10 Llegada a Zoria

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¿Ilusa, estúpida? ¿Es así como piensa que soy? ¿Es así como me ha visto con lo que ha pasado? Sus palabras me acompañan al cruzar el afluente, pero no solo ellas, sino para mi desgracia la escena con aquellos hombres que se repite en cuanto cierro los ojos.

Nuestro viaje sigue, hemos avanzado por otro día bajo la sombra de las palabras que aquel desgraciado hombre exclamó antes de morir, ¿Será verdad? ¿El rey está maldito? ¿Su rostro esta desfigurado? En mis días en el convento, escuche los rumores de una enfermedad que hacía que la piel se pudriera y se desgarrara causando un dolor sin igual y un aspecto terrible, ¿Sera acaso que el rey tuvo esa enfermedad? ¿Qué oculta tras esa máscara?

El bosque ha quedado atrás, pero recién me doy cuenta, porque mi caballo relincha cuando el casco de su pata delantera resbala con la gravilla en el suelo. De inmediato lo jalo hacia el otro lado a tiempo para evitar que caigamos por la pendiente de esta escarpada montaña. Las piedrecillas que han caído chocan con las grandes rocas afiladas que parecieran haber emergido de lo profundo.

Descendemos poco a poco por aquel camino sinuoso hasta vislumbrar a lo lejos lo que parece un poblado. Ha pasado casi medio día, cuando llegamos al final del descenso y volvemos a caminar por aquel paisaje llano.

Poco a poco aparecen bajo el horizonte grandes extensiones de tierra labrada, por la que desfilan surcos de agua de extremo a extremo. Por fin después de varios días de viaje, nos encontramos con nuevos rostros, los rostros de los campesinos que vigilan los campos sobre los que avanzamos. Los más cercanos a la orilla del camino al vernos pasar, se inclinan en señal de reverencia al verse flanqueados por las cuadrillas con el rey a la cabeza.

Es así como llegamos hasta la entrada del poblado que habíamos visto. Desde una torre se escucha el sonido de una campana que ensordece cada rincón del lugar, luego desde la misma se alza una columna de humo rojizo que en breve cubre la plaza.

Entre murmullos se escuchan las palabras "El rey ha vuelto", seguido de la reverencia de campesinos, comerciantes y cualquiera que se encuentre ahí reunido. No se trata de un pueblo pequeño como lo habría pensado, sino de uno grande con calles empedradas y casas entramadas.

Un pequeño de menos de diez años con la ropa remendada levanta la cabeza al tiempo que yo lo observo, y le sonrió. La mujer a su lado, que supongo es su madre, lo obliga a seguir inclinado, pero no puede evitar mirar hacia donde ha mirado su hijo. Su rostro se sorprende al verme, y con rapidez se vuelve al suelo.

Nuestra marcha sigue de frente hasta encontrarnos con un puente de cuatro carruajes de amplitud que se asienta sobre las aguas de un río mucho más vasto que el anterior. La construcción de roca nos guía hacia unas enormes puertas blindadas con tiras de hierro que se abren de par en par al grito de "¡El rey, el rey... ha vuelto!".

Llegamos hasta un amplio patio de gravilla y bordeamos por la derecha una fila de pinos que parecen indicarnos el camino. En un momento, descendemos de los caballos en aquel castillo cuyas grandes torres y edificaciones están hechas de piedra y adobe.

Los soldados y el resto de la caballería se conducen hacia otra parte del castillo, hacia un par de torreones que se alzan más allá de donde hemos llegado. El rey entra por la puerta, donde un grupo de sirvientes le ha rendido reverencia. Daria me indica que la siga, entrando después de él. El hombre se va por el pasillo y no vuelvo a verlo.

La guerrera me ordena que espere junto a la escalera y se marcha dejándome sola, casi sola. A mi lado pasan varios sirvientes que presurosos realizan sus actividades, alentados por la presencia del monarca, suben y bajan por las escaleras, mientas otros se apresuran a las habitaciones. Sin olvidar a los guardias que custodian la entrada.

El lugar, a pesar de su inmensidad, luce frío y desconcertante, no hay señal de acabados, floreros o cuadros dignos de un palacio de tal inmensidad, sino más bien solitarios pasillos con muebles de madera.

La espera ya ha demorado bastante. Mis nervios han regresado con mayor fervor y no puedo hacer más que respirar hondo y tratar de tranquilizarme, si al menos mi lord estuviera aquí.

―¡Su alteza, sea bienvenida! ―dice una voz con entusiasmo desde el pasillo―. Disculpe la descortesía por no darle una bienvenida apropiada. ―El hombre que habla es calvo de barba gris, y estatura baja, parecido a mi lord. Detrás de él, lo sigue Daria―. Bienvenida a Zoria, princesa Eloise de Alda y Grida. ―Hace una reverencia aproximándose―. Soy Tomas Henco, consejero fiel de su majestad, el rey Kirian.

―Mucho gusto, mi lord.

―Su majestad, me ha comentado de sus próximas nupcias. Me alegro de que haya un motivo de regocijo para el pueblo.

―¿No le parece suficiente motivo el haber sometido a los traidores de Asteria? ―cuestiona Daria.

―Claro, mi lady, pero creo que nuestro rey encontrara mayor consuelo en las nupcias con una encantadora princesa, si me permite el halago, alteza, que, en la muerte de esos hombres, ¿No cree, alteza?

―Me temo que no lo sé, tengo entendido que el rey disfruta mucho más del combate, y este matrimonio solo es parte de un acuerdo comercial.

El rostro de Daria confirma lo que he dicho, regresándole una mirada suspicaz a Lord Tomas.

―Cuestión de perspectiva, diría yo.

Me señala con la mano la escalera, para que lo siga. Mientras me explica que el rey ha concertado el matrimonio en cinco días, pues es tradición después de una batalla aguardar ciertos días para celebrar un matrimonio, además de que espera la llegada de los gobernantes de las provincias que están bajo su mandato.

Lord Tomas me conduce hacia mis aposentos en la segunda planta, con dos doncellas disponibles para lo que pueda necesitar.

―Su alteza ―señala antes de marcharse cambiando su tono cordial a uno más serio―. Reconozco que el carácter de nuestro rey puede resultar extenuante, pero estos son sus dominios y ese mismo carácter ha logrado perpetuar nuestro reino. Espero que pronto descubra por usted misma nuestras costumbres, y no se deje llevar solo por los malos dichos de aquellos que solo nos tachan de salvajes, puesto que no lo somos, sin embargo, encontrara que nuestras leyes y tradiciones pueden llegar a ser distintas de otros reinos, pero espero que logre conocerlas y aceptarlas porque en poco también se volverán parte de usted.

👑

Las dudas siguen rondando mi cabeza, pero por fin tengo tiempo de descansar con cierta libertad. Dormir bajo un colchón suave y lavarme sin el temor de ser observada. No tengo permitido salir de la habitación, pero quizás eso sea lo mejor por ahora. Recibo solo las visitas de mis doncellas, quienes conversan poco, me saludan y preguntan cómo me encuentro, pero ninguna habla más de lo necesario. Me sirven la comida en la pequeña mesa de la habitación que da hacia la ventana, y se retiran sin más.

Daria, el rey e incluso el lord parecen haber desaparecido.

El cuadro de mi madre descansa sobre la mesilla junto a mi cama, además de que puedo al fin usar mis vestidos, sin olanes ni moños ni demasiados detalles. En mi baúl, he encontrado un par de libros escritos por Sir James Torrel, un aventurero que describe los viajes que ha hecho por los lugares más inhóspitos. Me los he leído más de tres veces cada uno y me siguen encantando, esto ha permitido que el tiempo transcurra sin necesidad de que yo lo sepa.

Y por un instante me he olvidado de mi pueblo, del conde, e incluso del lugar donde me encuentro. Por fin siento algo de alivio dentro de estas cuatro paredes que parecen seguras e inamovibles.

👑

―Su alteza, su alteza ―susurra la voz de una de las doncellas―. Despierte, es el día, debe prepararse...

―¿Prepararme para qué? ―pregunto adormilada sin ganas de abrir los ojos.

―Para la ceremonia... se casa hoy, alteza.

El rey de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora