14 El beso

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Faris me ha contado lo que sucedió. La caza terminó poco antes del anochecer, y fue el rey quien me encontró en el bosque y con mucha discreción me trajo de nuevo a mi alcoba.

Tengo mucha sed, así que vació la jarra de agua sin detenerme a respirar y devoro la sopa que me han traído. Mi doncella se marcha deseándome que repose y duerma bien.

Me recuesto en la cama, cierro los ojos e intento dormir, pero no puedo. Sobre las sábanas se dibujan los pétalos blancos y mi interior duele, miro hacia el armario y la silueta del hombre en la cacería aparece, entonces escucho un estruendo en la ventana y la puerta que se abre de golpe, obligándome a levantarme de la misma forma... pero no hay nada ni nadie.

Esta habitación me martiriza con mis recuerdos flotando a mi alrededor... No puedo seguir aquí.

No sé cómo voy a lograrlo, pero debo salir, necesito salir. Me cubro el camisón con una capa. Abro la puerta con mucho sigilo para no alertar a nadie. Para mi sorpresa no hay ningún guardia que vigile.

Me muevo con rapidez sobre el pasillo suplicando que a esta hora todos estén durmiendo.

¿A dónde iré? No lo sé.

Me escondo tras una de las largas cortinas del ventanal cuando un guardia se avecina y trato de no hacer ningún ruido. Los pasos del soldado se alejan para luego desaparecer. Vuelvo a mi recorrido, ignorando la fila de puertas a mi costado hasta el final del pasillo y doblo a la derecha hasta encontrar lo que sea que busco. Entonces, una luz alumbra a lo lejos, casi al final del siguiente corredor. Cuando llego me encuentro con un candelero que alumbra una puerta.

No sé si es lo que busco, pero giro el picaporte y logro entrar, para encontrarme con un sitio sin igual.

Se trata de un gran espacio que cubre no solo el segundo nivel sino también el primero, unidos por una escalera. Un recinto con demasiados estantes y cuantiosos libros de diferentes tamaños y portadas. Hasta ahora solo el sol puede colmar por completo un lugar, pero la luz que emana de los candeleros es suficiente para... si yo quisiera... ponerme a leer tanta infinidad de aventuras y mundos que deben encerrar estos libros... y por supuesto que eso pretendo.

He encontrado el sitio que buscaba.

Desciendo por la escalera como si flotara por las nubes, y me apresuro a leer los títulos sobre los libreros. Hay tantos que no sé por cual podría empezar.

Tomo un libro de pasta gruesa con inscripciones plateadas y echo un vistazo. Recorro el segundo párrafo cuando la puerta del primer nivel se abre, forzándome a ocultarme tras el estante más próximo.

El espacio entre el estante y los libros me permite verlo, se trata del rey, que se aproxima a uno de los sillones donde deja caer su capa.

Mi pecho palpita cuando sus manos se acercan a las tiras que sujetan su máscara, listas para ser retiradas.

En eso, un segundo golpe resuena, la puerta se abre. Una figura encapuchada ha ingresado. Se descubre el rostro, se trata de la hija de uno de los gobernadores, no puedo recordar su nombre, solo recuerdo sus rojizos rizos y sus ojos gratinados.

―Mi rey ―dice aproximándose a él―. No sabía en qué momento podría hablar con usted a solas.

El rey no parece sorprendido.

―No le parece impropio, mi lady, verse con un hombre casado en la noche.

La mujer se ofende con sus palabras, pero aun así se queda.

―¡Oh, su majestad, hace mucho que le escribí cartas describiéndole mi más sincero amor por usted! ―reclama con tono chillón―. ¡Soy yo quien tiene derecho a ser la reina de Zoria, su esposa y mujer!

El rey de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora