Capitulo 32

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ARENDELLE, 1836

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ARENDELLE, 1836

ANNA

Mis padres habían salido de viaje hace unos días pero su ausencia hacía que el palacio se sintiera más vacío de lo habitual. Papá y mamá habían partido hacia el sur para asistir a una boda, dejándome sola con Elsa, quien, como siempre, se mantenía distante. Traté de pasar el tiempo con mis deberes y explorando el palacio, pero no lograba entretenerme con nada.

Hoy estuve esperando ver a Elsa al menos en el almuerzo, pero como siempre, ella prefirió en encerrarse en su cuarto. No comprendía por era así conmigo, no entendía por qué debía ser así. Me sentía más sola de lo que ya me sentía habitualmente.

En la tarde, mientras intentaba concentrarme en un libro en la biblioteca, escuché pasos apresurados. Levanté la vista y vi a Gerda, la sirvienta de confianza, entrando con una expresión preocupada. Algo no estaba bien.

-Señorita Anna -dijo Gerda, su voz temblando -Necesito hablar con usted.

Mi corazón comenzó a latir más rápido. La urgencia en su voz me hizo sentir muy nerviosa. -¿Qué pasa, Gerda? - pregunté, levantándome de inmediato. Gerda tomó una profunda respiración, como si intentara encontrar las palabras adecuadas.

-Ha habido un accidente, en el mar -dijo finalmente, con la voz quebrada -El barco de sus padres se hundió durante una tormenta. No hubo sobrevivientes.

El suelo pareció desmoronarse bajo mis pies. Sentí que me faltaba el aire y las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin control.

-No, no puede ser - dije, negando con la cabeza. Gerda se acercó y me abrazó. Sentía como mi corazón se rompía pedazos. Mis padres se habían ido. No sabía cómo enfrentar esta realidad.

Intenté ser fuerte, pero el dolor era abrumador. Me dirigí hacia la puerta de la habitación de Elsa, con la esperanza de que, por una vez, ella pudiera salir y enfrentar esto conmigo. Necesitaba a mi hermana ahora más que nunca.

Toqué la puerta suavemente.

-Elsa, por favor, abre la puerta. Necesito hablar contigo

No hubo respuesta. Solo el silencio, el mismo silencio que había aprendido a odiar.

Desesperada y rota, me dejé caer al suelo frente a su puerta, abrazando mis rodillas y llorando desconsoladamente. Sentía que no podía soportar esta pérdida sola, y sin Elsa a mi lado, la soledad se volvía insoportable.

Los días siguientes fueron un torbellino de tristeza. Aún no podía aceptar que mis padres se habían ido para siempre. La idea del funeral se cernía sobre mí como una sombra. Y Elsa seguía sin salir de su cuarto, no podía evitar sentirme abandonada. Enfrentar este dolor sola era más de lo que podía soportar

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El día del funeral llegó envuelto en un aire de tristeza. El palacio, que siempre había sido un lugar de vida y actividad, ahora estaba cubierto por un manto de silencio. Las banderas ondeaban a media asta y el cielo gris parecía reflejar el dolor que todos sentíamos.

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