Capitulo 34: Dolor

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Alla

No sé cuánto tiempo llevo en este lugar, pero se siente como una eternidad. Cada parte de mi cuerpo duele y arde como el infierno puro. Las heridas están abiertas y siento mi cara hinchada. Mis brazos y piernas no resisten. He tratado de mantenerme despierta, pero me es imposible. El cansancio y el dolor me hacen quedarme dormida por momentos, pero estos mismos me obligan a despertarme. El miedo permanece instalado en cada parte de mi ser.

No sé a quién le hice tanto daño en la vida para merecer este castigo tan cruel. Sin embargo, el dolor que siento no es nada comparado al miedo de perder lo que llevo en el vientre. Solo pensarlo me aterra y me hace llorar. Nadie va a venir por mí, pero desearía que por un momento nada de esto estuviera pasando. Mi vida pasó de estar en el purgatorio a irse en un cerrar de ojos al infierno.

Trato de mantener las pocas fuerzas que tengo. Siento un ruido en medio de la penumbra de la noche y un hombre robusto aparece frente a mí. Su apariencia intimida y me hace sentir más pequeña. Me mira.

—La señora te ha mandado esto. -Dice.

Saca una botella con agua. Mi cuerpo clama por el preciado líquido, pero lo que hace me hace entender que no sería para mí. Destapa la botella y la vacía casi por completo en mi rostro de una manera brusca que me hace doler los ojos cuando cae. El ardor de las heridas me hace arrugar la cara. El hombre deja una mínima cantidad de agua y con fuerza me agarra del cabello, me pega la botella en la boca maltratándome. La poca cantidad de líquido toca mi garganta, haciéndome desear un poco más. Me suelta con fuerza y se aparta.

—Esto es para que veas un poco de compasión y para que mañana tengas más fuerzas y puedas resistir.

Se marcha dejándome sola. Si eso es compasión, no quiero saber lo que me espera mañana. El llanto se acumula en mi garganta y los sollozos sacuden mi cuerpo de forma violenta.

La claridad me ilumina el rostro y no sé en qué momento me quedé dormida. Cada vez que intento mover el cuerpo, el dolor aumenta. Siento la cabeza al borde del colapso y el sonido del pisar de tacones resuena en la habitación. Las dos malditas mujeres encargadas de torturarme llegan impecablemente vestidas en cuero negro. La madre de Mikhail lleva una chaqueta ceñida que a pesar de su edad destaca su figura esbelta y unos pantalones ajustados que brillan a la luz, mientras que Tania, con su vestido de cuero hasta la rodilla y botas altas, parece una modelo sacada de una revista de moda, pero sus ojos fríos y crueles traicionan cualquier apariencia de glamour.

La madre de Mikhail posa su mirada en mí.

-Buenos días, cariño. -No respondo y trato de no mirarla, pero es inútil. Se acerca a mí y me agarra la cara con fuerza, enterrando sus uñas en mi piel. -¿Tus padres no te enseñaron modales o el título de psicóloga solo es un lujo? Ah, no es verdad que solo eres una bruja maldita, -escupe con veneno.

La miro con el odio más grande que puedo transmitirle y saco fuerzas de donde puedo para hablar.

-Si hablamos de brujas, tú eres la que encabeza la lista, maldita perra psicópata.

La ira le arde en los ojos y el dolor llega cuando su mano impacta contra mi rostro, Tania sale al frente.

-Tiene agallas la putita. -Dice con desdén, la miro con asco.

-Grábate bien lo que diré. Procura matarme pronto porque si llego a salir de aquí, te aseguro que me pagarás con creces cada golpe, puta asquerosa.

Su cara se descompone pero logra recuperar la compostura. Se agacha y saca una bolsa. Siento el corazón acelerarse cuando riega en el piso a mi alrededor pequeños clavos. Me aparta con brusquedad y los coloca en mi posición. Trago grueso cuando sé lo que se avecina. Me vuelve a tomar con fuerza y me coloca encima de los clavos. El grito de dolor me desgarra las cuerdas vocales cuando los pequeños clavos se incrustan en la planta de mis pies. Las lágrimas no dejan de salir y no veo ningún lugar donde colocarme ya que Tania se encargó de esparcir los clavos en cada perímetro al que puedo llegar.

En la línea de fuego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora