15 Bastian

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El rey me besó con el mismo ímpetu con que lo hizo en la biblioteca, su mano se deslizó hasta mi entrepierna tocando mis muslos y luego enterrándose en mi interior más sensible. La luz iluminaba nuestro alrededor descubriendo nuestros cuerpos desnudos. Alce la mirada, por fin, podía ver el rostro bajo la máscara, y era...

¡Horrible! Su cuerpo era de hombre, pero su cara era la de un demonio con pedazos de carne devorados por larvas que brotaban de sus cavidades.

El tintineo de las cucharas me hace olvidar aquella terrible pesadilla que me invadió durante la noche.

El rey y los gobernadores se han encerrado en el salón del trono a tratar asuntos que solo a ellos competen, viéndome en la necesidad de convivir con sus familiares en otra sala para tomar el desayuno. Pero mi convivencia, no va más allá de verlos conversar entre ellos, puesto que desconozco si mi presencia los incomoda o la ignoran por señalarme extranjera, como ha dicho la mujer pelirroja.

La mujer, a quien ya reconozco por su nombre, Soraya, pues con la mayor soltura ha vuelto a presentarse junto a su madre, Lady Eleanor de Castelo, adulando mi vestido de boda y la recepción del festejo, a sabiendas que no he tenido que ver con la preparación de ninguno de ellos. Sin ganas de escucharlas, les expongo que necesito ausentarme por un breve momento, sin dar muchos detalles me encamino hacia un pequeño salón a esperar que el tiempo rinda su marcha.

La cabeza me duele con el recuerdo de la noche pinchando mis sienes, al igual que la vergüenza que siento de mí. Pero tengo cierta tranquilidad al saber que lord Baltus está vivo y cuidará del bienestar de mi gente, como mi padre hubiera querido.

―¿Se encuentra bien, majestad?

Pregunta un hombre al que no he visto entrar, llevándome a levantar el rostro para observarlo. Se trata del familiar de unos de los gobernadores... ¿Beltran, Barian?

―Disculpe, no quise importunarla, soy Bastian, hijo del gobernador Gerón, mi padre nos ha presentado ayer.

Hace una reverencia.

―Si, puedo recordarlo. Me encuentro bien... solo deseaba un poco de aire fresco.

Respondo con formalidad al hombre que intuyo es de la misma edad que el príncipe Edmund, sus facciones son firmes y su piel clara, solo que, a diferencia de él, su cabellera es marrón.

―Se suele tomar aire fresco afuera, no en el encierro, ¿Es acaso costumbre diferente en Elea? ―cuestiona con un tono de voz jovial.

Eso me hace sonreír contagiando al joven lord. Su sonrisa se dibuja de forma natural.

―Tiene razón... solo estaba...

―Descuide, majestad ―interrumpe―. Suelo hacer lo mismo, buscar un sitio aparte que me permita pensar, no le contare a nadie del suyo.

―Confío en que así sea.

Ambos sonreímos y apartamos la vista con modestia. Cuando pienso que el joven esta por despedirse, señala con la vista hacia la ventana incitándome a hacer lo mismo.

―¿Qué le ha parecido Zoria? ―pregunta aproximándose cerca del sillón donde me encuentro―. Tengo entendido que Elea es un reino costero, diferente de este paisaje, supongo.

Su mirada se vuelve a mí en espera de la respuesta. El pardo de su pelo también ha salpicado tenuemente sus pupilas.

―Hasta donde he visto, Zoria es un reino vasto, con grandes montañas y cuantiosas tierras de cultivo, pero Elea... Elea posee una vista diferente, sobre todo en días soleados en que se disfruta caminar por la playa sintiendo la arena en los pies descalzos, hasta esperar a que caiga la tarde para ver como el sol se pierde en el horizonte consumido por el cielo y el mar. ―Suspiro―. Es un paisaje único... Disculpe, no quiero aburrirlo con mis palabras.

El rey de hierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora