VIII. Invitación

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Las semanas pasaron y para SeokJin, lo que comenzó como una cena improvisada en casa de Jungkook se convirtió en una tradición. Todas las noches, después de un largo día de trabajo, SeokJin se encontraba caminando hacia el modesto apartamento de Jungkook. Allí, compartían una cena sencilla pero deliciosa, siempre preparada con el cariño y la habilidad del conejo.

Las conversaciones fluían con naturalidad, pasando de temas triviales a profundidades inesperadas. Jungkook hablaba de su infancia en el campo, de sus padres y sus travesuras de niño, mientras que SeokJin compartía recuerdos de su estricta educación y las responsabilidades que siempre lo habían acompañado.

Una noche, mientras se despedían, Jungkook no pudo evitar sonreír al ver a SeokJin más relajado y en paz.

—Hasta mañana, Jin— dijo con una sonrisa cálida, observando cómo el zorro se alejaba por el pasillo.

Al llegar a su propio departamento, SeokJin era recibido por su leal chef, que siempre estaba atento a sus necesidades.

—Joven Kim, ¿quiere que le haga algo de comer?— preguntó el chef, notando la habitual hora de su regreso.

—Ya comí — respondió SeokJin, dirigiéndose a su habitación.

El agua caliente de la ducha fue un alivio, y cuando finalmente se puso su pijama, se dejó caer en la cama, mirando el techo con una mezcla de satisfacción y preocupación. No tenía ganas de dormir. Algo lo inquietaba, una sensación persistente que sabía que tenía que ver con su próximo celo. Era una molestia que se acercaba inexorablemente, y con eso en mente, decidió pedir unos días libres en el trabajo.

[…]

Los siguientes tres días fueron una prueba de resistencia para SeokJin. El dolor del celo era intenso, pero había aprendido a sobrellevarlo con el tiempo. Permaneció en casa, aislado, lidiando con las oleadas de malestar que lo mantenían en un estado de tensión constante.

SeokJin se aseguró de que nadie se acercara a su departamento. Cerró todas las puertas y ventanas, y evitó cualquier tipo de contacto con el exterior. Sabía que necesitaba estos momentos de soledad para atravesar el proceso, y aunque era doloroso, también era una oportunidad para reflexionar.

Al final del tercer día, el peor había pasado. SeokJin se sintió agotado pero aliviado, como si hubiera superado una tormenta. Se levantó con dificultad y se miró en el espejo del baño, viendo un reflejo más pálido y cansado de lo habitual.

A pesar de todo, había una sensación de logro. Había superado otro celo y, aunque físicamente estaba agotado, emocionalmente se sentía más fuerte. Sabía que en los próximos días recuperaría su energía y estaría listo para volver a su rutina.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, pensó en Jungkook y en las cenas compartidas. La compañía del conejo había sido un refugio inesperado y valioso. En esos momentos de tranquilidad y charla, SeokJin había encontrado algo que le hacía falta desde hacía mucho tiempo: una conexión genuina y desinteresada.

Con una última mirada al techo, SeokJin cerró los ojos, sintiéndose agradecido por la nueva amistad que había encontrado y esperando con ansias el día siguiente, cuando podría volver a ver a Jungkook y compartir otra noche de risas y conversación.

[…]

Durante los tres días en los que SeokJin estuvo ausente, Jungkook no pudo evitar sentirse inquieto. Cada mañana, al llegar a la oficina, sus ojos se dirigían instintivamente hacia la puerta, esperando ver al zorro. Y cada tarde, al regresar a casa, miraba esperanzado hacia su puerta, esperando que SeokJin apareciera. Pero el zorro no estaba por ningún lado, y la preocupación comenzaba a asentarse en el corazón de Jungkook.

La rutina diaria de preparar ramen para la cena se volvió una tarea desmotivada. Sin la compañía de SeokJin, el apartamento se sentía vacío y silencioso. Mientras calentaba el ramen una noche, escuchó un golpe en la puerta. Sus orejas de conejo se levantaron con alerta, y cambió rápidamente a su forma animal para llegar más rápido. Al abrir la puerta y ver a SeokJin, su corazón dio un brinco de alegría.

—Hola—, dijo Jungkook, tratando de ocultar su alivio con una voz casual.

—Traje más ramen—, respondió SeokJin, levantando una bolsa mientras entraba sin esperar una invitación, como si fuera lo más natural del mundo.

Jungkook sonrió ampliamente. —Justo hice un poco hoy—. Ambos se sentaron en la mesa, y Jungkook empezó a servir.

Ver a SeokJin disfrutar de su comida hacía que la colita de conejo de Jungkook se moviera alegremente. Compartieron trivialidades sobre su día y sus pensamientos, llenando el apartamento con una cálida familiaridad que ambos apreciaban.

Mientras la conversación fluía, Jungkook reunió el valor para preguntar algo que había estado rondando su mente. —Jin, me preguntaba si tenías planes para este fin de semana—, dijo, mirando las estrellas desde su pequeño balcón.

SeokJin, también mirando al cielo, respondió distraídamente. —No, iba a leer un poco—. No se dio cuenta de que Jungkook lo observaba con atención.

—¿Quieres ir a la playa?—, preguntó Jungkook, sintiendo los nervios a flor de piel.

—No me gusta la playa—, respondió SeokJin de manera automática. Pero luego, al ver la mirada esperanzada de Jungkook, añadió con una ligera sonrisa—: Pero sí, iré.

La aceptación de SeokJin llenó a Jungkook de una felicidad desbordante. —¡Genial!—, exclamó, sin poder contener su entusiasmo. —Será divertido, te lo prometo.

SeokJin asintió, sintiéndose extrañamente contento. A pesar de su aversión a la playa, la idea de pasar tiempo con Jungkook le resultaba cada vez más atractiva.

Ambos continuaron conversando, pero esta vez la atmósfera estaba cargada de una expectativa positiva. La propuesta de Jungkook de ir a la playa marcaba un nuevo capítulo en su creciente amistad. Mientras miraban las estrellas juntos, ambos sentían que algo especial estaba floreciendo entre ellos, una conexión que ni siquiera la incomodidad del celo de SeokJin podía romper.

Al final de la noche, cuando SeokJin se despidió y se dirigió de regreso a su departamento, no pudo evitar sonreír al pensar en el fin de semana que les esperaba. Jungkook, por su parte, cerró la puerta con una sensación de satisfacción y esperanza. Los días de incertidumbre habían quedado atrás, y ambos se sentían listos para explorar lo que el futuro les deparaba juntos.

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