7 Estrellas del bosque

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Creí que tomaríamos el mismo camino por el que llegamos al palacio esa primera vez, cruzando la ciudad desde la vía principal, pero mis pensamientos no coinciden con ninguna de las acciones del rey.

En cuanto dejamos atrás las puertas, nos encaminamos hacia una zona arboleada. Atravesar esa primera colina ha parecido sencillo, pero poco a poco nos inmiscuimos por terreno más inclinado y boscoso, y el paso se aminora.

El sol ha aparecido solo para mostrarnos el sitio por el que vamos, una indescifrable ruta en medio de esta sucesión de montañas que parece no tener fin. Avanzamos por horas sin detenernos, a paso lento, pero constante.

Me aparto del camino, si es que así puedo llamarlo, y giro mi caballo para contemplar el paisaje de fondo. Asteria ha desaparecido, no queda rastro del palacio ni de la ciudad a su lado, mucho menos del camino que lleva a Elea, todo ha sido devorado por estas enormes montañas que se engullen también entre sí, llevándose a mi consejero, mi prometido y la vida que por un momento creí que iba a tener, a pesar de mi escepticismo, que no se compara con lo que siento ahora, una mezcla de miedo, desconfianza y extrañeza.

Quizás podría tratar de escapar.

Galopar cuesta abajo sin detenerme, porque hacia arriba sería imposible. Perderme entre los árboles hasta encontrar un sitio donde ocultarme, quizás una cueva. No hacer el menor ruido para no ser descubierta, y cuando se dieran por vencidos en mi búsqueda, volvería a Elea.

¿En qué estoy pensando? Me causa gracia y vergüenza mi plan tan carente de lógica, ¿Acaso no he visto la fila de arqueros o los diestros jinetes pasar junto a mí? ¿Un par de docenas de mercenarios cazando a una princesa ingenua y sin talento en combate? Seguramente tendría un único y terrible final.

Una lágrima aparece por mi mejilla, colándose como un rayo de sol por la grieta de una pared. La manga del vestido me sirve de pañuelo.

El relincho de un caballo me hace despertar de mi absurdo plan de escape. Alzo la mirada hacia arriba a mi costado y vislumbro a pocos metros el caballo azabache y al jinete sin rostro que me mira en silencio. No sé cuánto tiempo lleva ahí o cómo es que ha notado mi ausencia en la marcha.

Quisiera cuestionarle el paradero de mi lord, de mi prometido, de mis compañeras de celda, preguntar cuanto falta para llegar a Zoria y el por qué no nos quedamos en Asteria, pero sé que no obtendré respuestas, no de él.

Sujeto la rienda de mi caballo y lo guio de vuelta a la fila, donde ya me espera Daria con el ceño fruncido, quizás ella sería la única que no iría tras de mí si tratara de escapar.

El sol ha bajado su intensidad cuando nos topamos con un riachuelo que escurre por una ladera. El rey levanta la mano derecha empuñando los dedos, señal que conciben los caballeros con los banderines rojos, quienes los alzan e inclinan a la derecha, indicándoles a las cuadrillas que pernoctaremos en esta zona.

Antes de que el sol desaparezca los soldados han dado de beber a sus caballos, encendido fogatas y se han acomodado en grupos, mientras que otros han descargado los animales de carga, y repartido los panes y pedazos de carne que han traído.

Daria se ha reunido con el rey y otros hombres, a quienes reconozco como comandantes por la franja roja y amarilla que llevan atada a las crines de sus alazanes. Luego ordenan a ciertos soldados hacer turnos de guardia.

Estoy al resguardo, más bien, a la custodia de la mujer guerrera que me indica donde debo dormir, junto a ella en nuestra propia fogata. El cansancio se apodera de los hombres casi de inmediato, y no es diferente conmigo, me duele la cintura y los muslos debido al roce de la montura. Esta noche sobre esta ladera de musgo y piedra nos vemos envueltos en el arrullo de la montaña hasta quedar profundamente dormidos.

Una esfera de cañón entra por la ventana de mi habitación, al mismo tiempo que el hombre de la máscara de hierro entra corriendo y acercándose me toma del antebrazo para clavar de improvisto su espada en mi costado. La esfera detona y nuestros cuerpos se parten en mil pedazos. Abro los ojos, sobresaltada, miro a todos lados, solo ha sido un mal sueño. La silueta de Daria apenas y se mueve con sus exhalaciones. Trato de darme la vuelta para intentar conciliar el sueño en otra posición, pero no lo logro, mi espalda roza contra una piedra y el sobresalto de mi pesadilla no me deja en paz.

Una sensación de sed me invade, al parecer la carne seca que me dieron estaba demasiado salada. Busco la cantimplora e intento en vano obtener agua, el recipiente está seco. Me levanto con cuidado y me escabullo por en medio de los hombres que duermen hasta llegar al riachuelo.

Me agacho para llenar la cantimplora, y en cuanto puedo, bebo de ella como quien encuentra un oasis en medio del desierto. Vuelvo a agacharme para recoger agua y beber una segunda vez. De pronto, a lo lejos bajando la colina se alzan pequeños puntos destellantes, ¿Podría tratarse de antorchas o incluso de la mecha de los cañones? No, la idea se esfuma al ver como las luces saltan de un lugar a otro.

Me pongo en pie como si con eso consiguiera verlas de cerca. Entonces recuerdo a mi padre cuando llegó a casa trayendo una botella cubierta con un pañuelo y diciéndome que me mostraría las estrellas que navegan entre los bosques.

―Estrellas del bosque...

―¿Acostumbra vagar en medio de la noche?

Reconozco ese impasible tono de voz.

Sorprendida, me doy la vuelta solo para descubrir a Kirian junto a mí, demasiado cerca, ¿Cómo es que no escuche sus pasos?

―Hum... ―Trato de recordar a que he venido―. Agua... buscaba agua. ―Le muestro la cantimplora, aunque es evidente que la ha visto.

―¿De verdad, es ese el motivo de su sigilo o es que acaso planeaba su huida?

Da un paso frente a mí e inclina el cuerpo, logrando que retroceda demasiado cerca de la orilla tanto que podría resbalar.

―¿Cómo podría planear tal cosa, majestad, cuando un ejército me vigila? Además, tenemos un trato, y ambos... cumpliremos lo que acordamos.

―Cierto, el compromiso... Por un momento creí que lo había olvidado...

―¿Cómo podría?

Sus palabras denotan arrogancia.

―Un compromiso que fácilmente puede romperse si alguno de los dos no hace lo que le corresponde.

Mi mente se llena de las imágenes de la guillotina y de los cuerpos de los soldados apilados en el jardín. Retrocedo, intentando alejarme, pero mi calzado resbala con una piedra y mi cuerpo se inclina hacia el agua, pero no caigo.

El brazo del rey me sujeta por la cintura, sus dedos cubiertos por el cuero de sus guantes se aferran a mi costado y me aproxima a él, choco con su pecho y de inmediato me hago hacia atrás, pero no me suelta.

―Estrellas del bosque ―musita.

―¿Qué?

―¿Usted dijo estrellas del bosque, qué significa?

Trato de hablar, pero tartamudeo, su mano se ha cerrado en torno a mí y eso me incomoda.

―Mi-mi padre... trajo a casa una vez... varios gusanos de luz en una botella, él me dijo que había atrapado para mí las estrellas que navegan en el bosque por las noches... para que siempre alumbraran mi habitación y nunca tuviera miedo de la oscuridad.

La mitad de su máscara luce oculta, mientras el resto se ilumina con los destellos que emanan de las fogatas a nuestro alrededor, debido a nuestra proximidad puedo distinguir el acentuado tono esmeralda de su mirada, y no oscuro, como había pensado.

―La oscuridad no es siempre un motivo para temer, no si aprende a caminar por ella sin necesidad de luz.

Y diciendo esto me libera.

―Limítese a cumplir lo que se le ordena y deje de añorar el pasado.

Se aleja, otorgándome otro motivo para no dormir. 

El rey de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora