Walter

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—El protagonista es un viejo amigo de mi padre y el tío Jacob. Eran el trío de oro de su generación —menciona Patrick, leyendo el programa que nos repartieron al ingresar al teatro—. Michael Zobak.

—¿Zobak?

—Su verdadero nombre es Miguel Zabaleta. Soy su ahijado, de hecho.

—¿Por qué no lo conocía?

—Porque desde niño no lo veía. Nunca estuvo presente en mi vida, y sé que viaja mucho. Recientemente volvió de España y mi tío no dudó en reunirnos. Fue quien me dio los boletos. Si te quedas dormido de nuevo, olvídate del postre.

—¡Estoy bien! ¡No me siento cansado!

Pero en el segundo acto ya siento el cuerpo pesado. Patrick adora el teatro, pero siempre me aburro. Incluso cuando vamos al cine, me quedo dormido. La obra se trata de una reunión familiar que acaba mal. Acaba en violencia, y con el patriarca de la familia siendo acuchillado por el hermano.

Logro presenciar despierto el final. Canibalismo. Ni siquiera entendí la obra, pero todos parecen haberla amado. Incluso Patrick participa en la ovación de pie. Me veo en la necesidad de imitar su acción.

Los actores se toman de las manos y agradecen con una reverencia.

Al finalizar, Patrick y yo nos dirigimos tras bambalinas para saludar a Michael Zobak. El hombre conversa con sus compañeros mientras se limpia la sangre falsa del rostro con un pañuelo. Un hombre alto, de tés morena y cabello cano.

Al percatarse de nuestra presencia, reconoce a Patrick al instante y no duda en saludarlo de beso y abrazo.

El beso está de más, para mi gusto.

—¡Patricio, hijo mío! ¿Cómo has estado? No te veía desde... ¿secundaria? ¡Ahora eres todo un hombre! Igualito a tu padre. Bueno, a ambos. A los gemelos, me refiero.

—El tío Jacob me dio los boletos. Parece que se han visto recientemente.

—A ese viejo zorro le di los boletos para que él y Lorena vinieran. Para que lo sepas. Y se supone que él y yo somos mejores amigos.

—Bueno, de otro modo no hubiese podido suscitarse la reunión con el ahijado al que no llama ni en Navidad —sonríe.

—¿A poco no te llegaron mis cartas? —bromea.

—Quiero presentarle a alguien —toma mi brazo y coloca una mano en mi pecho—. Él es Walter.

—¿Estás de coña? ¿Te casaste? —agranda los ojos—. ¡Y con un hombre, hijo! Y qué hombre. Venga esa mano, muchachón —me la estrecha con fuerza—. ¿Cuál es tu nombre?

—Walter Briton, señor. Es un placer. Fue una obra maravillosa.

—Dime, ¿a qué te dedicas? ¿Practicas algún deporte?

—Soy oficial de policía.

—¿Policía? Qué guay. ¡Deberías acompañarnos al club campestre! ¡Los dos! Hay golf, campo de tiro, tenis... Me reúno con los chicos cada fin de semana.

—Eso suena muy bien —sonrío—. De hecho, los primos de Patrick y yo estamos formando un equipo. Sería un buen lugar para practicar. Si usted lo permite, claro.

—¡Venga! ¡Qué tal un encuentro amistoso! ¡Vosotros contra mi propio equipo!

—Ahí estaremos —levanto un pulgar.

—¿Cómo se conocieron, si se puede saber? —sonríe.

—Lo arresté —respondo.

—Acordamos que la historia ahora sería que nos conocimos en un café —replica Patrick, cubriendo su rostro.

Reímos.

—¡Michael! —un hombre fornido, de piel oscura y chapas, sosteniendo un ramo de rosas lo espera en la salida.

—Me disculpo, muchachos. Ha llegado mi carroza. Cuídate, Patricio —abraza a Patrick, y se despide de mí con un apretón—. Espero volver a verte, Walter. Ha sido un placer.

Va con el hombre, y lo saluda de beso, para luego irse los dos.

—No me imaginaba que le gustaban jovencitos —comento.

—Tampoco yo. La última vez que lo vi, estaba casado con una mujer y tenía una hija.

—Es un hombre agradable —entrelazamos nuestros brazos y abandonamos el teatro—. Qué emoción. Ya quiero jugar con él y su equipo. No puedo imaginarme a un grupo de veteranos en shorts corriendo en un campo.

—¿Listo para el postre? —pregunta Patrick, abriendo la puerta del auto.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro, y de inmediato ingreso al vehículo para tomar el volante y volver a nuestro hogar.

Jason pasará la noche en casa de su amigo; entonces tendremos privacidad.

—¿Quién va a tomar el mando esta vez? —inquiero, sobre él. Ambos en la cama. Afloja mi corbata y desabotona mi camisa, para acariciar mi pecho.

—¿De qué tienes ganas, oficial? ¿Estás cansado?

—Estoy bien —sonrío, y le doy un largo beso en la boca mientras introduzco una mano por debajo de su camisa—. Esta vez te haré sentir bien —beso su cuello—. Seré gentil —beso su mejilla, y regreso a sus labios. Rodea mi cuerpo para pegarlo al suyo.

Frotamos nuestras pelvis. En cada beso y caricia aumenta el calor. Nuestras erecciones chocan. Ambos nos despojamos de las camisas. Patrick acaricia mi pecho y estimula mis pezones en cada oportunidad. Yo siempre he gozado ver su torso desnudo. Pálido, esbelto, liso. Procuro siempre acariciarlo con gentileza. Como poseer un muñeco de porcelana.

—Eres hermoso —digo, recorriendo con besos su clavícula y pecho.

—Tú eres muy sexi —sonríe, acariciando mi cabello, provocando que mis mejillas se pinten de rojo.

Desabrocho su pantalón. Masajeo su bulto mientras se aferra a mi espalda y nos besamos.

Bajo sus calzoncillos, y acaricio su recto, para luego introducir mis dedos en él. Patrick gime. Su voz es dulce. Su piel blanca ahora es rosa, y sus ojos marrones, rojizos, brillan.

—Seré gentil, mi amor —mascullo.

El libro de los hombres coloridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora