Capítulo 19

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Andrea  estaba con un ojo encima de él, podía notarlo todo el tiempo en sus espaldas

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Andrea  estaba con un ojo encima de él, podía notarlo todo el tiempo en sus espaldas.

Aunque la chica ya estuviese un poco más cariñosa con él nuevamente -Diego no sabía por qué- la sentía extraña. Golpeenlo si quieren, pero Diego tenía ese sexto sentido que las mujeres decían tener y que presentía cuando había algo mal.

Terminó de preparar granizados de frambuesa para un grupo de chicos y empaquetar galletas de avena y chips de cacao para una señora, cuando se vió la cafetería vacía.

Soltó un suspiro, sus dedos estaban algo acalambrados y comenzaba a hacer más frio ya estando a finales de octubre, y a una semana y media de comenzar a salir con Arturo. Este último estaba algo atareado con la universidad, por lo que no lo había visto en los últimos dos días y eso le tenía algo deprimido.

No es como si se fuese a morir, pero Arturo realmente alegraba sus días y le hacía sentir mejor, fuera de la forma que fuera, Arturo sonreía hacia él y el día parecía volverse de color rosita y saber a azúcar.

Si, Diego estaba bastante mal, él mismo lo confirmaba.

Revisó por si tenía algún mensaje,y luego de aquello, se agachó por detrás de la barra para comenzar a ordenar el poco desorden que tenía de infusiones, hierbas e ingredientes para hacer tantas cosas que Diego se mareaba. Comenzó a tararear alguna canción que escuchó recientemente en la radio intentando distraerse un poco, actualmente se sentía más cansado de lo normal y no entendía el por qué.

Escuchó el tintineo de la campana que indicaba que un cliente nuevo había llegado, y terminando de ordenar un par de frascos, se levantó con una sonrisa dispuesto a recibir al cliente, pero pegó un grito en el cielo al ver el rostro de Lucía con una mueca de querer romperle la pierna a quien primero se le cruce, el cabello despeinado y la cara tan roja como la de un tomate.

-¡Lucía!-Diego se llevó una mano al pecho dramáticamente, su mejor amiga no le dijo nada, y Diego supo que estaba demasiado molesta como para disculparse o si quiera saludarle.-¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en clases aún?

-Debería-farfulló molesta, sentándose en una de las sillas vacías que allí habían y dejarse caer derrotado. Ahora Lucía se veía como un pequeño perrito desamparado y por un momento Diego pensó que alguien había molestado a su linda mejor amiga.

—¿Qué pasó, Luci?—Diego cruzó sus brazos y se apoyó en estos mismos frente a Lucía para escucharle. La  chica ocultó su rostro entre sus brazos y se resfregó con estos mismos.

-Me han suspendido por una semana completa en el instituto, mamá va a matarme-se lamentó, y Diego le miró sorprendido.

-¿Qué? ¿por qué te han expulsado?

Lucía levantó la vista, con un puchero inocente que Diego se hubiese creído si no fuera porque conocía a Lucía desde que todavía tomaba biberón. Algo malo había hecho, así que Diego resopló y le miró con reproche, dispuesto a escucharle. Pero antes de que si quiera la castaña abriera la boca, la campana volvió a sonar. Diego levantó la vista de la derrotada Lucía, topándose con la sonrisa de Sebastian acercándose suavemente hacia él.

Diego suspiró con una pequeña sonrisa, hacía tiempo que Sebastian no se pasaba por la cafetería y le gustaba pasar tiempo conversando con él. El castaño llegó hacia la barra y le dedicó una mirada extrañada a la pequeña masita oculta que era Lucía ahora mismo, pero luego volvió hacia Diego.

–Hola, Diego, dame lo de siempre, por favor–pidió con una amable sonrisa, y Diego hizo rechinar sus dientes y asentir, para luego volverse hacia Lucía y golpearle la cabeza con la mano.

La chica enseguida se quejó, levantando la cabeza hacia el que le había golpeado y a punto de maldecirle.

–Saluda, tontita–le dijo Diego antes de cualquier cosa, señalando a Sebastian–, él es Sebastian, un amigo que a veces me acompaña aquí―luego miró a Sebastian, que volvía a mirar a su mejor amiga, pero esta vez de forma más extraña-Sebastian, ella es Lucía, mi mejor amiga y con quien vivo y soporto todos los días de la semana.

Diego recibió lo que parecía ser el sonido de una serpiente de parte de la  menor, antes de que sus dos amigos se quedasen viendo por un par de segundos curiosamente entre ellos. Y esos segundos se fueron alargando, y alargando, y alargando de tal forma que el silencio se hizo sumamente incómodo para Diego. Formó una mueca al ver como los dos especímenes frente suyo se escaneaban hasta los sesos el uno al otro, hasta que Sebastian abrió la boca y dejó salir algo que descolocó tanto a Diego que casi se cae de hocico nuevamente.

–Que linda eres, Lucía.–Diego se atoró con su propia saliva al escuchar aquello, abriendo los ojos como platos y comenzando a toser al ver como su mejor amiga también abría los ojos sorprendida y se sonrojaba. ¡Lucía jamás se sonrojaba!

Su vista se volvió algo borrosa por las lágrimas que se comenzaron a acumular en sus ojos por la falta del aire al toser. Y comenzó a mover las manos pidiéndole ayuda a cualquiera de los dos chicos frente suyo que aún no parecían querer dejar de mirarse. ¿Pero qué pasó? Diego fue ignorado olímpicamente y se quedó ahí, muriendo sonoramente detrás de la barra y maldiciendo internamente a esos dos.

Cuando Diego finalmente pudo respirar lo suficientemente bien y quitarse todas las lágrimas que nublaban su vista, Emiliano y Andrea le miraban confundidos desde la puerta de la cocina, Y Sebastian con Lucía ahora se sonreían coquetamente.

¿Qué mierda estaba pasando aquí?

¿Qué mierda estaba pasando aquí?

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