Estamos a la espera de que inicie el torneo. El recinto donde se realizarán las justas es amplio y cerrado, con la periferia cercada con barreras de madera. Han dispuesto para los asistentes gradas que están en su totalidad llenas y expectantes, lo mismo para la corte del rey y sus invitados para que podamos observar desde lo alto.
Desde aquí pueden verse los picos de varias tiendas, de diferentes tamaños destendidas por el prado de gran amplitud fuera de este lugar, pertenecientes a los caballeros que pugnaran en las justas.
Una docena de goriat, a quienes ya diferencio del resto de los sirvientes por su atuendo provisto de un lazo rojo trenzado en el brazo izquierdo, son los encargados de llevar entre los presentes grandes charolas con trozos de fruta, otros sirvientes ofrecen panes, y otros más apostados sobre templetes con grandes barriles llenos de hidromiel que también se reparte.
Mi vista se ha virado a mis costados, encontrándome con rostros conocidos, es un alivio contar con la compañía de mis doncellas, de quienes he comenzado a sentir cierta cercanía. Hay un rostro en especial, que me ha traído un raudo recuerdo de alegría, Bastian, quien solo me ha saludado con una leve inclinación, pero el pensar que el rey podía verme he apartado la vista de inmediato, pensando en que quizás pueda traer problemas al joven lord.
Los lores y damas de la corte hacen sus suposiciones sobre quien destacará en el torneo, otros sobre el premio.
Me encuentro en el estrado al lado del rey, el hombre quien no me ha dirigido palabra desde ayer en nuestro encuentro. Lo que sucedió durante la noche he preferido guardarlo en algún lugar recóndito de mi mente, sin miras a descubrirlo de ninguna manera.
Kirian permanece pensativo como yo, a su lado Lord Tomas, de vez en cuando le habla en voz baja, pero el rey no responde nada. La barrera que nos separa del exterior no es nada comparada a la barrera que hemos construido entre los dos, donde solo el hecho de que ambos usamos coronas nos exhibe como pareja real, pero sin que nada tengamos en común, nada que nos una lo suficiente para hasta ahora mantener una conversación que no incluya violencia o sucesos trágicos.
Los repiques de un tambor se alzan entre la concurrencia atrayendo nuestra atención al centro del recinto donde un par de hombres permanecen de pie.
―¡Su atención! ―exclama el pregonero, un hombre con traje rojizo―. ¡Si su majestad lo permite! ―Divisa al rey haciendo una reverencia. El monarca acepta su solicitud inclinando levemente el rostro―. ¡Hemos de dar inicio con este grandioso evento con motivo de las nupcias de nuestro rey! ―Se dirige a los presentes―. ¡Hoy volvemos a presenciar el Torneo del Rey de Hierro! ―exclama y la multitud se avalancha en aplausos y gritos―. ¡Llamado así en honor a nuestro rey, quien saliese invicto en todas las justas pasadas!
A su voz los jinetes golpean sus armas contra sus escudos proclamando a gran voz "¡ZORIA VIA AREY, ZORIA VIA AREY!".
La banda de músicos tañe con añafiles y trompetas el ambiente cuando los contendientes aparecen para su presentación. Uno a uno los caballeros dan vueltas por el circuito mostrando el emblema de la casa a la que pertenecen, además de anunciar el lema para demostrar sus intenciones y deseos; detrás de ellos su grupo de ayudantes portan banderolas y usan atuendos con los colores de los escudos de sus señores. El atuendo de los jinetes esta provisto de una armadura, un yelmo, una lanza y el escudo complementario a las gualdrapas de sus caballos.
Los jinetes se muestran gallardos y galantes presumiéndose de vencedores antes de que inicien los combates. Varios son los que han venido de las provincias, pues al pasar a nuestro lado los gobernadores se han levantado para saludarlos a la distancia y brindarles su apoyo.
Cuando el último de los jinetes desfila, el heraldo de los jueces del torneo aparece para recordar a los participantes las reglas del combate: Toda disputa o desacuerdo se resolverá dentro de la justa; no se herirá al caballero que se alce la visera del casco; el ganador de la justa será aquel que rompa tres lanzas de su contrincante o que lo hiera de muerte; tumbar al jinete de su caballo se considera una lanza perdida; los golpes permitidos se darán en pecho y cabeza; se permite que varios caballeros reten a uno solo, pero el combate solo se realizara de uno a uno hasta que exista un vencedor; quitarse el casco es señal de darse por vencido; el combate se dará dentro de lo acordado por los combatientes previo a la justa.

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El rey de hierro
Ficción históricaEloise está por casarse con el príncipe de Asteria, pero su boda se ve interrumpida cuando el cruel rey Kirian ataca al reino. Por amor a su pueblo Eloise se verá obligada a casarse con el nuevo monarca, descubrir los secretos que oculta y conocer e...