Capítulo 24

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–Diego–le llamó Andrea, el día siguiente, mientras él se encontraba secando unas copas de batido y colocándolas en las estanterías desde su lado de la barra

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–Diego–le llamó Andrea, el día siguiente, mientras él se encontraba secando unas copas de batido y colocándolas en las estanterías desde su lado de la barra.

Diego, algo desconcentrado, dejó su labor y colgó el paño que tenía en mano en uno de los ganchos que había al costado de una encimera. Y secándose las manos en el mandil, se giró hacia Andrea, alzando una ceja con curiosidad.

La pelinegra no dijo nada, solamente se apoyó en la barra y miró sus manos unidad encima de esta por unos instantes. Y ante eso, Diego comenzó a recrearse montones de escenarios sobre lo que podria pasar por la cabeza de Andrea en ese momento que tenían que ver tanto con él como con Arturo.

Luego de lo que había sucedido ayer, las cosas habían estado un poco tensas en la cafetería -o al menos así las sentía él-, pero la presencia de Arturo en ese momento le había transmitido calma y se había olvidado del tema rápidamente.

Pero claro, Andrea no.

En este punto, Diego no sabía como la pelinegra no se daba cuenta de que a Arturo le gustaban los hombres.

–¿Andrea?—preguntó extrañado al verla perdida en sus pensamientos, y se sobresaltó al verla sacudir la cabeza de un segundo al otro y enfocar sus castaños orbes sobre él, escaneándole como una presa.

–¿Tú eres gay, cierto?–preguntó, con una sonrisa abierta que cualquier otra persona pudo tomar como amable, pero que Diego la sentía tan rara e incómoda que no podía verla más de dos segundos seguidos.

Diego tragó saliva y miró de reojo el local, nadie se percataba de la situación–porque además, habían pocas personas como siempre y estaban en sus propios mundos– por lo tanto, nadie podría salvarle de la conversación que estaba seguro que iba a tener en ese mismo momento con Andrea.

–Si, lo soy hace bastante–afirmó luego de volver sus ojos hacia la expectante Andrea, y al parecer, la chica estuvo decepcionada de su respuesta tan tajante y rápida. Dedicándole una mirada poco convencida, la chica arrugó las cejas y se irguió un poco sobre el mesón, como quisiendo decirle algo necesariamente pero su boca cerrada no permitiéndoselo. –¿Por qué preguntas?–Diego volvió a preguntar, un tanto curioso por la extraña actitud de la rubia que había vuelto a tomar como anteriormente contra él.

Andrea se descolocó ante la pregunta de Diego, como si no estuviese preparada para dar explicaciones. El menor la vio apretar sus labios y pestañear varias veces con sus grandes ojos antes de responderle–Es que yo... eh... tengo una duda–sonrió algo avergonzada, y Diego aspiró un poco de aire lo más discreto posible miró la hora en el reloj de pared que había colgado detrás de Andrea, en 10 y minutos Arturo terminaba sus clases y no quería que llegara y se encontraran, para nada del mundo lo quería.―En realidad es bastante tonta y no debería preguntártela a ti porque no se trata de ti–Diego  alzó una ceja, algo extrañado y mil veces más curiosos que antes, aunque ya se diese una idea clara de qué quería preguntarle Andrea.

Diego sabía leer entre lineas, y Andrea quería causarle suficiente curiosidad como para que le siguiese preguntando y descubrir lo que quisiese saber de su parte y sin necesidad de preguntárselo en este caso, a Arturo.

–Mmhm... entonces no es un tema que deberías aclarar conmigo–Diego  negó con la cabeza, viendo el rostro de la chica quebrarse desde la bonita sonrisa persuasiva, hasta una mueca de decepción y algo de molestia.

–Si... igual gracias–murmuró Andrea apenas perceptiblemente para su oído, antes de que tomara uno de los paños que Diego tenía colgados en el gancho de la encimera, y se fuera rápida y pesadamente hacia la cocina, Diego no le quitó un ojo de encima hasta perderla de vista a través de las pequeñas ventanitas que tenia la puerta de la cocina.

Dejó salir un largo suspiro que no sabía que estaba reteniendo, últimamente se sentía demasiado ahogado en la cafetería, y su única vía de escape era Arturo.

Esa misma tarde y 20 minutos después del suceso, la campana de la puerta de entrada sonó, y Diego alzó la vista con una radiante sonrisa al saber quien era.

Con una sudadera negra y un beatle cuello de tortuga blanco debajo de esta, Arturo había llegado tan simple pero imponente, y Diego se sintió derretir un poquito al ver lo guapo que se veía su casi novio caminando hacia él sin quitarle los ojos de encima y con una pequeña sonrisa temblante en los labios por el frío que comenzaba a hacer.

–Hola, bonito–saludó cariñosamente el rubio, con esa potente voz que arrulló a Diego, y dejando el casco por sobre la mesa y de paso, uniendo sus manos en un suave apretón como saludo, Diego soltó una risita, acariciando con el dorso de su mano la fría mano del mayor.

–Estás helado–Arturo negó con la cabeza, restándole importancia.

Diegl miró por las ventanas de
la puerta de la cocina, esperando que nadie estuviese prestando la atención suficiente. Y agachándose suavemente, tomó el té más cercano que tenía con un infusor, y comenzó a preparar un té para el congelado Arturo.

–¿Sabes? Llevo tres semanas y media sin comer carne, ni embutidos, ni nada–volvió a hablar Arturo, viendo atentamente como Diego preparaba el té lo más rápido posible. El chico le miró con una sonrisa frente a la tetera mientras hervía.

–¿De verdad? ¿Te estas haciendo vegetariano?–preguntó, casi tan feliz como el día en que Arturo se le confesó. La idea de que Arturo fuese vegetariano como él le resultaba bonita, ya no sería un raro espécimen que no comía carne entre los coreanos y se alimentaba de frutas y verduras solamente.

–Si, o sea– Arturo ladeó la cabeza –Siempre me gustó el tema del vegetarianismo, pero mi mamá me lo prohibió por muchísimo tiempo mientras estaba en el instituto― Arturo se encogió de hombros, soltando una risita–Y ahora que soy bastante más independiente, y como estoy contigo, comencé a dejar la carne y ser vegetariano, tal como tú–Arturo alzó las cejas y entrelazó sus dedos en la barra.

Diego se rió, tomando la tetera y acercándose a la taza que tenía puesta al otro lado de la encimera con el difusor –O sea, ¿te hiciste vegetariano porque te influencié indirectamente a serlo? ¿por mi?–Diego lo preguntó en broma, mientras vertía el agua caliente en la taza.

–Si, por ti– afirmó, y Diego sintió cosquillas en el estómago y con su cuerpo vibró por completo ante esas tres míseras palabras.

Y tal vez, luego Diego entendió el por qué Andrea  había mentido con eso de ser vegetariana.


Y tal vez, luego Diego entendió el por qué Andrea  había mentido con eso de ser vegetariana

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