XIII. Desayuno

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En la elegante mansión Kim, la fiesta de Año Nuevo estaba en pleno apogeo. Las luces resplandecían, reflejando el brillo de los adornos y las sonrisas de los invitados. La música suave acompañaba el murmullo constante de conversaciones animadas y risas. Seon Ho, el patriarca de la familia Kim, observaba todo esto desde una posición un tanto retirada, sus pensamientos alejados del bullicio festivo.

Seon Ho miraba fijamente la escena, pero sus pensamientos estaban muy lejos. Sus ojos seguían a su esposa, Jisoo, quien iba de un lado a otro de la sala, sonriendo y conversando con los invitados. Su alegría era palpable, irradiando una calidez que parecía tocar a todos a su alrededor. Sin embargo, el corazón de Seon Ho estaba pesado, su mente llena de preocupaciones sobre su hijo, Seokjin.

Finalmente, Jisoo notó la expresión pensativa de su esposo y se acercó a él, su sonrisa aún brillante.

—¿Ocurre algo? —preguntó con suavidad, colocando una mano reconfortante sobre su brazo.

Seon Ho suspiró profundamente antes de responder, sus ojos encontrándose con los de Jisoo.

—Seokjin... se enamoró —confesó, su voz teñida de una mezcla de preocupación y resignación.

Los ojos de Jisoo se iluminaron con entusiasmo al escuchar la noticia.

—¡En serio! ¡Nuestro Seokjinnie! —exclamó con alegría, sus manos aplaudiendo en un gesto de pura emoción. —Siempre supe que terminaría con Hwan.

Pero su entusiasmo se desvaneció rápidamente cuando Seon Ho sacudió la cabeza, sus palabras disipando la ilusión.

—De él no es —dijo con un suspiro, su expresión grave.

—Oh... —la sonrisa de Jisoo se desvaneció, reemplazada por una expresión de sorpresa y curiosidad.

Seon Ho pasó una mano por su rostro, tratando de ordenar sus pensamientos.

—Se enamoró de alguien de la oficina. De un mediocre contador —dijo, la frustración evidente en su voz. —Lo peor es que creo que es un buen muchacho.

Jisoo se sentó a su lado, sus ojos llenos de comprensión y ternura. Entrelazó sus manos con las de Seon Ho, sus dedos acariciando suavemente su piel.

—Si Seokjin lo escogió, es porque es una buena persona —lo consoló, su voz suave y segura. —El corazón no elige a quien amar, solo lo ama a pesar de todo.

Seon Ho la miró, encontrando en sus ojos la sabiduría y el consuelo que necesitaba. Su esposa siempre había tenido una forma de ver las cosas con una claridad que a veces él no podía alcanzar. Suspiró de nuevo, pero esta vez con un poco menos de peso en su pecho.

—Sé que tienes razón —dijo finalmente, apretando las manos de Jisoo. —Es solo que quiero lo mejor para él. Quiero que sea feliz, que tenga una vida sin complicaciones.

Jisoo sonrió, una sonrisa llena de amor y paciencia.

—La vida siempre tendrá complicaciones, querido. Pero lo importante es que Seokjin tenga a alguien a su lado que lo ame y lo apoye, sin importar las dificultades.

Seon Ho asintió, sabiendo que su esposa tenía razón. Mientras miraba a su alrededor, observando a los invitados disfrutando de la noche, decidió que apoyaría a su hijo en su elección, a pesar de sus propias reservas. Al final del día, el amor y la felicidad de Seokjin eran lo que más importaba.

Juntos, Seon Ho y Jisoo se levantaron y volvieron a unirse a la fiesta, sus corazones un poco más ligeros con la decisión tomada. Sabían que, con el tiempo, las cosas se aclararían y que su hijo encontraría la felicidad que tanto merecía.

[…]

Al despertar en la cama de Jungkook , Seokjin se sentía inusualmente animado. Decidió que quería sorprender a Jungkook con un desayuno hecho por él mismo, a pesar de que cocinar no era precisamente su fuerte. Se levantó silenciosamente, asegurándose de no despertar a Jungkook, y se dirigió a la pequeña cocina del departamento.

La cocina relucía de limpieza y modernidad, pero rápidamente, el orden se transformó en caos. Seokjin comenzó por romper algunos huevos en un bol, pero algunos trozos de cáscara se mezclaron con la clara. Intentó freírlos, pero pronto una nube gris de humo comenzó a formarse sobre la sartén cuando los huevos empezaron a arder. A su lado, el pan tostado estaba tan quemado que parecía más carbón que desayuno, y en su esfuerzo por hacer jugo de naranja fresco, había exprimido tantas naranjas que la cocina estaba salpicada de pulpa y jugo por todas partes.

El olor a quemado se esparció rápidamente por el pequeño departamento. Jungkook, quien dormía profundamente, se despertó de golpe, su corazón acelerado por el temor de que algo estuviera en llamas. Corrió en busca de Seokjin, para salir del lugar. Al encontrarlo, vio a Seokjin rodeado de humo y caos, luchando contra los huevos quemados y los restos de tostadas.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con un tono entre alarmado y divertido.

Seokjin, con la cara enrojecida de frustración y un poco de vergüenza, levantó la vista.

—Tu cocina no sirve —dijo molesto, haciendo un puchero mientras miraba el desastre que había creado.

Jungkook no pudo evitar reír ante la escena. El puchero de Seokjin era tan adorable que su corazón se llenó de ternura. Sin poder resistirlo, se acercó y le plantó un beso suave en los labios.

—No te preocupes, Jinnie —dijo con una sonrisa tranquilizadora—. Yo me encargo.

Con una eficiencia tranquila, Jungkook tomó el control de la cocina. Primero, abrió todas las ventanas para dejar salir el humo y luego apagó la estufa. Despejó el desastre que había quedado y comenzó de nuevo, con movimientos seguros y rápidos.

Mientras cocinaba, Seokjin se sentó en un taburete cercano, observando a Jungkook con admiración. Jungkook cortó frutas frescas, preparó nuevas tostadas y comenzó a freír huevos con una destreza que hacía todo parecer sencillo. En poco tiempo, la cocina dejó de ser un campo de batalla y se transformó en un lugar donde el aroma del desayuno recién hecho llenaba el aire.

Finalmente, Jungkook colocó dos platos en la mesa: uno con huevos perfectamente fritos, tostadas doradas y crujientes, y una ensalada de frutas vibrante. Al lado, dos vasos de jugo de naranja fresco completaban la escena.

—Listo —dijo Jungkook, sonriendo mientras observaba su obra—. Desayuno servido.

Seokjin se levantó y se acercó a la mesa, su corazón lleno de amor por Jungkook. Tomó un bocado y sonrió, disfrutando del sabor perfecto del desayuno.

—Está delicioso —dijo, mirándolo a los ojos—. Gracias, Kookie.

—Para ti, siempre, Jinnie —respondió Jungkook, devolviéndole la mirada con la misma intensidad.

Y así, sentados en la mesa de ese pequeño departamento, rodeados por el aroma del desayuno y la calidez de su compañía, disfrutaron de una tranquila y amorosa mañana juntos, con el caos de antes convertido en una lejana memoria.

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