21 Mazmorras

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Le he deseado la muerte al rey, aunque realmente quisiera ser yo quien desapareciera de este lugar al que me niego a aceptar como mi nuevo hogar.

He vuelto a mi estancia, al encierro y cobijo que me brindan estas paredes, pues según he sido informada por mis doncellas, el rey me ha prohibido salir. Faris me ha contado lo que sucedió por la mañana, el rey se reunió con los gobernadores poco antes de que partieran junto a sus familias a sus respectivas provincias. Supongo que después de todo su herida no era tan grave.

Sobre mi mesa no hay más que un espacio vacío, ni siquiera me han dejado hojas ni tinta para escribir. Faris y Lilia han tenido que retirarse de inmediato, siguiendo las órdenes de mi carcelero.

¿Por qué me hace esto?

Me he puesto a contar las piedras que sostienen los muros, pero he perdido la cuenta al quedarme dormida, obligándome a volver a empezar. Me aterroriza pensar que pueda estar aquí tantos días como rocas tienen estas paredes.

He intentado tararear algunas notas sin sentido, incluso recordar las citas bíblicas que las monjas pregonaban, pero en este coloquio de una sola persona las palabras se desvanecen rápido.

Solo ha pasado un día y medio, pero me ha parecido una eternidad. Si sigo así perderé la cordura en pocos días.

―¡Faris, quédate otro poco! Platícame más sobre lo que sea, no deseo estar sola― suplico tomando su brazo antes de que salga.

―Oh, majestad, que mas quisiera, pero el rey lo ha querido así... Se que usted es la reina, pero no puedo... ―se excusa entre la pena y el temor.

―¡La reina, eso soy!

―¿Majestad?

Mi dama parece confundida ante mi repentino sobresalto, pero tiene razón, ¡Soy la reina! No me tomo el tiempo de explicarle y abro la puerta decidida a salir. De inmediato, los soldados me interceptan.

―Voy a salir.

―Majestad, el rey lo ha ordenado, usted no puede...―explica uno de ellos―. Le pido que vuelva a su habitación.

―¡Apártese!

Ambos hombres cruzan sus lanzas impidiéndome el paso.

―Entonces, llévenme con él, ¿Dónde está?

―El rey está ocupado, pidió que no se le molestara.

Ante mi insistencia, me entero de que se encuentra en las mazmorras. Mi dama me cuenta que Kirian ha prohibido la entrada a este lugar, además de no ser apto para una reina. Le respondo que necesito hacer esto.

―¡Exijo ser llevada ahí!

―Lo siento, majestad, pero no...

―¡Te lo ordeno como tu reina! ―exclamo con firmeza.

―¿Acaso crees que hablas con cualquier plebeyo, soldado? ―Faris intercede tratando de persuadirlos―. ¡Es la reina, y si ella lo ordena puede enviarlos a la horca por su desobediencia!

Las amenazas de mi doncella carecen de veracidad, pero mi semblante enfurecido lleva a los guardias a intercambiar miradas difidentes, obligándolos a aceptar mi orden. Me piden que solo yo los siga.

Los soldados me conducen fuera de las edificaciones principales dejando atrás los jardines y pasillos, hasta toparnos con una torre de corte circular resguardada por varios soldados.

El rey de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora