Capitulo 33

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JACK FROST

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JACK FROST

Desperté con una sensación de fuerte dolor, abrí los ojos lentamente, parpadeando contra la brillante luz blanca que me rodeaba. El dolor en mi cabeza era punzante, y sentía mi cuerpo pesado. Me levanté con dificultad, la nieve crujía bajo mis pies mientras intentaba orientarme. No tenía idea de dónde estaba, pero sabía que algo había salido terriblemente mal.

Todo había empezado cuando estaba volviendo a Arendelle, después de llevar el invierno a América. Sin embargo, esta vez, una voz extraña comenzó a llamarme. Trate de buscar de donde provenía esa voz, que me llevó hasta el lago donde desperté. Pero de repente, todo se volvió negro. Ahora me encontraba en este desierto helado, sin ningún punto de referencia. El viento aullaba a mi alrededor. Estaba completamente desorientado, y cada intento de recordar lo que había pasado solo traía más dolor de cabeza.

 Estaba completamente desorientado, y cada intento de recordar lo que había pasado solo traía más dolor de cabeza

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Empecé a caminar sin un rumbo fijo, esperando encontrar algo que me diera una pista de dónde estaba. El tiempo pasaba, aunque el frio no me afectaba, comenzaba a sentirse opresivo. Justo cuando comenzaba a pensar que nunca encontraría algún indicio, vi algo moverse en la distancia.

Un grupo de figuras grandes se acercaba. Al principio, me preparé con mi cayado para defenderme, pero cuando estuvieron más cerca, me di cuenta de que eran... Yetis. Los reconocí rápidamente, ellos trabajaban para Norte. ¿Podría ser que estaba en el Polo Norte?

Los Yetis me miraron con curiosidad, luego uno de ellos, más grande que los demás, me hizo un gesto para que lo siguiera. Acepté la invitación, sin muchas opciones, y me condujeron a través del paisaje helado hasta llegar a lo que parecía ser el taller de Norte. El contraste con el exterior era sorprendente. El interior era cálido y acogedor, con luces parpadeantes. Los Yetis me miraban sin entender que hacia allí.

-¿Cómo llegué aquí? -pregunté, mi voz sonaba ronca por el frío y el esfuerzo. Los yetis no me respondieron, pero uno de ellos se dirigió a otra habitación. -Estás en el taller de Santa, en el Polo Norte. -Escuché una voz con un acento ruso que reconocí de inmediato. -Norte.

-¿Pero qué haces aquí, muchacho? -Me preguntó él, y yo no supe qué responder. Ni siquiera tenía idea de cómo había llegado ahí. -La verdad, no lo sé. Estaba terminando de llevar el invierno a América, pero de repente me desmayé y aparecí aquí -expliqué, todavía bastante confundido. Cada intento de recordar algo me traía un fuerte dolor de cabeza. Ambos nos quedamos mirando, sin saber qué más decir.

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