas oscuras.

Roxanna con un sombrero de playa y rostro de cansancio. Al verme, salta y se acerca a darme un abrazo.

—Hola, hija —esa voz fría, proveniente de mi madre dirigiéndose a mí, me revuelve el estómago y presiona el pecho.

—¿Hija? —papá demuestra su indignación—. ¿No lo ves? ¿Esos hombros anchos y los pelos?

—Jacob, no empieces. Ven, dame un abrazo, mi amor.

Retrocedo, y pretendo irme, pero ella me sujeta la muñeca con fuerza.

—¡¿Qué te pasa, Stefany?! —exclama, y me zafo con brusquedad—. ¡Me lastimaste, tonta!

—¡¿Qué te pasa a ti, Lorena?! —rara vez papá alza la voz, así que mis hermanos y yo permanecemos callados y con la cabeza gacha—. ¡Nuestro hijo viene a saludar después de tanto tiempo y lo recibes con esa prepotencia!

—¡Es nuestra hija! ¡Y lo será siempre! ¡Eres quien sigue consintiendo sus ideas raras!

—¡Voy a tratarlo como él se sienta más cómodo! ¡Porque lo amo y quiero que viva feliz! ¡Y si para ti eso es raro, la única desubicada eres tú!

—¡Yo quiero lo mejor para ella! ¡Pienso en su futuro! ¡En cómo la tratará la gente!

—¡La gente lo tratará como él quiera ser tratado! ¡Y si hay ignorantes como tú entre esa gentuza, lo mejor para él será evitarlos para vivir tranquila! ¡Tranquilo! ¡Carajo!

—¡¿Qué insinúas?! ¡¿Qué se aleje de mí?!

—¡Mamá, basta! —Roxanna interviene.

—¡No te metas, Roxanna, que tú también eres en parte responsable de este circo!

Aprovecho los gritos para irme sin decir nada. Por desgracia, Noah me alcanza en el jardín mientras derramo lágrimas.

—¡Oye, René! ¡Hey, mírame! Vamos, hermanito. Ignora a mamá. Sabes que... ella no cambiará.

Me molesto al sentir las vibraciones en mi bolsillo. Me llama y mensajea un número desconocido. Estoy muy estresado ahora.

—Sí, lo sé —esnifo, limpiando las lágrimas con la manga de mi saco.

Noah me extiende un pañuelo y me abraza.

—Ve mañana a la cafetería a la hora del almuerzo. Te prepararé algo delicioso, ricitos de oro.

Asiento, y me escabullo con rapidez cuando mamá se asoma, dispuesta a alcanzarme.

El libro de los hombres coloridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora