9 El hombre de la barba

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Un hombre me jala del pelo llamándome "puta". Me retuerzo y lo empujo, logrando que me suelte por un instante, instante que aprovecho para correr o al menos eso intento. El hombre al que solo he visto que lleva barba, vuelve a atraparme sujetándome de los brazos y me arroja al suelo para lanzarse encima de mí.

―¡Suéltame! ―le ruego.

El hombre me inmoviliza con su mano apretando mi cuello, mientras que yo sigo retorciéndome para tratar de liberarme.

―¡¿Con que eres una puta salvaje, ya verás?! ―me grita, antes de propinarme una bofetada en el rostro.

Mi mejilla duele, pero no me importa. Hago el intento de pedir ayuda, pero mi voz se atora en mi garganta. Intento apartar su corpulento cuerpo del mío, pero no lo logro. El hombre mete su mano por la falda del vestido buscando tocar mi pierna y algo más.

―¡Falser, como te atreves, bastardo!

Grita otro sujeto que llega por detrás y empuja al primero de un puntapié. ¿Acaso este hombre ha venido en mi auxilio? Pronto me doy cuenta de que no, pues enseguida este también se coloca sobre mí.

―¡Soy tu líder, debo ir primero en todo! ¿Verdad, compañeros!

Un par de hombres detrás de él responden que sí mientras ríen.

―¡No, por favor, no! ¡Ayuda, ayuda! ―grito con desesperación, mis lágrimas brotan sin parar, mientras el primer hombre atendiendo al reclamo de su amigo me sujeta las muñecas por detrás para que no me mueva.

El sujeto sobre mí se baja el pantalón, y antes de lograr su canallada una flecha perfora su cráneo encontrando salida por la mitad de su ojo. Enseguida su cuerpo cae a mi costado.

Otro par de flechas aparecen sin dar tiempo a los otros hombres de reaccionar, las flechas los atraviesan y caen enseguida.

El hombre de la barba que sujeta mis manos me suelta, solo para ponerse en pie obligándome a levantarme también, en un momento el filo de su cuchillo amenaza mi cuello mientras que la otra mano sujeta mi barbilla.

Siento como si mi cuerpo fuese ser cortado en pedazos. El borde del cuchillo parece que esta por rebanar mi carne de un momento a otro.

―¡La mataré, lo juro! ―amenaza el hombre.

Es Daria quien lo increpa sosteniendo el arco con una flecha preparada para salir disparada.

―¡Baja eso o la mataré! ―vuelve a gritar el hombre empuñando más su mano contra mi cuello.

Kirian tiene la mano aferrada a la espada en su cintura en posición para atacar en cualquier momento.

―¡Déjala ir! ―ordena él.

―¡Te lo advierto, matare a esta puta si se acercan!

El bandido empuja mi cuerpo con el suyo tratando de avanzar hacia atrás para huir.

―¿Eres tú, ese rey maldito con el rostro desfigurado? ―cuestiona el bandido―. ¡Dime, ¿Qué valor puede tener esta mujer? ¿No puedes conseguir otra?

Vuelve a jalarme y avanzo con él, mientras mi cuerpo tiembla y mi llanto empapa el filo de su arma.

―¡Tan monstruoso eres que necesitas una puta para que te de placer! ¡Te aseguro que ni así lo conseguirás!

―¡Daria, hazlo ya! ―ordena Kirian.

―¡Pero si lo hago, podría herirla también!

Las manos de Daria tiemblan contagiando a su arco y su flecha que también se tambalean.

Miro a mi alrededor, todo se ralentiza, incluso los latidos de mi corazón se vuelven casi imperceptibles. Quizás mi destino no era morir al filo de la guillotina, pero si al filo del cuchillo de este hombre que intentó violarme. Quizás mi vida debe ser así, después de todo, breve y sin propósito. Observo a Kirian, el rey con máscara y todo lo que pasa por mi mente es que nunca conoceré su verdadero rostro.

―Kirian... ―susurro, viendo su mirada posarse en mí, al mismo tiempo que el bandido entierra la punta de su arma en mi garganta.

El mundo puede avanzar tan lento, pero también demasiado rápido. En un parpadeo todo ocurre a prisa, Kirian le arrebata el arco a Daria y lanza la flecha que roza mi mejilla y en un instante el hombre que me amenazaba cae al suelo.

No puedo pronunciar palabra, mi mano temblorosa inspecciona mi cuello y mis dedos se manchan de una insignificante gota de sangre.

El cuchillo ha fallado más no la puntería del rey.

Atónita, regreso a ver el cuerpo de mi atacante y de los otros muertos. No soy la única que respira con dificultad, Kirian parece agitado, da un paso hacia mí, dedicándome una mirada de rabia en tanto me mira de arriba abajo, y cuando creo que va a decir algo se recompone y me da la espalda.

Se vuelve a Daria y arroja el arco a sus pies.

―¡Tenías una misión! ―le reclama.

La mujer agacha la mirada, avergonzada y con el orgullo herido.

―Perdóneme, majestad, yo...

―¡No me sirves, sino vas a seguir mis órdenes! ―amenaza―. ¡No lo olvides!

👑

Cuando nos quedamos solas, Daria recoge su arco y lo lleva a su espalda, bajo su capa. Luego, levanta mi capa y la arroja a mis manos.

―Gracias.

―¡¿Por qué?! ¡¿Por darle su capa o por salvarle de esos desgraciados?!

―Por ambas... y lamento que el rey te haya reprendido por mi culpa, de verdad lo lamento... ―expreso con sinceridad con ganas de volver a llorar―. Sino hubiera sido por ti, esos hombres me hubieran...

La mirada de mi guardia se pone en blanco y resopla enojada.

―¡No necesito que me agradezca, ni tampoco que se disculpe conmigo... alteza! ―exclama con desdén―. Solo le pido que haga lo que se le ordene y no tome ninguna iniciativa por cuenta propia. Ya no estamos en su reino de bailes y banquetes de nobles finos y recatados. Esto es Zoria, un reino al que solo con mano de hierro es posible gobernar.

👑

De regreso al campamento, muchos se han tomado el tiempo para el desayuno, yo no puedo probar bocado después de lo que he pasado, así que me limito beber un poco de agua.

Mientras aun seguimos a la espera de que los caballos vuelvan a estar listos para seguir, un grupo de soldados aparecen con los cuerpos de los hombres que me han atacado y se los muestran al rey.

―¡Atenles una soga al cuello y cuélguenlos de los árboles! ―exclama Kirian con voz fuerte y sus soldados lo atienden de inmediato―. ¡Que su muerte sirva de advertencia para los bandidos que rondan por estos senderos creyéndose intocables! ―Regresa a verme―. ¡Y para aquellos ilusos, descuidados y estúpidos viajeros que cruzan por estas tierras sin la menor precaución!

Sus palabras se convierten en flechas que se clavan en mí.

El rey de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora