13 Ciervo

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Kirian retrocede en su asiento, la hoja del cuchillo no es lo suficiente larga para tocarlo, quedándose apenas a una palma de distancia.

Aquel movimiento nos ha tomado por sorpresa, algunas mujeres gritan, la música se detiene y las miradas se posan sobre el hombre que ha errado su golpe, pero que no lo ha hecho desistir de volver a empuñar el cuchillo contra el rey.

De inmediato, los soldados tras de nosotros levantan las ballestas contra el decidido sujeto que se atreve a amenazar al soberano. El rey, levanta la mano indicándoles a los soldados que aguarden.

Dos soldados se abalanzan por detrás para someter al intruso. El sujeto carente de habilidad en el combate es doblegado de inmediato.

―Dígame, ¿A qué debemos su temeraria presencia en este lugar al que no ha sido invitado? ―cuestiona Kirian sin inmutarse―. ¿Te atreves a interrumpir la celebración de tu rey para amenazarlo?

―¡Todavía tienes el descaro de preguntarlo, maldito! ―exclama el sujeto de tez pálida―. ¡Tú no eres mi rey, jamás reconoceré como rey a un usurpador!

Lanza una escupida que cae sobre la mesa y aquello escandaliza a los invitados. Los soldados le propinan un golpe en las costillas causando que sus rodillas se doblen.

―¡Al parecer todos aquí se olvidaron de como usurpaste el trono! ―prorrumpe con dificultad para respirar, aunque eso no lo detiene―. ¡Todos aquí son tus cómplices! ¿Quizás se olvidaron de como este maldito mató a nuestro legítimo rey Gardiel?

―No solo te atreves a amenazarme, sino que también te atreves a hacer falsas acusaciones contra tu rey. Aun así, no he permitido que mis soldados te maten.

―¡Pues hazlo, anda, miserable, ordena que lo hagan!

El rey se pone en pie y las miradas se elevan a él.

―¡Mis lores, distinguidos nobles, agradezco a todos su presencia aquí como ya lo he dicho ayer, y agradezco también la disposición de nuestra reina para estar aquí junto a los suyos! ―declara con orgullo―. ¡Con este matrimonio no solo hemos unidos nuestras vidas, sino también nuestros reinos, y con la caída de Asteria nos consolidamos como un reino fuerte e invencible!

¿Cómo puede presumir valiéndose de las amenazas contra mi pueblo y contra mí?

―... ¡Sin embargo, ninguna monarquía está exenta de quienes ambicionan su caída! ¡Graves acciones, cometió este hombre como ustedes han presenciado, mereciendo una sentencia inmediata! ¡Sin embargo, antes de que tome una decisión, quisiera escuchar de nuestra reina! ―Su mano me señala―. ¡Su opinión! ¡Que sea su voluntad el destino de este individuo!

Nunca creí que el silencio pudiera medirse, pero si esto es posible, diría que el silencio que provee un sitio abarrotado es en extremo pesado y sofocante, demasiado para poder lidiar con ello.

Retrocedo en mi lugar buscando una salida entre los cubiertos, el mantel, el vendaje de mi mano, lo que sea... suplicando al mismo cielo conceda una tormenta para sacarme de este embrollo en el me han involucrado.

―¡Mi reina, esperamos su sabio consejo! ―alardea y eso me irrita.

El hombre preso de los soldados me mira, su expresión no suplica, permanece desafiante, pudiendo aceptar cualesquiera que sean mis palabras.

―Su majestad, yo no... ―Mis manos sudan y mi voz amenaza con conmoverse. Pero entonces una pregunta me invade―. ¿Aceptara el rey cualquier decisión que yo tome?

―Eso he dicho, mi reina.

―Entonces... decido que este hombre sea liberado.

El rey de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora