Michael

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—Has estado muy callado, cariño —digo a Tommy recién ingresamos a mi hogar—. Me llegaron a preguntar si eras mudo.

Se despoja de la camiseta del equipo, deleitándome con su esculpida figura.

—Pensé que me presentarías como tu pareja ante tus amigos.

Pretendía quitarme la ropa también, pero paro ante la conmoción. Me esperaba todo, menos esa respuesta. La apariencia de Thomas me aturde; olvido su naturaleza sensible y ansiosa. Olvido que es un niño y que yo podría ser su padre. Olvido que, en efecto, somos pareja.

—Bueno, Thomas, que... que no sabía que era algo que... sabes, había que aclarar en voz alta. Ya todo mundo lo sabe, ¿qué no?

—No quiero que piensen que soy otro de tus amantes —aprieta los puños y, lejos de intimidarme, las venas en sus brazos provocan que me estremezca.

—Si eso te preocupa tanto, mi cielo —me acerco a él para recorrer su pecho con dos dedos—, lo haré oficial de manera pública. ¿Qué tal un estado en WhatsApp? O... un post en Instagram de nosotros dos dándonos cariño —tomo sus manos y rozo mis labios con los suyos, para luego unirlos en un corto beso. Sus mejillas están rojas.

—No... No tienes que publicarlo en redes... Además, debo ser discreto por mi profesión...

—Vale, vale, entonces el próximo fin de semana te presumiré ante todo el club como mi prometido si así lo deseas. —Nuevamente lo beso.

Introduzco mi lengua en su boca. Acaricio su pecho. Hago círculos en sus pectorales, rozando sus chapas. Me rodea con sus enormes brazos.

—Uy —formulo al sentir su mano en mi retaguardia.

—Tomemos un baño juntos —pide, entre jadeos, mientras mordisqueo su cuello.

Acaricio el tatuaje en su hombro. Es un tigre. Algo así me parecería vulgar en otro, pero cada centímetro de él me parece excitante.

Terminamos en la tina, jugueteando entre las burbujas, sin despegar nuestros rostros.

Tommy jadea mientras froto su miembro.

Tensa sus músculos. Aprieta la quijada y las venas en su cuello brotan cuando está a punto de venirse. Hemos perdido la cuenta.

—Mi cielo... —mascullo, acariciando su mejilla. Está exhausto—. Hablé con Jacob hace unos días... ¿Recuerdas lo que hablamos sobre intentar un trío?

—¿Con tu amigo...? —arruga la frente. Sus pectorales se contraen ante mis estímulos.

—Algo así. ¿No te gusta él?

—Me gustas más tú —masculla de forma tierna.

Sonrío.

—¿Estás familiarizado con el swing?

—No... —aparta el cabello de mi rostro y me da un corto beso.

—Es cuando dos parejas intercambian miembros.  Por ejemplo, si Jay lleva a un amigo o amiga, yo me quedo con ella y tú te quedas con él.

Frunce el ceño.

—¿Quieres reemplazarme?

—No, cielo, es un juego nada más. Sólo durará una noche. Para tener sexo.

—No me gustan las mujeres. No quiero ver a una mujer desnuda.

—¡Bien! Le diré a Jacob que consiga un hombre. ¿Estás de acuerdo? No con eso, sino en que experimentemos con otras personas.

—Lo estoy. ¿Crees que no puedo estar en una relación abierta? ¿Qué te dejaré ir tan fácil? —aprieta mis brazos, lastimándome.

—Entiendo, entiendo, mi cielo.

Me doy la vuelta para acostarme sobre su pecho, mientras me rodea por detrás.

—Háblame de tu familia, mi amor. Es un tema que casi no tocamos.

—No voy a hablar de mi familia mientras acaricias mi entrepierna.

—Oh —retiro la mano de allí—. Bueno, yo nací en Galicia, pero mis padres me llevaron a Madrid desde muy joven y allí pasé toda mi niñez y parte de mi adolescencia antes de mudarme un tiempo a América. Bien ahí. Perdí el acento gallego. ¿Te imaginas a mí con acento gallego en mis películas?

—No entiendo. ¿Tienen tantos acentos en España?

—E idiomas.

—¿Y cómo es el gallego?

—Bueno, el gallego también es un idioma. Lo entiendo, pero francamente no sé hablarlo. Y en cuanto al acento, es... algo... Muchas gracias por la comida. He quedado como un pepe —intento imitarlo, pero sólo hago el ridículo. Tommy ríe—. Vale, vale, algo así. Como esos chistes ochenteros sobre gallegos que abundan en Internet.

—Tu voz me recuerda a la de ese actor de La Casa de Papel. El profesor.

—¿Álvaro Morte? A ese pelado me lo topé en una premiación. Tenemos ideales distintos. No me cayó bien.

—Es cierto. A veces olvido que eres famoso.

—Al menos no te fijaste en mí por eso —sonrío, volviendo a acariciar su pierna.

—Tienes una hija, ¿no? ¿Está en España?

—Ah... no... En Grecia. Con su madre. No la he visto en mucho tiempo... Sé que está casada.

—¿Qué edad tiene?

—No te incumbe.

—¿Por qué no? Soy tu novio.

—Es... Es que... no hay mucha diferencia entre ustedes. Y eso es raro para mí.

—¿En serio? ¿Qué tanta diferencia?

—Joder, Thomas.

—No me digas Thomas —asevera su tono de voz.

—Lucía también está en sus treinta. Es todo lo que diré —me hundo, con las burbujas rozando mi nariz.

—¿Es mayor que yo?

—¡No diré más! —me incorporo para salir de la tina.

Imita mi acción, y no refrescamos para quitarnos el jabón. Terminamos desnudos en la cama, acurrucados.

El libro de los hombres coloridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora