25 El colgante

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Este día hemos decidido visitar el palomar, un sitio con pilares de piedra y estructura cuadrada, donde se crían palomas de los que se aprovecha su carne y huevos. El zureo de las aves se encierra en este sitio con poca ventilación. Mi presencia sorprende a quienes trabajan aquí, una pareja y su hijo, un muchacho pecoso. A pesar de su asombro, atienden a mis dudas cuando les pregunto sobre lo que hacen, aunque hablan en voz baja con el rostro gacho.

El hombre me pregunta si algo está mal en su trabajo o en las palomas que han entregado para la comida.

―No se trata de eso ―explico al descubrir la confusión en sus rostros―. Solo deseaba conocer este sitio, discúlpenme si mi visita los ha incomodado.

Ellos se miran unos a otros, y el hombre me dice que no es necesario que me disculpe.

―Pero los he interrumpido, los dejare para que continúen con su trabajo, me retiro.

La mujer, agobiada, me pregunta si le informare al rey de que han hecho algo mal, pero les respondo que no es así, que solo deseaba conocer este lugar. Los tres hacen una reverencia, pero no puedo ignorar su miedo.

―Me parece que son muy precavidos en su trabajo.

―No debió disculparse, majestad, una reina no lo hace ―exclama Lilia batiendo su abanico para alejar el olor que nos envuelve.

―Yo creo que la cortesía debe mostrarse ante todos ―le respondo con una breve sonrisa―. ¿No lo cree Daria?

Ella no responde.

―¿Sabe que puede hablarme? Puede conversar y aligerar el tiempo que pasaremos juntas, que será mucho.

―No estoy aquí para eso, majestad, para ello tiene a sus damas.

―Con gusto escucharemos sus opiniones, Daria.

Mis doncellas no están convencidas de ello, pues ninguna hace el intento por apoyar mis palabras expresando cierto desagrado en sus rostros.

―¿Está segura de ello?

Asiento con una sonrisa.

―Opino que debe cuestionarse sus visitas a lugares como este ―señala con seriedad ahuyentando mi buen ánimo―. Distrae a los sirvientes, no hace más que crear desconfianza con su presencia...

―No era mi intención... solo deseaba conocerlos... Cuando era una niña en Elea solía conocer a todos los que trabajaban en el castillo, mi padre me enseñó eso...

―Ya no estamos en Elea y usted no es una niña ―exclama con fastidio―. Debería comprenderlo de una vez.

Faris intenta reclamarle, pero algo la hace desistir, quizás el saber que ella es más cercana al rey que yo.

―Es bueno conocer su opinión. ―La soldado alza las cejas―. Pero no desistiré de mis visitas, es mi intención conocerlos y así lo haré... aunque usted no comparta mi voluntad.

―¿Y si el rey tampoco acepta sus intenciones?

―Entonces esperaré a que él me lo diga.

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Hemos sorprendido a un par de niños que recién jugaban en torno a la Fuente de Canaris, nombre de la primera reina de Zoria. El más pequeño se ha ocultado tras la niña, y ella, que lleva el pelo parecido al nido de un ave, ha hecho una reverencia. Ambos han tratado de salir huyendo, pero los he detenido, preguntándoles que hacían y dónde están sus padres.

El rey de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora