2 Kirian

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Corro hacia la ventana en búsqueda de alguna respuesta, pero una bola de fuego pasa justo frente al margen, haciendo que me arroje al suelo sin oportunidad de ver la escena del exterior.

"¡Aquí estoy segura!", me consuelo a mí misma tumbada en el suelo ensuciando el lujoso vestido que no debería maltratar. Es curioso como el afán de salvaguardar la vida nos vuelve agiles aun usando atuendos que por sí solos resultan mortales. "Aquí estoy segura, el tercer nivel de esta torre es seguro", repito sin creerlo.

Trato de arrastrarme por el piso, pero el tocado me pesa. Como puedo me quito las horquillas del pelo y me deshago el peinado que cuidadosamente me habían hecho, el birrete se niega a abandonarme, pero tiro con fuerza de él hasta que por fin se despega de mi cabeza dejando que los mechones marrones caigan libres sobre mis hombros. Le siguen los anillos y el resto de las joyas, una carga que no deseo llevar si quiero sobrevivir a lo que sea que suceda afuera.

Cuando por fin puedo moverme, me arrastro hasta la puerta. Por el pasillo se escuchan pasos apresurados y voces ininteligibles de quien sea que se mueve por ahí. No puedo salir ahora, no cuando no sé qué sucede. Llego hasta donde se encuentra el taburete y lo recargo sobre la puerta, ese será mi escudo por si alguien trata de entrar.

Me aparto a la esquina más alejada, esperare aquí con el rostro bajo y sin hacer ruido. El tiempo sigue su marcha, horas quizás, no lo sé, hace rato que deje de ver el reloj en la mesa.

No sé en qué momento, pero el silencio se apodera del lugar. Los proyectiles y los gritos se han acallado, afuera el silencio es ensordecedor, y eso fuera de tranquilizarme, me preocupa más. Quizás debería asomarme a la ventana, donde ha desaparecido por completo la luz del día atiborrándose de un nítido y somnoliento azul ennegrecido, de esos que acompañan a la noche.

De repente, un golpeteo logra que alce la mirada hacia la puerta, quizás es solo mi imaginación. Pero entonces, un segundo golpeteo me indica que hay alguien ahí. ¿Debería abrir o seguir fingiendo que no hay más que una habitación vacía?

Un tercer golpeteo me advierte que debo tomar una decisión. Me levanto con total sigilo, aunque mis piernas están adormiladas, y camino hacia la puerta, no se distingue mucho, pero soy capaz de llegar sin mucha complicación. Pego el oído a la puerta, rogando que quien sea ya se haya marchado.

―¿Eloise? ―murmura una tenue voz ronca―. ¿Por favor dime que sigues viva?

La voz es conocida, así que sin más muevo el asiento y abro. Los brazos de Lord Baltus me reciben ansiosos y acongojados.

―Querida, supuse lo peor ―exclama en voz baja.

En un momento corre hacia adentro y volvemos a cerrar la puerta. No lo distingo del todo, pero noto su uniforme lleno de polvo, el rostro saturado de sudor seco y la respiración entrecortada.

Me platica las penurias que tuvo que pasar previo a llegar a mi habitación.

―Todo ha sido obra de ese hombre, Kirian, al que todos llaman el rey de hierro... ―explica Lord Baltus en voz baja cuando logra respirar tranquilamente para contarme lo que ha sucedido. Me toma de la mano y nos sentamos sobre el suelo―. Es hijo de Enrique, quien traicionó al rey Edmund I de Asteria, el abuelo de tu prometido. Enrique deseaba el trono, pero al ser el tercero en la línea de sucesión, decidió aliarse con los enemigos de su propio padre, pero el rey lo descubrió y lo desterró, pero Enrique no se daría por vencido y regresó intentando tomar el palacio a la fuerza, pero también fue derrotado y esta vez enviado a la guillotina. El hijo de Enrique, quien entonces era un niño fue exiliado y enviado a las montañas, pero siempre juró vengarse de Asteria, y hoy lo consiguió. Entró al palacio valiéndose de un grupo de mercenarios, soldados desterrados de otros reinos y de los propios enemigos de Asteria, que masacraron a soldados y nobles, aprovechándose que el palacio estaba concentrado en los pormenores de la boda para infiltrarse y atacar desde dentro. Ese hombre usa las peores artimañas para conseguir lo que su presuntuoso corazón desea. Nunca creímos que llegaría tan lejos, pero mucho se rumoraba que había conseguido aliados entre las provincias y los pueblos del sur, donde solo los salvajes y las bestias pueden coexistir, solo de esa forma logró hacerse de un sin número de hombres dispuestos a combatir por él y conquistar tierras recónditas, de otra manera jamás habría aspirado a convertirse en el supuesto rey que se cree.

El rey de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora