Mikhail
Las sombras largas de los edificios apenas ofrecen refugio. Al otro lado del ventanal, la vida sigue con su ritmo frenético, pero aquí, en la penumbra de mi despacho, el silencio es una presencia tangible, cargada de expectativas y temor. Mi consejero, Novel, habla en el teléfono.
—El Tigre —dice Novel, su voz grave resonando al otro lado de la línea—. Está en San Cristóbal de las Casas. Es el momento adecuado para que se acerquen ya que está dispuesto a recibirlos.
Asiento lentamente. La alianza con El Tigre, uno de los narcos más poderosos de México, es esencial para consolidar nuestra posición en el continente. Cortó la llamada revisando las coordenadas que recibo por correo.
—Prepara a los hombres, —ordeno con firmeza a Koskuv—. Partimos en una hora.
El vor se levanta con agilidad, y en cuestión de minutos todo está listo para partir. Los hombres se mueven con precisión militar, cargan armas, verifican municiones y preparan los vehículos para el viaje. Mi grupo de élite que se mantiene en Suiza, compuesto por Aleksandr, Dimitri y Viktor, esta listo para cualquier eventualidad.
Subimos a las camionetas blindadas, el rugido de los motores resuenan en la calle. Mientras avanzámos por la selva Mexicana.
El camino hacia San Cristóbal de las Casas es largo y lleno de peligros. Las carreteras sinuosas y los controles policiales son solo algunas de las dificultades que encontramos en nuestro camino. Pero somos la Bratva, y la palabra "imposible" no existe en nuestro vocabulario.
—¿Qué sabemos de El Tigre? —pregunto, rompiendo el silencio.
—Es un hombre de negocios, pero también un guerrero —responde Koskuv—. Respeta la fuerza y la lealtad. Si mostramos debilidad, si jugamos bien nuestras cartas, ganaremos un aliado poderoso.
Llegamos a San Cristóbal de las Casas al anochecer. La ciudad, con su mezcla de modernidad y tradición, parece un lugar tranquilo, pero sabemos que bajo esa calma aparente se esconde un mundo oscuro y peligroso.
Nos dirigimos a una hacienda en las afueras de la ciudad, siguiendo el mapa. Llegamos a la hacienda en la penumbra de la noche, rodeados por una marea de hombres armados que vigilan cada uno de nuestros movimientos. Sus rostros duros y miradas implacables son testimonio del respeto y temor que infunde el hombre que estamos a punto de conocer. Camino con confianza, mi mirada fija en la enorme estructura ante nosotros.
—Bienvenidos —dice en español el hombre que nos recibe —. El patrón los espera.
Nos conducen a través del portón principal, dos hombres nos abren paso, sus armas cruzadas sobre el pecho. La escena que se despliega ante nosotros es una mezcla de opulencia y decadencia. Mujeres semidesnudas bailan al ritmo de la música estridente, mientras que otros hombres beben y se ríen estridentemente, como si no hubiera un mañana.
El aire está cargado de tensión, cada uno de mis hombres mantienen la mano cerca de sus armas, listos para cualquier eventualidad. A medida que nos acercamos, el sonido de la música y el bullicio de una fiesta desenfrenada se hace más fuerte. Las luces de la hacienda titilan, reflejando el esplendor decadente de un lugar donde la moral se ha dejado en la puerta.
En el centro de este caos está él, "El Tigre". Un hombre de mediana estatura pero con una presencia imponente. Lleva una camisa de leopardo, pantalones ajustados y un sombrero que le da un aire de peligro calculado. A cada lado, dos mujeres lo flanquean, sus sonrisas falsas pero obligatorias.
El Tigre da un paso adelante, y con una sonrisa sardónica extiende su mano a Mikhail.
—Bienvenido a mi humilde morada, señor Mikhail, —dice.
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En la línea de fuego
RandomAlla Whester una psicóloga clínica quien siempre ha sido una persona amable y compasiva, pero su trabajo le ha enseñado a tener una coraza para protegerse emocionalmente, le ha llegado la oportunidad de su vida cuando le ofrecen un trabajo en una cá...