Capítulo 29

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Cuando Arturo cerró la puerta principal detrás suyo, enseguida buscó las manos de Diego con algo parecido al desespero, y entrelazando esos largos dedos entre los suyos, jaló el diminuto cuerpo envuelto en varias capas de ropa de Diego contra el suyo

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Cuando Arturo cerró la puerta principal detrás suyo, enseguida buscó las manos de Diego con algo parecido al desespero, y entrelazando esos largos dedos entre los suyos, jaló el diminuto cuerpo envuelto en varias capas de ropa de Diego contra el suyo. El frío ya estaba pasando la cuenta en la ciudad y más que otoño parecía invierno, Diego tenía las orejas congeladas y la nariz roja por el viaje en motocicleta hasta allí, cosa que le pareció sumamente tierno a Arturo, añadiendo que su pequeño se veía como un tierno osito por el abrigo café achiporrado que traía, y que lo hacía lucir blandito.

Diego chocó con él por el tirón, tropezando con sus pies y apoyándose en el pecho contrario con esos ojitos brillantes que Arturo había admirado desde el primer día, y formó una media sonrisa tranquila mientras una de sus manos soltaba los helados dedos de Diego y comenzaba a subir suavemente, hasta acariciar su cuello con la punta de los dedos y acunar esa suave y tersa mejilla contraria contra su palma. El chico ronroneó ante el toque, apoyándose más contra la palma de Arturo cuando este dejó una caricia con su pulgar en el pómulo.

–Te he extrañado mucho, aunque no lo creas–susurró el mayor, su aliento tibio y agradable chocando en el rostro de Diego, quien dejó salir un suspiro gustoso mientras se aferraba aún más a Arturo.

–Yo también lo he hecho–revoleó sus pestañas, sonriendo quedito y sintiendo la punta de la nariz de Arturo rozar con la suya.

Sintió esas manos bajar de su rostro hacia su abrigo, bajando el cierre de este suavemente mientras sus ojos volvían a conectarse, y sus labios se unian en una explosión de sentimientos que hizo gemir a Diego por el contacto. Retrocedió un poco, saliendo de la  entrada del departamento y con Arturo siguiéndole mientras movía sus labios contra los del más bajo con un deseo oculto que extasió a Diego en un par de segundos. Su piel hormigueó por sobre la camisa al sentir las manos de Arturo dentro de su abrigo y chaleco, y el suavemente dejó caer ambos por sus hombros y brazos mientras cerraba los ojos y abría solo un poco su boca, lo suficiente como para que el mayor adentrase la lengua en busca de la suya.

Enredó sus manos en la nuca de Arturo, entremedio de esos cabellos suaves y rubios mientra lo acercaba más a él y se colocaba algo de puntitas. Sus pechos rozando con cada movimiento. Arturo se quitó la chaqueta que llevaba, quedando solamente en una camiseta y dejando a Diego sentir su trabajado cuerpo por la fricción de este mismo, y exhaló por la nariz al sentir esas tibias manos meterse por debajo de su camisa para tocar la piel de su cintura y vientre, sus meñiques jugando con el borde de sus pantalones ociosamente.

Se separó un momento, solamente para atrapar el labio inferior de Arturo y delinearlo con la punta de su lengua, antes de que ambas se entrelazacen de nuevo en un desordenado y fogoso beso nuevo que calentó el estómago de Diego y nubló sus sentidos gustoso.

Gimió contra la boca de Arturo nuevamente cuando recibió una mordida, y dejó de tironear ese cabello para bajar sus manos a la camiseta y apretarla entre sus dedos. Se sentía caliente, una presión en su vientre completamente nueva y una tensión sexual tan fuerte sobre ellos que Diego ya no estaba en todos sus sentidos, solamente quería sentir a Arturo, su piel quemar contra ese tacto y fundirse junto a él.

Arturo se separó de él, solamente para enfocar sus vidriosos ojos en los botones de su camisa e intentar desabrocharlos torpemente. El pelinegro tragó saliva, algo nervioso pero ansioso también, y en un momento de vergüenza por la potente mirada de Arturo sobre él, giró la cabeza hacia la puerta de entrada.

Y gritó al ver dos figuras allí.

Arturo se desconcertó por un momento, viendo el pequeñito cuerpo de Diego ocultarse tras suyo y colocarse tan rojo como un tomatito, y arqueando una ceja se giró hacia la puerta de entrada, algo molesto por la interrupción. Pero se quedó tan blanco y helado que Diego temió que cayera al piso.

Diego, de lo poco que pudo ver antes de ocultarse por la vergüenza, se trataba de una mujer bajita y castaña, ya de edad, y un chico tan alto y delgado como un palito, con el cabello negro igual que el . Pero lo que definitivamente le quiso hacer enterrarse vivo fue lo que Arturo soltó despues de un par de segundos.

-M-Mamá...Alejandro...-el rubio apretó sus labios, sin dejar de mirar a ambos y sintiendo los pequeños golpes avergonzados de Diego en su espalda.

¡Acababan de hacer un espectáculo
frente a su futura suegra! Si Diego no se hubiese girado tal vez la señora hubiese visto como es que su hijo le comía como un pedazo de pastel.

Escuchó un suspiro entre su ataque de vergüenza, antes de que la suave voz de la mamá de Arturo se escuchase: –Bueno... Alejandro me había contado que estabas viendo a alguien... pero no pensé que ibas a ir tan rápido, hijo.

–Eh... yo... e-eh–Arturo  no sabía qué decir, sosteniendo la cintura de Diego por su espalda para que el tembloroso chico no cayese y viendo a Alejandro apunto de estallar de risa y el estoico rostro de su madre quien lo miraba como si esperase a que dijese algo.

Diego sintió sus ojos picar cuando todo volvió a quedarse en silencio,avergonzandose más cuando el tal "Alejandro" soltó un par de risitas bajas. Ya no tenía cara para mirar a la  mamá de Arturo a los ojos y solamente quería refugiarse en Arturo hasta que se le pasase la vergüenza.

–Bueno, hijo–volvió a escuchar la voz de aquella, sintiendo a Arturo tensarse un poco–¿No me vas a presentar al chico detrás tuyo? Tengo mucha curiosidad por ver quien logró dominar a mi hijo.

No, Diego realmente no podía mirarle a la cara.



No, Diego realmente no podía mirarle a la cara

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