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La orilla de un conocido mar cristalino se conectaba con una pradera verde pacay, desde el fondo, que casi siempre fue arena y un puerto de madera, ahora había vegetación y maleza verde que lo rodeaba. 

Instintivamente, cuando supo que el lugar donde estaba era su espacio personal en la brecha espiritual, fue a buscar a su criatura morada. 

En cambio a su medusa, vio desde lo lejos una silueta de blanco y celeste, de cabello ébano junto a un pequeño trozo del cielo que dejaba ver la noche, las estrellas y la luna. 

Sus instintos le dictaban acercarse hasta él, ya sea por simple curiosidad o cierta familiaridad, pero no pudo hacerlo a tiempo. Las olas y tormentas, que antes eran parte de un mar calmado, lo arrastraban una y otra vez en diferentes direcciones, sin tener control sobre su propio cuerpo. El cielo, que recordaba ser celeste, ahora era grisáceo; el mar oscuro subía y lo consumía poco a poco hasta dejarlo sin aire. 

Ahogado y sin energía, se dejó arrastrar hasta quedar inconsciente. 

Cuando abrió sus ojos por segunda vez, se encontraba en un lugar que escapaba de la vista humana.

En un escenario, un joven de elegante vestimenta lila y de telas holgadas que denotaban armonía en sus movimientos, así como la belleza, observaba en silencio desde un rincón centenares de personas ir y venir, colores y telas brillantes, como un jardín de flores. 

Conmocionado y derrotado, sin un propósito más que seguir viviendo, es guiado por un joven de verde y negro que tomó su mano desprevenidamente, de porte alto, cabello negro y piel tostada, no distinguía bien su rostro entre muchas siluetas, pero algo, el susurro de su corazón, le decía que estaba en un lugar seguro. 

Entonces se dejó llevar por el apuesto muchacho de lo guiaba entre el montón, pero pasó un tiempo y un golpe lo hizo soltar su mano, perdiéndolo y perdiéndose entre las siluetas de las coloridas personas y llamando desesperadamente un nombre. 

Las personas se derritieron en agua, todo lo que le rodeaba era océano, no era claro ni oscuro y el único movimiento que hacia el agua eran sus pies tratando de desplazarse en el lugar, buscando la silueta verde. 

Los sentimientos que chocan contra él, como pequeños brotes de abedules que crecen en un segundo, clavan dolorosamente sus ramas en su pecho, sin aire, sin alivio, solo dolor. 

La desesperación escala contra él, lo orilla a la soledad y el desconsuelo, como si hubiera desbloqueado en su pecho, una vieja sensación de perdida arremete contra él sin piedad. 

El agua comenzaba a escalar hasta llegar a sus rodillas, buscó por el espacio vacío, y empezó a gritar el nombre con miedo, hasta escucharse, hasta que su voz se rompió, hasta desgarrar su garganta. Entonces no se da cuenta cuando se tropieza con sus propios pies y cae, se levanta y corre con el corazón en la mano, con el miedo de buscarlo y nunca encontrarlo. 

Aquel viejo sentimiento, que no sabia que podía albergar su pecho, es un recuerdo que odia inimaginablemente. 

Sin energía se desploma en el agua y en el lugar que parecía no tener fin, solo mar y un cielo blanco que chocaban y parecían apiadarse de su pena, con sus ojos húmedos por las espesas lagrimas que derrama desenfrenadamente mira el lugar. Hasta que vuelve a ahogarse. 

Sus piernas perdieron fuerzas y cae sobre el agua. Sin saber el tiempo ni el momento, sin saber el lugar, decide esperar pacientemente de rodillas hasta que vuelva aquello que se fue cruelmente de su lado. 

El beta de YunmengDonde viven las historias. Descúbrelo ahora