Lorena Priscot y yo éramos compañeros de clase de piano. Éramos apenas diez alumnos. Un grupo pequeño, pero bastante unido. La primera vez que le hablé fue para pedirle ayuda con las partituras. Siempre ha sido muy inteligente. Era la más avanzada en la clase. Acudo a ella cuando tengo dudas o quiero practicar algo nuevo.
—Tus manos son lindas —dijo cuando terminamos de tocar Sonata No. 16—. ¿Por qué? —rozó mis dedos.
—¿Eso crees?
—Ese color de piel te favorece —rio.
—¿Eso crees? —repetí, sonriendo de lado.
—Tienes manos de pianista, pero eres pésimo tocando el piano.
—¡Oye!
—No podemos ser buenos en todo. Yo no sé cantar, y tú tienes una voz hermosa.
—No tienes por qué burlarte.
—No te pongas rojo —sonrió—. Hablo en serio. Eres muy talentoso. Yo pienso que serás un cantante famoso. Darás conciertos... cantarás en eventos importantes...
—Lorena, ¿te puedo besar? —clavé mis ojos en los suyos.
—¿Así, de la nada?
—Tienes bonitos labios.
—Está bien.
Y así comenzó nuestra historia, pese a que Alberto y yo lo estábamos intentando. Preferí a Lorena. Sarcástica, divertida, inteligente, hermosa. La madre de mis tres hermosos hijos.
La mujer que ahora mismo me ve con desagrado cuando ingreso sucio, mareado y con los ojos hinchados a la habitación.
—Alguien dormirá en el sofá hoy —dice, cerrando su libro—. Alguien con albinismo y olor a orín.
Sollozo.
—Perdón, cielo... —cubro mi rostro.
—Deja de llorar, Jacob.
—Ya no quiero que pelees con nuestro hijo... —gimoteo.
—¿Noah?
—¡Hablo de René!
—Jacob, no empieces con eso...
—¡Sólo déjalo ser! ¡Qué te importa lo que él haga! ¡Ya ni siquiera vive con nosotros! ¡¿No te das cuenta de que lo haces sentir mal?! ¡¿Que es infeliz?!
—¿Es mi culpa?
—¡TRATÓ DE SUICIDARSE! ¡¿NO TE IMPORTA UN CARAJO?!
Agranda los ojos y se echa para atrás.
—Jay...
—Lo siento, querida —sollozo—... Esta situación me frustra tanto... —me desplomo sobre un sillón. Ninguno dice nada por casi dos minutos. Sólo llanto de mi parte.
—Pero... —ella al fin habla, suavizando su tono de voz—. Pero, Jacob... Rennie... Nació siendo una mujer... Yo... Yo la crié bien... Le compré vestidos... Muñecas... La inscribí al ballet... Yo tuve dos hijas... ¿Qué pasó?... —su voz se quiebra—. ¿Qué hice mal? ¿Por qué decidió cambiar tanto?
La observo. Cubre su rostro. Ahora es ella quien llora. Parece que al fin asimila con claridad la situación. Como si se hubiera quitado una venda de los ojos y ahora ve la realidad. Y la realidad es que tenemos un hijo trans.
—Ninguno hizo mal, Lorena... Es... como... cuando compras una pizza de pepperoni y se cuela un jamón en ella. Sabe bien de todas maneras. No te quejas de ello. Pensamos que René era un pepperoni, pero resultó ser un jamón... Y... Y hay que quererlo de todos modos. Está bien ser un jamón a veces. Lo que trato de decir es que... desde pequeño... Sabes que siempre se quejaba de los vestidos y las faldas. No se sentía a gusto en el ballet. Prefería jugar a las luchas con su hermano. No le daba miedo ensuciarse o pelear con otros niños. Siempre dio señales. ¿No te das cuenta? Siempre fue un niño atrapado en el cuerpo de una niña. Creció... comenzó a vestir y portarse masculino... se cortó el cabello... Y, bueno, ahora le crece la barba y legalmente es un hombre... —me levanto para sentarme a su lado. Hace muecas, de seguro por mi olor—. Querida, es nuestro hijo. Hay que amar a nuestros hijos sin importar sus decisiones, por más estúpidas que creamos que éstas sean. Si Roxana decide raparse o tatuarse el estómago, y si Noah decide volverse mujer o un cangrejo, yo los seguiría amando. De eso se trata ser padres, ¿no?
—¿Por qué todo los que dices es tan raro? —ríe mientras derrama lágrimas—. ¿Significa que mi hija ya no está? ¿Ya no existe?
—Creo que... ¿nunca existió?
—Voy a extrañar mucho a Stephanie, Jacob —recarga su cabeza en mi pecho, aferrándose.
—Yo también la extraño a veces. Era mi princesa, después de todo... Pero Rennie Steven también es un buen chico. Deberías darle una oportunidad.
—¿He sido una mala madre? —gimotea.
—No. Sólo a veces eres muy tonta.
Me empuja, mientras reímos.
—Creo que debería llamarle entonces...
—Una llamada no. Ve a visitarlo. Hablen. Sin pelear, Lorena. Creo que lo necesitan. Quiero que... lo escuches por primera vez. De seguro tiene tanto que decir nuestro pobre niño.—Está bien... —baja la mirada.
Acaricia mi pierna.
—¿Por qué vienes hecho una piltrafa?
—Me emborraché y me puse triste. Y luego me oriné en el camino.
—Qué asco.
—¿Tomamos un baño juntos?
—¿Hace cuánto no hacemos eso? —acerca su rostro al mío. Nuestros labios se rozan.
—No lo sé. Creo que desde tu primer amante —sonrío.
—¿Cuántos llevas tú? —masculla, y procedemos a darnos un beso.
Acaricia mi pierna. Acaricio su cuello y luego paso los dedos por su cabello.
Terminamos en la regadera, desnudos, buscando desesperadamente el calor del otro. Luego de mucho tiempo, penetro a mi esposa. La extrañaba. Su tacto. Sus pechos. Su cabello. Recordar por qué decidí casarme con ella. Todo.
![](https://img.wattpad.com/cover/369195499-288-k867894.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El libro de los hombres coloridos
Ficțiune generalăUna antología de historias de romance y drama, entrelazadas, donde hombres coloridos y peculiares son protagonistas.