Capítulo final

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Diego miró la habitación sin
poder creérselo, ignorando el ladrido del esterelizado Bam al reconocerle desde su cama. Aún parado en el umbral de la puerta, el sueño se le había ido por completo de un segundo a otro e inspeccionaba el lugar de rincón a rincón, sintiendo un nudo en la garganta cuando quiso tragar saliva.

Se giró hacia la derecha, en donde Arturo tenía una mano en la cadera y la otra se la pasaba por los ojos, con una mueca de frustración más que evidente, le estaba evitando la mirada a Diego y murmuraba algo en voz baja que ahora mismo el pelinegro no podía comprender.

Diego soltó el aire que tenía retenido antes de entrar a la habitación y detenerse en la alfombra al medio de esta, girando sobre si mismo y sintiendo su corazón palpitar cada vez que veía algo nuevo.

–¿Es... en serio?–se odió por dejar que su voz saliera como un pequeño hilo a punto de romperse, y sintió sus ojos arder y nublarse cuando notó a Arturo apoyado con una sonrisa avergonzada en la puerta.

–Se suponía que debía ser una sorpresa... pero se me había olvidado con la visita de mamá–explicó con un largo suspiro, levantando las cejas rascándose la nuca, y sin dejar esa mueca de frustración y mirando como Bam se paraba a duras penas de su cama y se iba a refregar a las piernas de Diego en busca de cariño, pero este estaba demasiado concentrado viendo su sorpresa fallida.

–No puedo creerlo–soltó una risa, entrecerrando los ojos y dejando que la primera lágrima saliese de estos, se llevó las manos a la boca mirando hacia el techo toda aquella decoración.

–Supongo que la he cagado, ¿no?– Arturo se rió junto a él, negando con la cabeza y mirando hacia el suelo. El pequeño plan que tenía se había ido por la borda por su pequeño descuido y ahora ya no sabía que hacer, tampoco que decir, solo podía ver la sombra de Diego pasearse por su habitación un par de instantes, antes de detenerse frente a él y abrazarlo con tanta fuerza que le faltó el aire por un momento al rubio, sintió un par de cosquillas al sentir el rostro de Diego ocultarse en su cuello, y más aún como una pequeña lágrima caía a su clavícula. Rodeó el pequeño cuerpo con sus brazos, sintiendo como Diego se acoplaba contra él y soltaba suspiros de felicidad mientras lloraba suavemente.

Diego jamás se esperó que al entrar a la habitación de Arturo, se encontrase con el lugar lleno de globos blancos y rojos, de los cuales colgaban pequeñas rosas y las pocas fotografías que tenían juntos impresas, al igual que su cama decorada con pequeños lazos de seda y un ramo de claveles blancos con bordes tintados en rojo -sus flores favoritas-, envueltas en género cromado y con un montón de bombones junto con un sobre negro encima de las sábanas blancas.

–Eres un idiota, Arturo Izquierdo– susurró el pelinegro, afianzándose aún más sobre Arturo y sintiendo la burbujeante risa del chico retumbar contra su pecho.

–Ya sé, que todo esto te lo debía mostrar yo, no descubrirlo tú solo– volvió a reír por su fracaso, sintiendo a Diego alejarse de él y mirarle. Y solo pudo tomar ese bonito rostro entre sus manos y limpiarle las lágrimas–No llores, ¿si?, ven conmigo.

Arturo le tomó la mano con cuidado, entrelazándola suavemente y dándole un apretón. Y Diego instintivamente recordó aquella vez cuando notó como Arturo le había agarrado la mano a Andrea, tan distinto a como se la tomaba a él, con tanta ternura y cariño expresado que hacía sus dedos hormiguear. Diego miró todas las fotos colgadas de los globos. Estaba aquella que se habían sacado cuando Bam se había interpuesto entre ellos en el sofá de la sala, de esa primera vez en donde habían salido a una cafetería, su primera cita, el día en el que Arturo se le declaró. Eran pocas, pero todas eran tan especiales que Diego no evitó el tomarlas de los listones de los globos y apretarlas contra su pecho.

Arturo le jaló a la cama, en donde ambos se sentaron y Diego soltó la grande mano de Arturo para tomar el ramo de claveles. Eran sus flores favoritas, estaban suaves y olían suavemente a la colonia del rubio, Diego pasó un dedo por los pétalos y luego por el género las que cubría, mordiendo su labio para evitar que un sollozo saliese de sus labios, sentía sus dedos temblar y lo confirmó al tomar la caja de bombones, soltando una risita al ver que, de nuevo, eran sus favoritos y veganos.

Sintió a Arturo acomodarse con la espalda en el respaldo de la cama, entre los listones y extendiéndole el sobre negro con una sonrisa apenada. Diego lo tomó con suavidad, sintiendo la textura gruesa del sobre y dejando la caja de bombones a un lado por la curiosidad que le daba lo que sea que hubiese dentro. Y sintiendo los profundos ojos de Arturo clavados en su persona, abrió con delicadeza el sobre y miró la pequeña nota que había allí adentro. La sacó frunciendo el ceño, solo decía una frase y tenía pequeños detalles dorados por los bordes, Miró a Arturo de reojo aún sin leerla, notando como este movía los dedos nervioso y apretaba los labios sin dejar de mirarle, y sin más preámbulo leyó lo poco que decía la nota en bonita caligrafía impresa.

Aguantó la respiración, volviendo a releer la nota cinco veces más antes de quedarse en un completo silencio al intentar procesarla, sentía su corazón bombear a mil por hora y como su mente parecía un torbellino, su estómago estaba dando vueltas como una lavadora y una euforia estaba llenando su cuerpo de forma caliente y rápida.

Se giró hacia Arturo, aspirando aire y sosteniendo fuertemente la nota entre sus dedos. Subió las piernas a la cama y gateó bajo la atenta mirada de Arturo hasta quedar a su lado, y pasando una pierna por encima de los muslos del mayor, quedó sentado en su regazo, sus narices rozándose y Diego con los ojos brillantes mirando los de Arturo sin saber como empezar. Medio sonrió al sentir esas manos sujetar con ternura su cintura y dejar una caricia allí mismo, a la vez que sus narices se movían suavemente de un lado a otro en un beso esquimal.

–¿Hiciste todo esto por mi?–susurró el pelinegro contra los labios contrarios, viendo el rostro del mayor iluminarse suavemente en una sonrisa.

–Claro que si, y volvería a hacerlo las veces necesarias–no dudó en decirle, antes de subir una de sus manos ydelinear el rostro de Diego con su dedo índice–Solo por ti, bonito.

Diego apretó sus labios, separándose solo un poco para volver a leer la nota entre sus manos, soltó una risa llena de alegría antes de estampar sus labios contra los de Arturo en un tierno beso que el mayor correspondió enseguida, acercándolo más a él y moviendo parsimoniosamente sus labios sobre los otros, un beso lleno de ternura en donde se expresaban todos aquellos sentimientos que aún no eran capaces de demostrar. Un beso tranquilo, sin necesidad de llegar más lejos y con una ternura desbordante que les hizo sentirse tan cómodos en aquel espacio, en su espacio.

Diego definitivamente estaba enamorado de Arturo y viceversa. y ninguno de los dos jamás se arrepentirían de como se dieron las cosas entre ellos. Y el menor, separándose cuando le comenzó a faltar el aire, entrelazó sus brazos por detrás del cuello del mayor y dijo:

—Si, acepto ser tu novio— Diego cerró los ojos, y apoyó su frente contra la de Arturo —. Y yo también te amo.

End.♡


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